En Combarbalá desde hace unos 10 años -y por votación popular- ya no celebran el Día del Padre. Este es un antiguo pueblo de casas de adobe y tejas al interior de la Cuarta Región que vive principalmente de la agricultura y de la minería y es conocido por ser la única fuente en el mundo de combarbalita, una piedra rosada y compacta con la que artesanos tallan la iglesia, ceniceros y adornos típicos. La primera decisión en contra de esa fecha la tomaron cerca del 2000 los apoderados de la Escuela América, un macizo establecimiento construido en 1947 y ubicado a una cuadra de la Plaza de Armas. "Igual que votaron para cambiar el uniforme del azul al gris", dice Patricia Vázquez, muchos años profesora, inspectora general y ahora directora (s). "Una mayoría de apoderadas se sentían complicadas porque los niños solían hacer un acto, recitaban poemas, y los más chicos hacían tarjetas con dibujos y regalos para sus papás. Pero nadie pensaba que en Combarbalá desde esa época se notaba que había muchos niños que no lo tenían o no vivían con él. Y sufrían y se confundían porque no tenían a quién celebrar".
Poco después del 2000 en el Centro de Apoderados votaron y ganó el NO. "Desde entonces sólo celebramos el Día de la Madre", agrega lánguidamente la directora, mientras durante la mañana recibe a los niños atrasados que llegan al colegio. Todos acompañados de sus madres y abuelas. Y algunos niños solos, porque madres salen a trabajar temprano y se quedan dormidos. El frío de las montañas cala los huesos a pesar del sol.
Sin sospecharlo, en la Escuela América intuyeron lo mismo que, una década después, revelaría la última Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional, Casen (2012): el 34,7% de los hogares de Combarbalá es monoparental, liderado por una mujer sola. Un tercio de todas las familias del pueblo. Es el índice más alto del país.
A éste le siguen Renca (33%) y otras comunas de Santiago, con índices menores, pero la diferencia es que Combarbalá es un pueblo encajonado entre las montañas que en virtud de este cambio tomó su propio sello y ha transformado su cultura.
Dante Díaz, director del Hospital San Juan de Dios, muestra las fichas que hacen a las 100 a 125 embarazadas que atienden cada año. En un hojeo rápido va apareciendo la tipificación de las familias de Combarbalá: "madre-hijo que vive con sus abuelos y familia extendida; madre-hijo que vive con el padre; madre-hijo cuya pareja viene esporádicamente y madre-hijo que viven solos". Los casos de jefas de hogar son un tercio del total: 1.570 de los 4.510 hogares de toda la comuna.
Pero en la Escuela América la directora Vázquez cree que hasta el 70% o más de niños viven sin su padre presente. "Porque un tercio son familias sin marido, dice la directora, "pero otro tercio o más son familias donde aunque el padre existe, trabaja en la minería y aparece una semana al mes o menos, debido a los largos turnos".
En esta década dos fenómenos han obligado a los hombres a emigrar de Combarbalá: la prolongada sequía que ha mermado la agricultura local de uva y frutas de secano y el alto precio del cobre. El trabajo rentable para los hombres está lejos de la ciudad, en el Norte Grande.
En la Plaza de Armas, una de las pocas semicirculares de Chile, en el paseo peatonal Calle Comercio es fácil observar el sutil cambio que ha experimentado Combarbalá en la última década. Los niños de hasta 10 años se ven con su madre, de la mano de sus hermanos o de la mano de sus abuelos. Y casi con suerte, uno entre muchos, de pronto se puede observar a un niño de la mano de su padre. O un padre empujando un coche. Al preguntarle, la respuesta es obvia: un minero en sus días de descanso dentro del mes.
El padre modelo
"Ese rol de padre ausente o muy parcialmente presente no es bueno", opina la directora del Jardín Infantil de Fundación Integra Carolina Ramos. En ese preescolar también un porcentaje superior al 60% de los niños son hijos de mujeres jefas de hogar o con marido minero. "Son niños que tienen menos límites. Menos autodisciplina. Porque a la mayoría de las madres solas les cuesta imponer reglas a sus hijos, como alimentación sana, limpieza, horarios de estudio… y en el caso de las que tienen marido minero, cuando llega el padre una semana al mes, regalonea en todo a su hijo y le rompe todas las reglas aprendidas".
Ella lo ve también en el caso de los niños al cuidado diario de sus abuelos mientras las mamás trabajan. "El abuelo consiente mucho a los niños", dice la parvularia, "pero cuando no obtienen respuesta, los castigan a la antigua, duramente. Llega la madre y se arma un lío. Después se lo lleva a su casa con otras reglas. Ese doble o triple estándar de conducta es muy confuso. Los niños se ponen inestables. Reactivos. Rechazan aprender, porque no saben de dónde viene el estímulo correcto".
"A mi hijo una vez le preguntaron quién era su papá y dijo: ¡yo soy hijo de mi abuelo!", cuenta riendo Cinthya Cortés (23) e imitando el gesto fruncido y enojado con que su hijo de cinco años trató de responder a su confusa situación parental. Ella es vendedora del bazar Central, cercano a la plaza. Como casi todas las vendedoras de negocios, tiendas y funcionarias, "las mujeres que trabajan en 'Comba' es porque tienen un hijo que mantener", dice ella, que tiene su hijo al cuidado de sus padres cuando no está en el jardín.
En el bazar ya no venden globos plateados para el Día del Padre ni tarjetas ni nada. La dueña también es madre sola.
La parvularia Carolina Ramos preferiría que la madre sola, críe a sus hijos sola. "Un solo modelo es mejor que muchos modelos", opina. Pero eso se da poco en Combarbalá, porque no hay trabajo ni redes de apoyo suficiente para lograr esa autonomía. "Sólo pueden hacerlo algunas profesionales y técnicos", dice, "pero son muy pocas".
Jennifer Pizarro (27) es de las pocas madres solas que optó por esa vía. Montó una peluquería en su casa porque era la única forma en que podía estar presente durante el día para criar a sus dos hijos, de cuatro y ocho años: "Veía a mis amigas que tenían que salir a trabajar lejos y veía el cambio de sus niños. Que se ponían rebeldes, pesados, contestadores, o que no se querían despegar de sus abuelos". Ella no tenía familia en la ciudad y quedarse con sus hijos le salió natural. Ellos son tranquilos, obedientes y, hasta ahora, sin problemas de conducta.
Ellas bailan solas
Al merodear por las calles estrechas e inclinadas de la ciudad se nota la falta de hombres. O por lo menos de hombres jóvenes. Aunque según el Censo hay una paridad entre los sexos en esta comuna de 16 mil habitantes.
Danilo Fernández, una especie de periodista local dueño de El Combarbalito, un pequeño diario comunal en la web, explica que la emigración masculina de los últimos 10 años afecta de modo especial al pueblo. "La sequía de ocho años ha obligado a los jóvenes a dejar el campo. Los cultivos, las crianzas de caprinos, el trabajo de la tierra, todo eso. Y los fundos que tienen agua sólo contratan personal para la cosecha de verano", dice. Así que los jóvenes de Combarbalá y los hombres mayores de 20 tienen un plazo perentorio: estudiar hasta 4º Medio en el único liceo, el Samuel Román, y emigrar para estudiar o trabajar. Y volver sólo para el verano.
Hasta 1.500 personas son residentes flotantes de Combarbalá cada verano, trabajan como temporeros en la agricultura o son estudiantes de vacaciones. Durante los fines de semana, la plaza bulle de gente y por fin parece un pueblo normal. Como no hay discoteca, se organizan bailables en distintos galpones, cuerpos de bomberos o la medialuna. Se forman muchas relaciones esporádicas que producirán hijos sin padre.
En su boutique Vizios, Bárbara Díaz (29) recibe a muchas mujeres que se sientan a conversar mientras observan y se prueban ropa. "En Combarbalá hay pocos hombres. Y hombres que valgan la pena, muchos menos", dice riendo. Las compradoras asienten.
Porque según ellas, esa falta de hombres y de mundo juvenil hace que el hombre combarbalino que se queda en la ciudad sea poco educado, poco sociable. Como trabajan sólo en verano, son tímidos, y si no "abiertamente flojos, hasta para conquistar a una mujer".
"Acá, en los bailes, bailan las mujeres por un lado y los hombres sólo miran. Eso es lo típico en cualquier fiesta. Una vez me cansé de bailar con mis amigas y saqué a bailar un tipo: le dije, quieres bailar conmigo, y él estaba tan agradecido...".
Por esa falta de hombres jóvenes debe ser uno de los pocos pueblos de más de diez mil habitantes sin comercio sexual aparente. El único boliche del rubro, "El Farolito Azul", cerró hace mucho por falta de clientes y por presión de las mujeres católicas. No hay cabarets ni antros parecidos.
Y en oposición, debe ser quizás el único pueblo de ese tamaño donde hace una semana abrió un sex-shop a media cuadra de la Plaza de Armas. La dueña del local Euforia, Yanina Díaz (29), viaja a Santiago a traer artilugios y explica: "Esto ya está todo vendido, y tengo más encargos que no he traído". Pero nadie sabe cómo le va a ir.
A pocos metros del local, en un poste de la plaza, se anuncia un partido de fútbol de la selección Sub-20: fecha, hora y lugar. No dice nada más. Pero es uno de los varios equipos de fútbol femenino de la ciudad. También hay de hombres, claro.
En otra pared blanca de adobe un grafiti en spray: ¡F.D. reconoce a tu hijo!
Al indagar por el acusado en el rayado, resulta ser un retirado cantante local de rancheras y música bailable, que tiene a su haber una treintena de hijos de distintas mujeres. Un baluarte local de la fecundidad.
"Es que eso del alto número de jefas de hogar no es tan reciente", dice Priscilla Díaz (32). "Desde hace mucho que en Combarbalá hay madres solteras por culpa de la falta de educación y la falta de respeto que se tienen las propias mujeres. Lo mismo que pasaba con los dueños de fundos, que tenían hijos por todos lados", agrega.
En la Oficina de Mediación de Asuntos de Familia, la encargada Bárbara Vega (31), que también es jefa de hogar, cree que este cambio en Combarbalá se debe a que las mujeres de hace una década soportaban mucho más que ahora a los hombres locales. "Las mujeres jóvenes ya no soportan como antes el machismo ni la brutalidad", dice, " y se conforman con una pensión de alimentos y empiezan a trabajar para educar a sus hijos". Oye de las mujeres: "Prefiero criar a mi hija sola que con un hombre machista y que no aporte". De las 50 mediaciones que han cursado desde enero, la mayoría corresponden a madres casi saliendo de la adolescencia en su primer hijo.
Ella tiene una niña. La acompaña en la oficina.
A media tarde en la plaza, cuando acaba la jornada escolar extendida, se reúne un pequeño bullicio de niños de ambos sexos de uniformes gris y burdeos, la mayoría menores de 10 años. Es imposible notar diferencias entre niños que se crían con o sin padre. Nadie sabe a ciencia cierta qué les depara el futuro. Miran el pueblo y sus cerros cada vez más secos con sus ojos como de tierno animal salvaje.