El próximo año, las multisalas de cine en Chile cumplen 20 años de existencia. Fue el complejo de seis salas que Cinemark abrió en 1993 en el Mall Plaza Vespucio el que cambió el negocio cinematográfico en el país, que tras varios años de descenso en la cantidad de público comenzó a generar números azules. Así, cabritas y bebidas se transformaron en emblema de esta nueva forma de ver películas, claro que, con el correr de los años, la oferta de productos externos al filme de turno se ha expandido, y hoy representa un gran porcentaje de lo que entra al negocio de las cadenas. En algunos casos, equivalente al 60% de los ingresos, versus un 40% por concepto de tickets.
"Los productos de confitería son más rentables que la venta de entradas", comenta Francisco Schlotterbeck, gerente general de Hoyts, empresa que tiene 69 salas en el país. Según explica, esa mayor rentabilidad tiene que ver con los royalties que involucra la venta de entradas, ya que las cadenas deben pagar un porcentaje de las ganancias a los distribuidores de los filmes, y, por ende, a los estudios cinematográficos.
Una ganancia que se explica además en la restricción que ponen las cadenas paraingresar con comida que no sea adquirida en el local. "Tú no puedes llegar a un restaurant con una hamburguesa de otro lado", justifica Ricardo Osorio, jefe de marketing y ventas de Movieland. Allí, según explica, un 30% del público pasa por la confitería del local, cifra similar a la de su competencia.
"Hay un producto complementario que es impulsivo, y en la medida que sea atractivo, vas a comprar más, aunque no toda la gente compra un paquete de cabritas cuando va al cine", agrega Schlotterbeck. Es precisamente ese grupo de personas, aquellas que no consumen comida en el cine -o que derechamente les desagrada el tema-, las que hoy en día parecen representar una minoría excluida. La tendencia va hacia incrementar la oferta de productos gastronómicos en los complejos, en especial con la inclusión de salas especiales, cuya entrada tiene un valor más alto y donde se ofrece comida más elaborada, además de butacas más amplias y servicio de alimentos directo al asiento.
Hoyts y Cinemark ya cuentan con este tipo de oferta -salas "premium" y "premier", respectivamente-, y Movieland se sumará a la tendencia cuando inaugure su complejo en Costanera Center. En éstas, el consumo promedio de una persona es de $ 14 mil, tomando en cuenta que la entrada bordea los $ 7 mil y una hamburguesa con una bebida suman $ 7 mil más.
Claro que esta experiencia no se queda sólo en la comida y las películas. Cine Hoyts, por ejemplo, ofrece también servicios como una zona especial para que los niños celebren su cumpleaños viendo una película y luego utilizando las instalaciones del lugar. "Es algo que va en línea de nuestro negocio, que es vender una experiencia", comenta Schlotterbeck.
En ese sentido, los ejecutivos de las cadenas descartan la posibilidad de implementar salas especiales donde no se permita el ingreso de alimentos. Algo "poco viable", según Osorio. "Lo que pasa es que nosotros tenemos que generar nuestros productos de acuerdo a lo que quiere la masa, y lo que quiere la masa es comer en el cine", añade.
"Existe todo tipo de público", asegura, por su parte, Karina Ventura, gerente comercial de Cinemark, cadena que en 2011 tuvo 6,6 millones de asistentes. "Hay quienes dicen preferir no comer en una sala de cine y, por ende, no compran, pero terminan comiendo el popcorn de la persona que tienen al lado. Las encuestas hablan de que la mayoría del público del cine necesita consumir popcorn para que su experiencia sea completa", añade.
La nueva lógica
Como contrapunto al panorama de los grandes complejos cinematográficos, están las salas independientes o de "cine arte". En su mayoría, recintos que han sobrevivido al auge de las multisalas, ofreciendo el viejo ritual de ir al cine sin mayores elementos externos. El Cine Normandie, El Biógrafo y el Centro Arte Alameda son parte de este nicho, donde si bien coinciden en que no se aplican restricciones en cuanto a la comida, por lo general el público -salvo galletas o chocolates- no ingresa con alimentos "por sentido común".
"La verdad, yo ya me acostumbré", dice sobre su experiencia en las multisalas el director Diego Rougier, quien esta semana estrenó su ópera prima, Sal. "Me parece que ya es algo lograr la concentración de las personas durante dos horas y con tantas restricciones, así que si además no se pudiera comer, sería algo muy purista. Necesitamos que la gente vuelva al cine", agrega.
La actriz Gloria Münchmeyer también comenta que se ha ido adaptando a la lógica de las cadenas, aunque no totalmente. "Al principio me chocaba mucho que la gente comiera y convesara en las salas. A veces se confunden y creen que están viendo televisión en su casa", dice. "Para mí es normal ir a ver una película y comer cabritas", cuenta, por su parte, el director Nicolás López (Qué pena tu boda), quien ve el tema desde el punto de vista generacional. "Chile sigue el modelo de Estados Unidos y existen pocos espacios como para tomar uncafé y analizar la película después de verla".