¿Todavía lo asustan historias con protagonistas como Drácula, Nosferatu o el chileno Conde Vroloc? Si su respuesta es afirmativa, tenemos una noticia buena y una mala.
La buena, es que la literatura científica no ha logrado comprobar la existencia de este tipo de vampiro hollywoodense -glamoroso y fatal- que se alimenta de sangre humana. La mala, sí ha identificado a una laya de criaturas poco vistosas que se nutre de otro fluido vital: la energía sicológica.
A diferencia de sus primos famosos, estos personajes abundan en familias, trabajos y círculos de amistades, y tienen una apariencia bastante ordinaria. No poseen colmillos afilados ni usan capas, pero igualmente drenan, absorben y consumen. ¿Cómo llamarlos, entonces? La siquiatra Judith Orloff, profesora de la Ucla, y el sicólogo Albert J. Berstein, son partidarios del término "vampiros emocionales", por su capacidad de vivir a costa de los recursos del prójimo. Y aunque estas criaturas no estudiaron sicología ni neurociencia son hábiles en la aplicación práctica de los últimos descubrimientos del área, como las "neuronas espejo" y el poder del lenguaje no verbal. Veamos por qué.
Colgados del cable
La figura del vampiro existe en casi todas las culturas. En Occidente, la más popular proviene del folclor eslavo que lo pinta como un ser hematófago, pero existen muchas civilizaciones que prefieren la versión de una criatura que succiona el "fluido vital" de sus semejantes. En su columna en The Huffington Post, la siquiatra Judith Orloff advierte que tras años de práctica, llegó a la conclusión de que el mayor extractor de energía de sus pacientes son las relaciones interpersonales tóxicas. Llámese "fluido vital" o "disposición de ánimo", este tipo de patrones relacionales minan las fuerzas de los individuos, al punto de dejarlos no sólo exhaustos sicológicamente (usados, tristes) sino tan agotados como tras correr una maratón.
¿Quién no ha experimentado la sensación de necesitar una siesta o un ravotril después de toparse con alguno de los tipos de vampiros emocionales que Orloff ha logrado identificar?
En su libro Emotional freedom: liberate yourself from negative emotions and transform your life, la siquiatra menciona cinco tipos: el narcisista, la víctima, el controlador, el conversador compulsivo y el drama queen. Albert J. Bernstein, autor de Emotional vampires, prefiere clasificarlos en antisociales, histriónicos, narcisistas, obsesivo-compulsivos y paranoicos.
Pues bien, no importa el apellido que lleven, todas estas personas tienen en común una marcada falta de empatía, es decir, incapacidad de ponerse en los zapatos del otro. Y como la reciprocidad (puedo ponerme en tu lugar y tú puedes ponerte en el mío) es la base de las relaciones saludables, el encuentro con un vampiro emocional viene a ser el equivalente a sufrir el robo de nuestro generador de electricidad personal: alguien "se cuelga" de mi cableado sicológico hasta que el sistema colapsa.
¿Cómo alguien puede conseguir "tirar un cable" unidireccional de una mente a otra? La biología tiene una respuesta.
Mejor cierre los ojos
Cuando a fines del siglo pasado se descubrieron las "neuronas espejo", el neurólogo Vilayanur S. Ramachandran afirmó que el hallazgo es a la sicología lo que el ADN a la biología. Que estas células se activen no sólo cuando desempeñamos una acción, sino cuando vemos a otro realizarla, logró explicar muchas cosas: desde por qué sentimos que nosotros caímos cuando vemos resbalar a un tercero, hasta cómo nos emocionamos con la lectura de una buena novela. En un sector específico de nuestro cerebro, existe una especie del álbum de fotografías que se encienden y apagan según lo que vemos. Por supuesto que esta reacción será más intensa, según sea nuestra experiencia previa.
Pues bien, una serie de experimentos confirmaron que las neuronas especulares nos ayudan a compartir con otras personas experiencias a medida que se reflejan en su lenguaje no verbal, como los conocidos fenómenos de contagio de bostezos, risas, sensación de asco. También el buen o mal humor, el optimismo o el pesimismo, la ansiedad, el miedo, el abuso.
Por eso los vampiros emocionales usan la comunicación no verbal como gancho para colgarse de las energías mentales del otro, agobiando ya sea con sus historias de omnipotencia o víctima; con una mirada controladora o simplemente hablando. Si vemos al otro llorar histriónicamente su mala suerte, automáticamente se activará en nuestro cerebro esa emoción. Tanto es así, que el catedrático Richard Hare recomendó que ante "un interlocutor con un lenguaje no verbal y contacto visual fascinante", mejor es cerrar los ojos y mirar hacia otro lado, porque así notará incongruencias entre su expresión gestual y verbal.
Pero para que un vampiro emocional logre su cometido, la víctima ya debe tener en su cerebro "la foto" revelada de las emociones negativas que le están transmitiendo. Esa es la razón por la que Orloff llama a sus lectores a examinar con un simple test cuánto de vampiro emocional tienen ellos mismos.
Un vampiro con capa y colmillos no puede entrar en una casa si no ha sido invitado por sus dueños. Los de tipo emocional tampoco.