"¿Qué era para ella el gato?, le había preguntado la terapeuta. A ella le dio vergüenza, pero al final lo admitió: la posibilidad de hablar sola".
Es probable que Alejandra Costamagna (1970) haya mirado fijamente a Pascual mientras construía este diálogo. A la hora en que ella escribe, por la noche, el felino anaranjado que tiene por mascota es el único que emite sonidos sordos en su casa.
Dice que al igual que Isidora, la protagonista del cuento A las cuatro, a las cinco, a las seis de su último libro Animales domésticos, lo encontró abandonado en la calle. Precisamente en San Martín con Catedral, aullando como un bebé dentro de una caja.
Pascual, a su vez, es casi igual al gato de Claudio Bertoni, poeta que es autor de la fotografía que aparece en la portada del nuevo libro de Alejandra Costamagna. Y de cuyo humor parece haberse contagiado la escritora para arropar a sus personajes, casi todos al borde de la muerte y la enfermedad. Solos. Sin un perro que les ladre.
"El animal doméstico es nuestro inconsciente, la evidencia de lo no dicho, la excusa para mirarse y hablarse. La relación con ellos es súper primitiva y poco práctica. Es un cariño tonto que deja desnudas todas nuestras obsesiones", explica sobre estas criaturas que en sus relatos son testigos de pérdidas, rupturas y cuestionamientos tan íntimos como la maternidad.
"Mil veces un gato que un hijo", sentencia uno de los personajes . La autora ríe, porque no le parece que "ser madre sea el único camino de realización para una mujer".
Está bien callar
Alejandra Costamagna no es de las que eligen una sola vía. Bebiendo de la literatura suicida o japonesa, del teatro de Radrigán y de los titulares de diarios, la periodista además revela que la micro es uno de los sitios a los que se sube para cazar historias. "Está llena de cuentos y de frases entrecortadas que mi cabeza completa", dice. Ella las anota y luego, como piezas de un caleidoscopio, cuajan en relatos.
"Me gusta lo que se sugiere, no lo que se explicita. Está bien callar", dice la narradora, que armó un universo propio en Retiro y que en su adolescencia frecuentó la Gran Avenida, una calle que se repite en sus libros tanto como su Volkswagen blanco.
El auto fue testigo también de su último cambio de casa. En él trasladó innumerables cajas de cachureos que inspiraron varios cuentos de Animales domésticos. "Fue como si desembalando, me encontrara con distintas edades de mi vida que quedaron graficadas en objetos o anotaciones sueltas", dice la escritora. Su último libro acusa también otra influencia: la cultura japonesa. "A los chilenos y los nipones nos hermana el dolor de la pérdida y las catástrofes naturales, pero la diferencia es que ellos lo enfrentan con tanto estoicismo y delicadeza…".
Otros de los temas que cruzan sus relatos, desde Dile que no estoy a Animales..., es la relación padre-hijos. "Como dice Vila-Matas, hay montones de hijos que no tienen hijos, pero no se puede no tener padre o madre. Esa figura sanguínea irrenunciable, que de volverse conflictiva no te la puedes sacar de encima, es una sensación atávica. Incluso cuando creemos que podemos optar, entra en cuestionamiento toda esa cadena", cuenta.
"Escribo por si acaso", dice la autora, en cuyo trabajo aparece también la sombra de la muerte. "Es un espacio insondable que no me deja del todo tranquila. ¿Qué pasa cuando no pasa nada? Como no soy religiosa, me inquieta la trascendencia", afirma. Ya es la hora en que Pascual y ella están mitad lúcidos y mitad dormidos, y a veces se hablan.