La primavera se ha demorado en llegar y hace frío en Cracovia. La inesperada nieve que cayó anoche, comienza a derretirse en parques, calles y veredas. El cielo limpio y celeste apenas abriga, pero invita a salir a recorrer. Bastan ropa abrigada, una cámara fotográfica con la tarjeta vacía y las ganas de sorprenderse, porque esta sureña ciudad polaca tira anzuelos en cada esquina.
En Cracovia no verá las hordas de turistas que hay en otras ciudades como Praga, Viena o Berlín, ya que su turismo es más bien reciente, pero tiene tantos atractivos como ellas. Acá tampoco hay hoteles históricos que lleven décadas y se ufanen de haber recibido ilustres visitas durante años; sino hoteles más modernos como el Sheraton, que tiene apenas cinco años y se ubica frente al río Vístula (Wisla en polaco), o una gran cantidad de pequeños establecimientos boutiques, instalados en viejas casonas remodeladas.
La ciudad es de una belleza y una elegancia únicas, en gran parte, debido a que salió indemne de los bombardeos que arrasaron casi toda Polonia durante la II Guerra Mundial, la fortuna dejó casi intacta una de las urbes medievales mejor conservadas del mundo. Su casco antiguo -Stare Miasto en polaco- es patrimonio de la Unesco, por lo que iglesias y monumentos están protegidos. De hecho, le dicen "la otra Roma", por su gran cantidad de iglesias: 142 activas. Además, hay una treintena de seminarios y noviciados, por lo que una imagen bastante común es ver pasar caminando a sacerdotes y monjas.
Cracovia fue mucho tiempo capital de Polonia, desde el reinado de Casimiro El Grande (1333-1370) y hasta el s. XVI. Por entonces, se levantaron castillos, iglesias y se creó la Universidad Jallegónica, primera del país y segunda de todo el continente, con el fin de hacer de la ciudad el centro cultural de Europa.
Cruzando la descomunal Plaza Mayor (Rynek Glówny), de las más grandes de toda Europa, pensamos que quizás su rostro no ha cambiado tanto desde el medioevo. Vemos elegantes fachadas, el Mercado de los Paños -repleto de tiendas de recuerdos y souvenires-, la torre gótica de la Municipalidad y la extraordinaria Basílica de Santa María, según los entendidos, uno de los mejores ejemplos de la arquitectura gótica polaca. Imposible pasarla por alto. A cada hora del día, desde lo alto de una de sus torres, un trompetista toca hacia los cuatro puntos cardinales una melodía tradicional y saluda, repitiendo una tradición que ya tiene 600 años. Pero es entrando a este templo que nos sentimos deslumbrados. Su Cristo suspendido, sus vitrales coloridos, sus muros pintados, sus techos azules y dorados y, en especial, su altar gótico con un enorme retablo del s. XV esculpido en madera y que retrata la Asunción de la Virgen, cautivan hasta al menos sensible de los mirones. Su autor alemán demoró 12 años en concluirlo.
Wawel
En Cracovia todo está cerca. Llegar a Wawel desde la plaza lleva 15 minutos caminando, pero uno puede tardarse horas si nos detenemos frente a fachadas y monumentos. O a tomar un café con galletas de jengibre.
La colina de Wawel, donde están el castillo del mismo nombre y la catedral, alberga la historia de esta ciudad y del país. En esta última están enterrados desde el primer santo nacional, San Estanislao, Santa Eduvigis, pasando por reyes, obispos, políticos destacados, poetas ganadores del Nobel, un verdadero panteón nacional. Una de sus capillas está dedicada, desde hace sólo dos años, al beato Juan Pablo II, con parte de sus reliquias.
Y es que Karol Wojtyla es una figura potente para los cracovianos. Vivió 40 años en la ciudad, desde 1938 a 1978. Aquí fue donde estudió literatura, hizo teatro y escribió poesía. Acá se convirtió en sacerdote, celebró su primera misa, fue profesor universitario, se alzó como arzobispo y cardenal. Más tarde, siendo Papa -el más viajero de todos- volvió varias veces en emocionadas visitas que congregaban a una multitud sumamente orgullosa de recibirlo. Por eso se entiende la incondicionalidad que genera su figura y la presencia constante por los más diversos rincones de la ciudad, aun cuando han pasado ocho años de su muerte (2 de abril de 2005). El aeropuerto lleva su nombre, hay una estatua de sal en las minas de Wieliczka, otra de bronce frente a esta catedral y, en uno de los muros de la Basílica de Santa María, una placa recuerda la "Marcha Blanca", cuando medio millón de personas (en una ciudad de 850.000) marcharon de blanco y en silencio, en protesta al atentado que Juan Pablo II sufrió en 1981.
A pocos metros de la catedral, el Castillo Real, fue la residencia de muchos reyes. Conserva su estilo ecléctico, enorme, pero en su interior son pocas las obras y objetos originales. "Prácticamente todo fue saqueado por los nazis", dice la guía. Sólo lograron salvarse -porque fueron escondidos- parte de la gran colección de enormes tapices y gobelinos de Flandes que tenía la familia real, muchos de ellos datan de 1500. De 350 piezas, se lograron rescatar 100, que hoy lucen en los muros del castillo. Otro imperdible, dentro del Museo Czartoryski, en el mismo predio, es el cuadro La dama del armiño, de Leonardo da Vinci y que retrata a una joven que fue amante del duque de Milán, Ludovico Sforza.
La historia política de Polonia es potente. La ocupación nazi marcó el comienzo de la II Guerra Mundial y el inicio de una época negra para el país, especialmente para los judíos. El barrio judío se llama Kazimierz y hoy luce revitalizado y bohemio, con cafés, bares donde se toma la estupenda cerveza polaca y clubes nocturnos, sobre todo alrededor de la Plaza Nowy, ya que para el Holocausto prácticamente todos sus vecinos fueron llevados al enorme guetto que se levantó al otro lado del río y el barrio se convirtió en marginal.
El horror de los campos de concentración, la vida del guetto e incluso la experiencia de ser un polaco durante la invasión nazi es lo que se puede vivir en el llamado Museo de Schindler (Cracovia bajo la ocupación nazi, 1939-1945) y que fue montado hace poco en la fábrica de Oskar Schindler, el alemán que salvó a miles de judíos y que se conoció en la película La Lista de Schindler, de Steven Spielberg. El museo es muy interactivo, con audios, videos y material de la época, vale la pena.
La cocina polaca es sabrosa y de sabores fuertes. El strogonoff (strogonow) acá se sirve dentro de un pan, el cerdo marinado, el queso de oveja ahumado y las tortillas de papas son parte de las comidas habituales. Un buen sitio donde probarlas, viendo un show de música tradicional es el Morskie Oko.
Ahora, después de una comida pesada, los polacos suelen tomar vodka, que lo tienen en una gran variedad. Y lo hacen con facilidad (wodka en polaco quiere decir "agüita"). El más famoso de todos es el Zubrowka, conocido como el del bisonte, ya que está hecho con hierbas que comen estos animales.
No deje de probarlo, total, es sólo agüita.