Por motivos laborales, Hannelore Grosser vivió un año en Fairbanks, una ciudad de Alaska donde el invierno dura ocho meses y las temperaturas caen hasta los -28 grados. Ahí se incorporó a un grupo de tejido y redescubrió las bondades de este oficio. "Allí me empecé a dar cuenta del poder que tenía tejer, no sólo por compartir nuevos puntos. El tejido tiene un potencial contenedor grandísimo", afirma.

Hace un año volvió a Chile y esta experiencia la motivó a crear un grupo de tejido al que bautizó como Tejer hace bien. En Facebook el grupo tiene más de 180 miembros, sin embargo, cuando se reúnen rondan las 15 personas, de preferencia mujeres profesionales entre 30 y 50 años.

No turnan sus casas para reunirse, sino que por opción prefieren hacerlo en espacios públicos, como estaciones de Metro o el Paseo Atkinson en Valparaíso, tal como lo hace el grupo Cast Off en el tren subterráneo de Londres. "La idea es que nos vean tejiendo en grupo. Entonces la gente se acerca a preguntarnos y a los interesados les damos nuestra dirección", explica Grosser.

Tejedoras 2.0

Lejos de la imagen de la abuelita junto a la chimenea, estas tejedoras utilizan las redes sociales para sumar participantes, conseguir materiales y compartir experiencias. Es el caso de Tejedoras Furiosas, un grupo de ex alumnas del Liceo Carmela Carvajal, quienes luego del terremoto del 27 de febrero decidieron reunirse y tejer frazadas para los damnificados.

Alejandra Gajardo cuenta que en un principio eran seis personas que crearon un grupo en Facebook: hoy suman 2.500 tejedoras, entre ex compañeras de colegio, amigas y familiares. Además, utilizan Twitter para buscar apoyo logístico para su labor.

Punto de referencia es el sitio ravelry.com, donde se pueden descargar plantillas de tejido y compartir datos. London Guerrilla Knitting y Knitt a Please son otros íconos: grupos que realizan instalaciones tejidas en espacios urbanos. En México, por ejemplo, forraron por completo un bus con diversos tipos de tejidos.