Llegué a este festival gracias a Francis Ford Coppola. De eso sólo me enteré ahora, estando ya aquí en Telluride, a 2.600 metros de altura. Fue él quien recomendó mi película Locaciomes a los organizadores de este encuentro. De lo contrario no estaría ahora en medio de cineastas, guionistas y escritores, en un festival donde las estrellas son lo que menos importa.

¿Cómo se enteró Coppola de la existencia de Locaciones, el documental que hice sobre su cinta La ley de la calle? No lo tengo claro, pero creo que fue a través de alguien de su productora Zoetrope. Suerte,

Al Festival de Telluride, que comenzó muy pequeño hace 39 años en las montañas de Colorado, llegan ahora muchas películas que luego irán a la gran carrera del Oscar. También, claro, hay espacio para rarezas y cosas excéntricas. Las salas tienen nombres de grandes cineastas. Hay una que se llama Chuck Jones, hay otra que es la Pierre Rissient. Está la Wener Herzog y, cerca de unos bosques, tenemos la sala Abel Gance, que es al aire libre. Ahí, este jueves a las ocho de la noche, Francis Ford Coppola presentó Locaciones. Luego, a modo de programa doble, se dio también La ley de la calle, esa película estrenada en 1983 que para él fue un dolor de cabeza, con rechazo del público y crítica. Para mí, en cambio, fue la obra que me impulsó a ser escritor.

Coppola es un hombre amable, pero se ve algo cansado. Se protege, tiene cierta coraza fría. Está algo aburrido de que todo el mundo le pregunte por El padrino. Por eso quizás conectó bien con Locaciones. Después de todo, es un documental sobre un filme maldito. Cuando le tocó presentarlo habló bastante de los malos ratos que le significó La ley de la calle, de lo mal que la pasó. Se acordó de que la consideraron una obra siútica y pretenciosa. Luego vino la parte que a mí me soprendió: que para él existía una especie de redención si es que La ley de calle había sido una cinta de culto en Sudamérica. Que si alguien, como es mi caso, había decidido hacerse escritor o cineasta tras ver este filme, no tenía más que agradecer. Fue ahí cuando también conectó con esa hermosa idea de que las películas tienen una vida aparte de sus creadores. Son más importantes que sus directores, después de todo. Alguien puede quedar impactado con La conversación, de Coppola, pero no saber que es de él. Pasa. Igual que con La ley de la calle.

Después de él, subí yo al escenario. No tenía mucho que decir, aparte de "gracias maestro" o algo así. Dije algo breve y la gente rió. Estaba todo hecho. Qué más se puede pedir en una función que, además, continuaba con la exhbición de La ley de la calle.

Al día siguiente vi de nuevo a Coppola en una comida. Seguimos hablando de cine, me recomendó que viera un documental sobre John Milius (el guionista de Apocalipsis ahora) que dan en Telluride, conocí a su esposa, Eleanor Coppola, y me enteré que el hombre también estaba en Telluride para presentar Palo Alto, la cinta de su nieta Gia Coppola.

Hablamos del cine garaje, hecho con pocos recursos, a pulso. Es lo que yo hago ahora. Es lo que ha estado haciendo Coppola estos últimos años. Ya no tiene fe en la industria, aunque está tranquilo. Yo también: Locaciones tiene su ben- dición.