ommy es de las películas capaces de regalar, a un espectador que no lo ha pedido, momentos terapéuticos carentes de cualquier concesión y muy ricos en desmadre. Todo por culpa de la ferocidad del amor de una madre por su hijo. Y de cómo éste es correspondido.

El cine de Xavier Dolan (Montréal, 1989), niño prodigio y niño maldito de la escena festivalera, va por esos rumbos: por un lado intenso y desbordado, inventando cada vez imágenes y sonidos como no se veía desde Wong Kar-wai o el primer Godard. Pequeñas grandes cápsulas de vida, de sueño, de colores, de tiempo. Por otro, complementario del anterior, Dolan es todo control y precisión: operador de un laboratorio de sensaciones ya observado en clásicos contemporáneos como Los amores imaginarios (2010).

Ahora, el autor de Yo maté a mi madre (2009) se ambienta en 2015 (la cinta es del 14), año en que un decreto va a facultar al Estado canadiense a recibir a los hijos cuyos padres deseen o deban entregarlos a las instituciones pertinentes. Eso no ocurrirá nunca en su caso, comenta Diane "Die" Després (Anne Dorval), viuda de cuarentaitantos que se lleva de vuelta a casa a su único hijo (Steve Antoine-Olivier Pilon), un chico desequilibrado y frecuentemente violento que ama a su madre como nadie. Y esto último es parte del problema. También del porqué el amor no necesariamente nos salva.

Estilista impetuoso, Dolan no sólo concibe el vestuario de sus personajes. También los encierra literalmente en una caja: en una pantalla aún más cuadrada que el de las viejas películas que se veían en los viejos aparatos de TV. Una que se abre, sin embargo, junto con las esperanzas de las que está hecha Diane, personaje histérico, optimista y entrañable. Tales recursos, así como los paroxismos gatillados por una relación enferma, han provocado reproches de manierismo romántico y hasta de cinismo autoparódico. Pero ni siquiera estos inconvenientes, si lo fueran, borran la impresión profunda y la inédita experiencia que genera una película indomable y brutal en toda la línea.