Madura y ególatra. Charlo-tte elige un llamativo vestido de seda rojo para cenar. Arreglada como si fuera a un evento de gala, pero sólo está en la austera casa de su hija en la que podría ser una comida común, si no fuera porque es la primera vez que se ven en siete años. La primera vez para sacarse en cara antiguos daños. Así, en Sonata de otoño (1978), Ingmar Bergman retrató con crudeza un doloroso reencuentro familiar.

Este martes, Sonata de otoño llegará al Teatro Municipal de Las Condes bajo la dirección de Daniel Veronese. El director argentino más presente en Chile vuelve para abrir la extensión en Santiago del Festival Internacional de Buenos Aires (Fiba), presentado por Banco Edwards Citi y Fitam.

"Es un volver a sentir esta mezcla de amor-odio entre la madre y la hija y ponerlo sobre la mesa", explica Veronese, que acá explora otra vez con éxito en la complejidad de los vínculos familiares. La crítica argentina se cuadró en elogios luego de su estreno en Buenos Aires en julio de este año. "Tan íntimo y perturbador como un secreto que sale a la luz", escribió La Nación de Argentina tras su debut en el Teatro Picadero.

Acostumbrado a reescribir textos como Tío Vania (transformado en Espía a una mujer que se ahoga) o La gaviota (adaptado en Los hijos se han dormido), Veronese opta en Sonata de otoño simplemente por intervenir a través de la síntesis. Sin agregar nada. "Porque no lo necesitaba", cuenta, "me pareció muy dura, muy teatral, condensaba acontecimientos familiares que no dejan prácticamente ningún afecto suelto".

Cristina Banegas interpreta a Charlotte, una madre fría, que priorizó su carrera de pianista. Tan distante de su familia que ni siquiera fue a ver a su hija Eva cuando su nieto murió ahogado. María Onetto encarna a Eva, la hija que ve el mundo con ojos de víctima, pero que a pesar del rencor no puede dejar de querer a su madre.

"Hay algo del rol femenino de quedarse a cuidar el nido que esta mujer rompe, y esta mujer es una artista. El artista parece que en función de ese arte tiene permitido cosas que otros no lo tienen tan claro. Para nosotros que hacemos teatro esta conflictiva no nos es ajena, tenemos que viajar, tenemos que sacarle algo de tiempo a nuestros hijos para poder ser mejores personas. Es contradictorio. El arte es lo que me permite ser una mejor persona, desarrollarme, expresarme. Pero a veces yo quiero dejar de viajar porque mi hija me reclama. Y está bien, es mi vida. Pero ¿qué es mi vida?, ¿mi arte o mis hijas?", confiesa Veronese.

El aislamiento del artista, las autojustificaciones, la incapacidad de amar. Todo retratado en una obra en la que no sobran las acciones dramáticas. Para Veronese, la dificultad fue precisamente hacer funcionar todo el montaje a partir del puro reclamo de la hija. "Era un desafío porque es una obra con muy poca acción. Pero no puedo hacer comparación con Bergman, porque es una persona que admiro muchísimo".