Una fila de más de mil personas espera, con una vela encendida en cada mano, la llegada de la madrugada del 14 de julio en Contulmo. Niños, adultos y viejos siguen a los carabineros y bomberos que hacen sonar las sirenas de los carros policiales. Kilómetros más al norte viajan Roberto González y Alicia Rivera en una carroza funeraria con el cuerpo de Daniela, su hija de 19 años, que regresa muerta después de haber partido a Santiago hace 14 días. Esa noche será recibida en el pueblo como "El Cristo de Contulmo".

El pastor evangélico de Contulmo lo dirá en la prédica: "Como Jesús murió en la cruz para salvarnos, Daniela murió para dar vida a otros a través de la donación de órganos".

Ese fin de semana, el rostro serio que la misma Daniela fotografió en su casa en la VIII Región para poner como perfil de Facebook, ocupa páginas de diarios y abre noticieros. La importancia de Daniela, en vida, es diferente al lugar que ocupa hoy: tímida desde niña, prefería no ser protagonista y ser un personaje secundario. Nacida el 31 de mayo de 1993 en Buchoco, pasaba desapercibida en una zona rural a 11 kilómetros del centro de Contulmo. Alicia, su madre, nunca fue al médico durante el embarazo; y durante ese año la cosecha no la dejó detenerse en el trabajo. Por eso, para nadie fue una sorpresa cuando Daniela Fernanda González Rivera nació pesando dos kilos, y su mamá, blanca y delgada, cayó en cama enferma apenas dio a luz.

Daniela recuperó fuerzas y creció sin problemas. De niña se sentaba a mirar las gallinas. De adolescente iba a la pasarela de Contulmo con sus hermanas a conversar y a escribir su nombre en el puente de madera que cruza el río Elicura.

Casi dos semanas antes de que el féretro entre por la carretera, el mismo pastor Héctor Aniñí habló de la donación en la Iglesia Evangélica del Séptimo Cielo. En el culto dominical, el pastor recordó a la niña de 17 años que necesitaba un corazón y dos pulmones en Santiago. Se trataba de Trinidad Gelfenstein. Esa mañana, Daniela cantaba en un rincón del templo sin saber que ella le donaría sus órganos.

Hace poco más de un año, en un almuerzo familiar, los González Rivera conversaron sobre la voluntad de Dios y de la donación de órganos. Daniela, que pocas veces hablaba en la mesa, contó que cuando fue a sacar carné de identidad, en 2011, le preguntaron por el tema y ella respondió que quería ser donante.

Ese día, en la iglesia, Daniela estaba a horas de cumplir un sueño que venía planeando desde hacía mucho: venirse a Santiago a trabajar y juntar dinero para estudiar en la universidad. También quería pagarles a sus hermanas la inscripción en el encuentro de jóvenes evangélicos que se haría en la región. Daniela pensaba que su vida podía ser distinta. "Va a llegar un momento en que no voy a andar mirando los precios de las cosas. Yo voy a llegar a un mall y voy a comprar no más. Y tendré una casa linda", recuerda Roberto que le dijo su hija antes de viajar.

En Santiago, su prima Nicole Rivera cuenta que Daniela le preguntó:

-¿Cuánto ganas en el Easy?

-Gano 250 mil pesos.

Daniela la miró sorprendida:

-¿Y tú qué haces con tanta plata?

Daniela conoció Santiago a los 13 años. Fue a la Plaza de Armas y compró ropa en un centro comercial. Esas tiendas casi no existían en Contulmo. Sí en Cañete, adonde viajaba cada mes con sus tres hermanas. Ahora ellas caminan por esa ciudad sin Daniela: su papá les dio dinero para que compraran ropa y zapatos para el funeral de su hermana.

A su familia no le calza cómo a una niña tímida y callada como Daniela podía gustarle tanto la idea de irse a Santiago. No fue la primera: cuatro de los 12 hermanos de su madre, y cinco de los ocho de su padre, migraron años atrás a la capital. Hoy, la mayoría de sus tíos trabajan en una bomba bencinera y las tías son asesoras puertas adentro, o comparten una pieza que arriendan a $ 90.000 en Avenida Lo Barnechea, casi al llegar a Malbec. Ese lugar no sólo intersecta a dos calles, sino a dos clases sociales. A pocos pasos de allí a Daniela la atropellaron.

Daniela quería que su paso por Santiago fuera distinto al de sus tías. No estaba dispuesta a trabajar en una casa ni a ganar la mitad del sueldo mínimo que ofrecen los empleos de Contulmo. Cuando el año pasado egresó del Liceo Nahuelbuta, entró a trabajar como temporera en la cosecha de arándanos. La paga era de $ 300 por el kilo de la fruta. La muchacha llegó a hacer $ 13.500 diarios.

Cuando terminó la temporada, ayudó a su madre en la casa. Limpiaba, cocinaba y cuidaba a sus hermanos menores: Natalia, Franco y Kathya. La misma hermana mayor, Bárbara, dice que el "puesto de la hermana mayor lo ocupaba Daniela. Siempre estaba pendiente de todo". Fue, entonces, cuando recibió la llamada de sus primas, que le dijeron que tenían espacio en el departamento de Lo Barnechea. Daniela se puso a celebrar.

Hace seis años, la familia se trasladó desde el campo de Buchoco a una de las casas subsidiadas de Villa Las Araucarias, en Contulmo. Una construcción de madera, con dos habitaciones y un baño. En la pieza que Daniela compartía con Bárbara hay una foto de Felipe Camiroaga con la leyenda de "un ángel que partió en forma prematura"; un oso de peluche que sus tíos le regalaron para su último cumpleaños; un corolario de canciones evangélicas y un gorro de lana que se ponía todas las tardes después de cantar en la iglesia. Para el velatorio, el gorro aún conserva su olor, un aroma muy dulce parecido al algodón de azúcar.

Hace meses venía pidiéndoles a sus papás que pusieran baldosas en el living-comedor y siguieran ampliando la casa, que ya cuenta con tres dormitorios. Antes de tomar el bus que la trajo a Santiago, dos maestros ponían las primeras baldosas.

Contulmo es una comuna cercana a la Cordillera de Nahuelbuta. Un terreno plano, con calles de tierra, sin semáforos. Viven cuatro mil habitantes en el área rural, y dos mil en la urbana. Según Jorge Monroy, el alcalde subrogante, "el pueblo no quiere seguir creciendo en personas, porque, como Daniela, los jóvenes deben migrar hacia otros lados buscando oportunidades por la falta de trabajo". Daniela quería ser la primera en su familia en llegar a la universidad. Por eso, en vez de optar por el grado de Técnico en Turismo que da su liceo, Daniela sacó promedio 6,0 en el área científico-humanista. Donde iba llevaba un block en el que dibujaba con prolijidad y trazo firme personajes de Disney. El domingo 15 de julio, Minnie Mouse, Mickey Mouse y Winnie The Pooh, firmados por Daniela González, están sobre un ataúd de madera que descansa en medio de un living embaldosado.

-Perdón, perdón…

Esa frase fue la única que alcanzó a murmurar Daphne Meylan Pascual, de 37 años, en el Sapu de Lo Barnechea, cuando se cruzó con la camilla de Daniela González, que acababa de ser atropellada en la intersección de Comandante Malbec con Padre Alfredo Arteaga.

Era un domingo 8 de julio. Hacía ocho días, su padre le había advertido antes de subirse al bus: "Lo único que te pido es que te me cuides, mi guagüita. Siempre que tú cruces, mira que el semáforo esté en verde y pasa rápido, con más gente. Nunca pases sola". Ese día, cerca de las 18 horas, Daniela cruzó con luz verde por un desdibujado Paso de Cebra junto a otro chico, que fue atropellado por otro vehículo. Cuando el automóvil 4X4 gris pasó sobre ella, Daniela se desplazó unos cinco metros por Padre Arteaga. Testigos dejaron constancia de que "su cabeza rebotó como una pelota en el pavimento".

Esa mañana, Daniela se había levantado temprano. Su tía Eliana la pasó a buscar para ir al mall a comprar la ropa que ocuparía en las entrevistas de trabajo. Al igual que sus primas, quería trabajar en el centro comercial. Su prima Natali, para ayudarla, le dijo que cambiara su breve currículo y agregara que había trabajado como temporera en el verano, más un empleo ficticio en un supermercado de Contulmo; un pueblo que, por cierto, no tiene supermercados.

Daniela había sido seleccionada como cajera, pero prefería ser reponedora y perderse entremedio de la gente. Ese domingo, su tía Eliana le compró en Falabella un chaleco gris con rombos verdes y amarillos, y ropa interior. La dejó con la bolsa en la mano en el Portal La Dehesa, a seis cuadras del departamento donde alojaba con sus primas, y le pidió que la llamara apenas llegara.

Daniela nunca la llamó.

Su papá ingresó al Servicio Médico Legal el viernes 13 de julio, a la una y 10 de la tarde, con la bolsa de Falabella en la mano. Después de esperar casi 48 horas el cuerpo de su hija, pudo entrar a reconocerla y vestirla. Una caravana de dos camionetas y una van, con 18 personas adentro, escoltaron la pompa fúnebre que trasladó a Daniela desde Avenida La Paz hasta su casa. El viaje duraría nueve horas. Debieron conseguir los autos prestados para el viaje y costó un millón de pesos, que financió la Municipalidad de Contulmo.

A las 19.30 del 8 de julio sonó el celular en Contulmo. Natalia contestó y le habló una carabinera que pedía a su mamá. Alicia cortó el teléfono y lo dijo tiritando: "A la Danielita la atropellaron". Ella había conversado con su hija cuatro horas antes. Daniela le hizo una pregunta:

-¿Con los arreglos de la casa, sacaron mis fotos del living?

-No, hijita, cómo se le ocurre. Sus fotos siempre van a estar allí.

Hoy sus imágenes están reproducidas en grande en las murallas de la casa. Sus hermanas se turnarán para llevar el retrato de Daniela en el pecho camino al cementerio.

Una semana antes del accidente, Daniela había tomado un bus que cada dos días parte a Santiago. Preparó todo con un mes de anticipación: en una mochila guardó ropa, un kilo de papas, un block y yogures que prometen hacer bajar de peso.

Los González Rivera nunca más quieren viajar a Santiago.

El jeep pasó por encima de Daniela y otro auto, que se dio a la fuga, sobre el niño de 16 años, de iniciales F.E.. Minutos después, una ambulancia los llevó hasta el Policlínico de Lo Barnechea. Según declara la familia, el paramédico señaló que el accidente era de gravedad leve y mandó a la joven al Hospital del Salvador. Daphne Meylan fue diagnosticada sin lesiones y se fue en su auto con autorización de la Fiscalía Oriente.

"Daniela no estaba grave. En el policlínico dio mi teléfono, el de mi cuñada, y en la ambulancia me hablaba", recuerda su tía Eliana. Dos horas más tarde, un escáner cerebral dio un diagnóstico fatal: tenía un traumatismo encefalocraneano que provocó un hematoma subdural y ya había comenzado una hemorragia cerebral. En dos días más sabrían si era posible operarla. "Los médicos del Salvador dijeron que si la intervenían se les iba a morir en sus manos", dice su tío Juan Rivera. Quince horas después, en Contulmo, salía un bus a Santiago que tardó 10 horas en llegar. Roberto y Alicia se vinieron orando. No podían más que confiar en "la voluntad del Señor".

El velatorio de Daniela es festivo. Es costumbre en Contulmo que, en vez de flores, la gente regale comida. Durante las 34 horas en que es velada, se toma mate con agua ardiente y vino navegado, se sirve caldillo al desayuno, cazuela al mediodía y carne con papas. Mientras la pompa fúnebre viajaba a Contulmo, la familia sacrificó una vaquilla de 500 kilos.

El padre de Daniela, con ojos llorosos, se acerca a los asistentes: "¿Cómo me los han atendido?".

Alicia quería quedar con el recuerdo intacto de su hija. Pero se asoma al ataúd y le da el último adiós. La ve con los ojos cerrados, sus labios gruesos entreabiertos; acostada, como quien se estuviera acurrucando. Y con el chaleco colorido recién estrenado. Entonces se para y se va a acostar a la cama de Daniela. La noche anterior la madre no pudo más y hubo que inyectarle un calmante.

Sentada sobre la cama de su hija empieza a recordar cómo Daniela los esperó hasta que llegaron a las 20 horas a la sala 3 de la UCI del Hospital del Salvador.

-Hola guagüita, te vine a ver. ¿Sabes quién soy? -preguntó Roberto.

-Soy tú, oye -le dijo Daniela.

"Me decía: 'Sácamelos, sácamelos', apuntando a los tubos. Se movía. Decía: 'Mamita, tengo fiebre', y yo le sentía la frente hirviendo... Le pedí que le rogara a Dios estar tranquila, y la Dani empezó a mover los labios rapidito, como si hubiese estando diciendo un salmo, estoy segura. Así tuve que dejar a mi hija, porque ya se había acabado el horario de visitas", recuerda Alicia.

Ese fue el último gesto consciente en la vida de Daniela. Roberto no quería que su hija quedara en coma. Y en el pasillo de la UCI le pidió a Dios, llorando, que se la llevara. Los padres se comunicaron con sus hijos y, por el alta voz del celular, oraron.

Alicia entiende la palabra de Dios. Escucha obediente cuando el pastor Aniñí les dice a los jóvenes: "Daniela era la mejor de todos, por eso Dios la llevó para estar cerca de El", y en coro los asistentes repiten amén. Sin embargo, la familia decidió interponer acciones legales contra Meylan.

Una cámara instalada en la vereda suroriente de Malbec con Arteaga captó el atropello. José Guevara, abogado de la familia, lo adjuntó este martes a la querella por cuasidelito de homicidio que presentó en contra de Daphne Meylan en el 4º Juzgado de Garantía. "La conductora tenía la licencia vencida hace un año, la fiscalía la dejó libre en espera de citación, aplicándole el artículo 26 de la ley del tránsito en vez de formalizarla. Tampoco concurrió la Siat. Aquí está claro que nadie le tomó el peso a lo que venía", dice Guevara. Tal como establece el parte policial, Meylan comparecerá ante el Juzgado de Policía Local de Lo Barnechea el próximo 13 de agosto.

Hoy, Daphne Meylan no habla del tema. Es su madre quien atiende su teléfono. Dice que su hija tiene "estrés postraumático y no está en condiciones de hablar con la prensa".

-Su hija sufrió un paro cardiorrespiratorio durante la noche.

Eso fue lo primero que escucharon los padres de Daniela, el martes 10 de julio, cuando llegaron a la UCI. Unas horas después, a las 13.15, el médico declaró muerte cerebral. En ese momento, Daniela González comenzó a ser vista como una heroína.

Fue en el departamento de Lo Barnechea que Daniela volvió a escuchar de Trinidad Gelfenstein. Eran los primeros días de julio y con sus primas esperaban, acurrucadas frente al televisor, ver El secretario, teleserie colombiana sobre un tipo que se va enamora de su jefa. "Recuerdo que estaban dando las noticias y que la Dani se acongojó mucho cuando vio que a esta chica todavía no le encontraban un corazón y pulmón. Es que era muy creyente", cuentan sus primas.

Alicia, en cambio, no sabía nada. Una bronconeumonía hizo que no encendiera la televisión durante semanas, y con el accidente de Daniela no volvió a pensar en otra cosa. Hasta que su sobrina Patricia Muñoz le habló sutilmente de la niña que estaba enferma en Santiago, que como la Dani quería ir a la universidad.

La enfermera del Hospital del Salvador fue más clara, y les dijo que en vida su hija había manifestado la intención de ser donante, y volvió a contarles la historia de Trinidad. Fue en ese instante cuando Roberto se acordó de ese almuerzo familiar. Tres días más tarde, Alicia se desahoga sobre el cubrecama naranja de su hija: "No tenía idea quién era, no sabía que tenía plata ni que estaba en una clínica cara. Yo estaba sufriendo tanto. Le pedía a Dios que nadie más sufriera así. Entonces pensé que si mi dolor ayudaba a calmar el de otra familia, tenía que hacerlo". Entonces tomaron la decisión.

"Mi hija estaba calientita cuando tuvimos que autorizar que la desconectaran y donaran sus órganos. Yo la sentía viva todavía, pero ya no estaba", dice Alicia, sin llorar. "Yo sé que ahí no está la Daniela, cómo voy a creer eso, mi hija ya no está…, pero ellos siguieron viviendo con algo que les dio, y ese es un lazo que va a quedar con nosotros para siempre".

En una oficina, Roberto y Alicia firmaron la autorización para donar el corazón, los pulmones, los riñones y el hígado de su hija, que ahora era considerada "donante multiorgánica". Los receptores fueron tres. Dos se están recuperando. Trinidad Gelfenstein murió a las 40 horas de recibir el trasplante doble.

Con la mamá de Trinidad, los padres de Daniela no conversaron. Alicia dice que la entienden, que ella estaba juntando todas las fuerzas para salvar a su hija y que saben mejor que nadie lo que es estar en ese lugar. Días antes, afuera de SML, escuchó la noticia de que Trinidad había fallecido. Alicia volvió a llorar. Bajó la cabeza y dijo: "Qué pena que se haya ido. Nosotros hicimos todo para que se salvara".

Dos días después, cuando el ataúd que lleva a Daniela está en posición de entrar a la tumba, unos dos mil asistentes comienzan a aplaudir. Daniela González ha regresado a Contulmo. S