SI BUSCAMOS la palabra revisitar en el diccionario de la RAE, no la encontraremos. Pero existe. En el wikdictionary, hallaremos la etimología latina: revisitare, y en el sitio de las acepciones encontraremos dos: una muy prosaica, que huele a obligación administrativa, visitar frecuentemente, y la otra, felizmente evocadora, si pensamos en un lugar al que volvemos después de mucho tiempo para visitar nuevamente.

En inglés, la palabra se vincula muy a menudo a este último significado, desde que Evelyn Waugh escribió la novela Brideshead revisited. En ella, el capitán Charles Ryder, vuelve "sin hogar, sin hijos y sin amor" 20 años después y en plena guerra, al lugar que visitó un verano siendo adolescente, para encontrar sólo recuerdos del castillo, de Sebastian, su amigo de Oxford, y de la hermana de este, la hermosa e indiferente Julia.

He querido revisitar Cambridge. A diferencia del solitario capitán Ryder, lo he hecho acompañado de mi hijo Iñigo, para volver nuevamente al lugar donde estudié y al lugar donde estaba aquella tarde de octubre en que Magdalena, su madre, me comunicó su nacimiento en Chile. Diez años después y en otro octubre, he revisitado Cambridge para reencontrarme con historias, lugares y personas que son parte de mi vida.

Si partimos a Cambridge desde Londres, tendremos que viajar unos 80 kilómetros al noreste. Desde la estación de St. Pancrass, el trayecto sólo tomará unos 50 minutos. Ya en el tren y antes de llegar siquiera, se percibe algo muy evidente: aunque los estudiantes son menos de la sexta parte de su población de algo más de 110 mil habitantes, estos parecen estar en todas partes, llenando todo con su natural vitalidad y determinación.

La ciudad, claro, se define por su universidad, y la universidad por sus colleges. Estos son instituciones autónomas donde los estudiantes y profesores viven, comen y socializan. Los colleges coexisten con los departamentos y facultades donde se estudia e investiga y todos -tanto profesores como estudiantes- deben pertenecer a alguno. Actualmente existen 31. El más antiguo, Peterhouse, fue fundado en 1284. Un poco antes, en 1209, había acontecido un muy notable suceso. Un pequeño grupo de profesores y alumnos que huían de una matanza en Oxford -algo usual en la época, parece-, eligieron la ciudad del Granta bryg para refugiarse y establecerse. Pronto, la pequeña pero influyente comunidad halló apoyo en el rey, quien, entre otras prerrogativas, les garantizó que no serían objeto de aprovechamiento por parte de los lugareños que los alojaban y alimentaban. Más tarde, el mismo rey les concedió el monopolio de la enseñanza en la ciudad. Empezaba así una brillante historia de más de ocho siglos.

Los estudiantes de hoy, y ciertamente los de hace 800 años, parecen saber siempre muy bien adonde ir. Por el contrario, alguien que revisita un lugar debe detenerse, pensar y elegir. En forma no muy original, elegimos ver Cambridge desde el río junto a Mónica, amiga estudiante de esos años y su hijo Francesco. Arrendamos un punt (bote) que nos llevó a contemplar los colleges aledaños: Queens's, King's, Clare, Trinity, Saint John's hasta Magdalene. O lo que es lo mismo, recorrimos el Cam desde el puente matemático hasta un poco más allá del puente de los suspiros.

A lo largo del río, entre los árboles otoñales, iban apareciendo las magníficas construcciones de piedra gris que resaltan más aun por el verde inmaculado de los prados o el rojo de las enredaderas. Muchos genios y gigantes moran por ahí. Pero no pensaba en ellos. Pensaba, en cambio, en estudiantes normales, que por cientos de años han mirado por las pequeñas ventanas de esos edificios hacia el río para inspirarse. Pensaba también en Rosemary, a quien también tenía que volver a ver antes de terminar el día y mi viaje.

Por una razón que nunca entendí, en aquella época de estudiante, quedé sin alojamiento en mi college. Fue la conocida Dra. Rosemary Summers quien me acogió en su enorme y vieja casa de Adams Road, llena de excéntricas personalidades, algo así como el college 32 de Cambridge. Pasaron los años y nunca le escribí ni la llamé, y eso siempre me mortificó. Los niños siempre ayudan y en forma astuta para facilitar el encuentro, llevé a Iñigo y no me equivoqué. Hubo charla, muchas sonrisas de Kathy, la hija; hubo té y pastitas. Buscamos y encontramos mi nombre en el libro de los acogidos. En un momento, antes de partir, Rosemary se dirigió a mi hijo: "Te llamas como Inigo Jones, el famoso arquitecto inglés". Al oír esto, pensé, "el mismo Inigo Jones que diseñó la cúpula de Brideshead en la novela de Waugh". No me percaté de inmediato, pero en ese momento habían convergido historias, lugares y personas como en un camino circular. Más tarde en el tren de vuelta a Londres, mirando a mi hijo dormido, entendí finalmente que revisitar no es más que emprender un viaje hacia sí mismo.