Señor director:

He seguido atentamente el debate de temas valóricos a lo largo del 2012, respecto de la naturaleza del matrimonio o la legalización del aborto. Quisiera proponer que al comenzar este año, que estará particularmente enfocado en estos tópicos, por ser uno de elecciones presidenciales, la discusión sea más transparente.

Yo me considero una personas conservadora y de valores judeo cristianos, por lo que mi postura respecto a estos temas, salvo con algunos matices, está prácticamente zanjada. Sin embargo, cuando he leído los argumentos del lado opuesto, no percibo la misma honestidad en el reconocimiento de las presuposiciones básicas de quienes las sostienen.       Cuando un diputado o senador de la República estudia las formas en que el aborto terapéutico o el matrimonio homosexual se abrirá paso en la agenda política, no lo está haciendo desde un vacío valórico y en completa objetividad. El también es hijo de una cultura, tiene sus premisas elementales que fundamentan su propia fe o sistema doctrinal, llámese pragmatismo posmoderno, progresismo, humanismo agnóstico o ateo, etc.

Al no reconocer públicamente su presuposición y al acusar que sólo el lado más conservador es el que está tratando de imponer su postura de fe al resto, se está actuando de manera poco honesta. ¿Acaso un político con los fundamentos antes mencionados no está tratando de “imponer su postura” al resto al hacer leyes que promueven su punto de vista y el de su partido?

Por lo tanto, propongo: paremos con las descalificaciones innecesarias en el debate valórico, seamos honestos y en vez de sacar fruto político de temas que afectarán a millones, estudiemos a cabalidad las consecuencias de cada decisión que tomemos como país, de tal modo que las futuras generaciones agradezcan las decisiones tomadas, en vez de mirarnos con asombro al evaluar la poca madurez con la que sostuvimos y ejecutamos nuestras posturas.

Cristóbal Cerón