Conforme transcurren los días luego de la elección presidencial, la derrota sufrida por la Concertación ha generado en este bloque las primeras manifestaciones del que deberá ser un intenso período de reflexión sobre las causas de su revés  y la forma de enfrentar, ahora en la oposición, esta nueva etapa.

De la transparencia y profundidad con que la Concertación realice el debate dependerá, en buena medida, que logre superar este difícil momento para recomponer su cohesión, y así desempeñar eficazmente el rol opositor que debe cumplir. Una oposición con consistencia interna, que fiscaliza y propone mejoras a las políticas, es parte fundamental del buen funcionamiento de la democracia.

Esa reflexión interna debe apuntar a las causas más profundas de la derrota. Por eso, más que al análisis de las estrategias usadas o la eficacia de los apoyos, debe abordar las razones por las que este bloque ha perdido parte importante de su capital político en cuanto a su consistencia programática, cohesión interna y sintonía con el país.

Es en la pérdida de claridad sobre cuál es su proyecto común y las ideas en torno a las que se asocian sus partidos, donde parece estar la causa principal del debilitamiento concertacionista. Mientras ese proyecto estuvo claro -recuperar la democracia, dar un énfasis redistributivo al manejo económico o ampliar las libertades culturales- fue posible superar las diferencias. Con el tiempo, los disensos fueron sobrellevados por la vía de recurrir a los ejes del pasado, y a una supuesta superioridad moral, que la elección del domingo ha dejado sin sustento.

La definición de este proyecto enfrenta la evidente tensión entre sectores más moderados de la Democracia Cristiana y el ala más de izquierda del conglomerado, donde el llamado de  sectores a constituir un polo "progresista" obligará a enfrentar definiciones de fondo, especialmente en temas valóricos, económicos e institucionales.

El exitoso desempeño de la Concertación durante los últimos 20 años -todo un récord en apoyo popular y continuidad en el poder- tuvo como base la capacidad de mantener una cultura de coalición y contar con mecanismos para resolver las diferencias. "Al final la Concertación siempre se arregla", se dijo siempre. La salida de los senadores Zaldívar y Flores y la imposibilidad de concordar las primarias -el caso de Enríquez-Ominami- son ejemplos de la pérdida de esa fortaleza.

La recuperación de la cohesión enfrenta, primero, el desafío de reconstituir la convivencia interna en cada uno de los partidos, para luego establecer un nuevo pacto en la coalición. También asoma la necesidad de  acoger el reclamo de su electorado por la renovación de las dirigencias partidarias, lo que no es sólo una cuestión etaria, sino que debe ser entendida como la necesidad de nuevos estilos y menor incidencia de las camarillas internas. El logro de esta renovación estará probablemente cruzado por la expectativa de muchos de sus líderes de encabezar la nueva oposición.

La Concertación debe ahora definir también la forma como asumirá a partir del próximo 11 de marzo su rol opositor. En ese sentido, deben ser bienvenidas las declaraciones realizadas hasta ahora, en orden a realizar una oposición constructiva, apoyando las propuestas del nuevo gobierno que vayan en beneficio del país, pero al mismo tiempo, fiscalizando el cumplimiento de las promesas realizadas durante la campaña y la gestión del Ejecutivo. Esto, además de fortalecer la democracia, sintoniza con el deseo de la mayoría de los ciudadanos.

Una actitud intransigente y/o renuente a los acuerdos puede ser muy castigada por el país. En su debate interno, la Concertación debe mirar, también, el resultado de las parlamentarias, donde el electorado le quitó la mayoría en la Cámara y dio su apoyo a sectores moderados. Ese electorado aparece ahora pragmático y dispuesto a superar las diferencias del pasado -cerca de un tercio de los votos de Enríquez-Ominami fueron a Piñera en segunda vuelta-, lo que hace necesario una nueva sintonía que se aboque a los temas del futuro.