Señor director:

La reforma tributaria ha dado lugar a una prolífica discusión. No obstante, la derogación del DL 600 no ha sido objeto de análisis profundo, lo que preocupa considerando el impacto que puede tener en los niveles de inversión extranjera.

El Ejecutivo justifica su derogación bajo el argumento de que el país habría alcanzado un nivel de estabilidad institucional que haría innecesaria la mantención de regímenes especiales. Paradójicamente, dicha estabilidad se sustenta, en gran medida, en instrumentos como el DL 600. Este es mucho más que una herramienta que otorga invariabilidad tributaria al inversionista extranjero. De ahí que se le conozca como el “Estatuto de la Inversión Extranjera”. De hecho, actualmente, la invariabilidad tributaria es quizá uno de los aspectos menos atractivos del decreto, ya que la tasa impositiva garantizada es de 42%, bastante superior a la que rige hoy, por lo que muchos inversionistas extranjeros optan por renunciar a la invariabilidad.

Para acogerse a los beneficios del DL 600, los inversionistas extranjeros deben celebrar un contrato con el Estado, cuyas cláusulas no pueden ser alteradas unilateralmente por las partes. Este contrato-ley garantiza a los inversionistas extranjeros el acceso al mercado cambiario, a repatriar el capital originalmente aportado al país libre de impuesto (sin perjuicio de gravarse las utilidades obtenidas sobre dicha inversión) y el derecho a no ser discriminado ni tratado en forma discrecional por la autoridad de turno en relación con los inversionistas chilenos.

En un continente donde las reglas del juego a veces son poco nítidas, donde los capitales a menudo enfrentan trabas para ingresar y salir de los países, y abunda el establecimiento de regulaciones antojadizas, arbitrarias e incluso discriminatorias, la derogación del DL 600 debe llevarnos a reflexionar sobre las señales que pretende dar Chile en materia de inversión extranjera. El efecto de esta medida difícilmente será neutro, como quieren hacernos creer nuestras autoridades.

José Domingo Peñafiel