El 1 de diciembre pasado fue día de orgullo en la Universidad de Innsbruck, en los Alpes austriacos. El hombre del día fue un académico nacido en Chile, de origen brasileño y trayectoria internacional: Enrique Rodrigues-Moura. Hablando en perfecto alemán, presentaba al mundo la edición en facsímil de un vetusto ejemplar de la primera edición del Quijote, encontrado en las bóvedas de la biblioteca de la universidad. Se trataba de un valiosísimo ejemplar publicado en diciembre de 1604, semanas antes del lanzamiento de la primera edición oficial de la obra de Cervantes, fechada en 1605. Su descubridor era el investigador chileno. Entre los expertos cervantinos dispersos por el mundo, el hallazgo equivalía a la detección de una estrella desconocida para los astrónomos. Tras varios años de investigación, en 2003 Rodrigues-Moura pudo acariciar el ejemplar, olerlo, hojearlo en estado de éxtasis. Siguieron seis años de nuevas indagaciones y peritajes.
Cuando Enrique nació, en 1972, sus padres capeaban en Santiago el temporal de los gobiernos militares de Brasil. Cuando los uniformes llegaron a Chile, se trasladaron a España, donde Enrique se formó e inició una travesía académica bajo el alero de la Universidad Complutense, hasta ser actualmente profesor de letras y culturas hispánicas y luso-brasileñas en la Universidad de Göttingen, Alemania. Por el camino se desempeñó en la universidad austriaca de Graz, donde se topó con un artículo publicado hace 80 años en el que un catedrático de Innsbruck mencionaba un ejemplar de la primera edición del Quijote perteneciente a la universidad. Pero vino la Segunda Guerra Mundial, Innsbruck fue bombardeada y de ese Quijote nadie volvió a hablar. En 2003, Rodrigues-Moura asumió un puesto precisamente en la Universidad de Innsbruck y tirando de la hebra consiguió llegar al ejemplar. Curiosamente, no se trata de uno de esos antiguos libros enormes, sino de un tomo de tamaño equivalente al de un ejemplar de Harry Potter.
El Quijote inauguró hace cuatro siglos la era de la novela moderna. A diferencia de los héroes de caballería conocidos hasta entonces, rodeados de magia y seres sobrenaturales, el hidalgo don Quijote de La Mancha y su escudero Sancho Panza son los primeros personajes literarios semejantes a los de la vida real. Rodrigues-Moura, de hecho, plantea que el gusto del público estaba cambiando y el éxito del Quijote fue instantáneo. Pero antes, Cervantes y el editor Francisco de Robles debieron presentar el manuscrito al Consejo Real de Castilla en procura de la licencia de impresión, previo informe del censor Antonio de Herrera, quien concluyó que el libro "será de gusto y entretenimiento al pueblo". Francisco de Robles imprimió apresuradamente los pliegos en Madrid, en el taller de Juan de la Cuesta, y llevó varios ejemplares sin encuadernar a Valladolid, sede del Consejo Real, para el trámite final: la fijación del precio de venta mediante una "tasa" emitida por Juan Gallo de Andrada a 20 de diciembre de 1604, que establece un precio de "doscientos y noventa maravedís y medio" el ejemplar. Ahí mismo, el editor encargó a Luis Sánchez la impresión de varias unidades de la "tasa" y las hizo coser con los pliegos que había llevado, de modo que el Quijote comenzó a circular en Valladolid la Navidad de 1604, aunque estaba fechado en 1605. El grueso de la edición se encuadernó más tarde en Madrid, pero impresa en caracteres diferentes: la llamada "Tasa de Madrid". Hasta ahora se conocían sólo dos ejemplares de la pre-edición de 1604 con la "Tasa de Valladolid": uno de la Real Academia Española y otro de la biblioteca Newberry de Chicago. El reaparecido Quijote de Innsbruck es el tercero. En diversas bibliotecas hay una treintena de ejemplares con la Tasa de Madrid.
Subsiste el misterio de cómo llegó a Innsbruck. La explicación podría estar en la existencia entonces de dos ramas gobernantes de la dinastía real de los Habsburgo, una en Austria y otra en España. Entre las dos eran frecuentes los desplazamientos de nobles, cortesanos, tropas, sacerdotes y mercaderes, con escalas en Innsbruck. Probablemente, alguno de ellos llevó un ejemplar y se quedó allí.