Ya había anochecido cuando Sócrates golpea la puerta de mi casa.  "Amigo querido, acompáñame a casa de Crátilo a escuchar a un invitado suyo, un tal Udius de Abdera. Dicen que es un sabio". Al poco rato, ya estamos instalados en el salón de Crátilo. Se habla de la guerra. Udius explica con argumentos históricos por qué fue justo que los atenienses hayan dispuesto la muerte de todos los hombres adultos de Mitilene, así como la esclavitud de sus mujeres y sus niños. "Esa no es sino la consecuencia de haberse levantado en armas contra nuestra patria. Se lo buscaron. El castigo fue atroz, pero hay que entender que la guerra hace malos a los hombres buenos". Mientras así razonaba Udius, los presentes asentían: "Sí, la guerra, la terrible guerra".
Sócrates interrumpe para preguntar: "Sabio visitante: ¿Qué piensas del mandamiento de Hipócrates que ordena a los médicos abstenerse, en cualquier caso, de aplicar a la mujer embarazada un producto abortivo?". "Por supuesto que lo apoyo. Esa es, por lo demás, la voluntad de los dioses", contestó presto Udius. Sócrates replica: "¿Por qué, entonces, tratándose de unas vidas -la del embrión- propones defensas absolutas que ni siquiera admiten excepción en caso de violación y deformidad de la creatura, cuestión en que -por lo demás- coincido contigo; y, en cambio, respecto de otras vidas, igualmente sagradas, como la del rendido y el niño, aceptas que las circunstancias vuelvan legítimo lo injusto?". Udius no responde.
"Invitado ilustre -pregunta de nuevo Sócrates-, ¿qué piensas de las palabras con que Antígona le dice al Rey Creonte que ella desobedecerá el Edicto que prohíbe dar sepultura a Policines?". Udius respondió: "Estoy familiarizado, por supuesto, con las obras de vuestro gran Sófocles.  Comparto la idea de que existen leyes eternas e inmutables que están por encima de las leyes positivas. En caso de conflicto, obviamente, debemos obedecer a las primeras". A lo cual, Sócrates le señala: "¿Sabrás, entonces, que el pecado de Policines fue levantarse en armas contra su propia ciudad con la intención de tomar el poder? ¿Estarás de acuerdo conmigo en que aun cuando  Policines no podía sino saber que en caso de fracasar iba a sufrir un castigo atroz, ello no justifica que se le privara del más sagrado de los derechos: ser enterrado con el ceremonial apropiado por sus seres queridos (el derecho que, respecto de los despojos de Héctor, el gran Aquiles le reconoció incluso a su enemigo, el rey Príamo)?. Finalmente, Udius, ¿piensas realmente que la finalidad de salvar a la patria de la revolución -que es lo que motiva a Creonte- justifica moralmente hacer desaparecer los restos mortales del enemigo?".  Siguió un largo silencio.
Ya amanecía cuando Sócrates se despide. Me dice: "Joven amigo, espero haber alertado sobre la incoherencia de aquellos que, según cuál sea el asunto, pueden ser rigurosos absolutistas éticos un día y sofistas relativistas al siguiente. Confío en que escribas estas cosas y muestres a la posteridad el peligro de un tipo de pensamiento que, so pretexto de las costumbres, las mayorías o el contexto, puede llegar a justificar actos barbáricos que rompen el orden natural del mundo".