La luz de día se está acabando y la tensión se siente en el aire en medio del terreno baldío atrás de la salitrera Humberstone, donde se graba la miniserie Adiós al séptimo de línea. El calor del sol nortino dio paso, sin ceremonias, a un viento frío que congela hasta a los más abrigados, y el director de fotografía Antonio Quercia grita "¡Quedan 10 minutos!" e intenta apurar la filmación para aprovechar los últimos momentos de sol. Y es que si la próxima escena de batalla no queda registrada en ese momento, el atraso será total.
El sol se sigue ocultando y no hay caso. El actor Ariel Levy corre, grita y se lanza a la pelea, pero dos veces pasa por el lado equivocado de la cámara y se acaba el tiempo para lograr la toma. La productora, Mitzy Saldivia, le pide a Levy que se quede un día extra en Iquique, para poder terminar la secuencia. Mientras el director, Alex Bowen, decide que el resto se puede filmar a la luz de antorchas, y así ganar unas horas de rodaje. Finalmente, el día que debía terminar a las 6 de la tarde, se extiende hasta pasadas las 11 de la noche.
La jornada había comenzado temprano, a las 9 de la mañana, con la filmación de la escena que abrirá la miniserie que Mega estrenará en septiembre y que tiene el presupuesto más abultado de la historia de la TV (poco menos de dos millones de dólares): la supuesta muerte de Alberto Cobo (Nicolás Saavedra), que desencadenará toda la acción en esta adaptación de la novela épica de Jorge Inostrosa. Porque a partir de los reportes de la desaparición de su amado, la gran protagonista de la historia, Leonora Latorre (Fernanda Urrejola), emprenderá la aventura que la tendrá, incluso, como espía chilena en Perú durante la Guerra del Pacífico. "Lo más impactante es grabar in situ, en el lugar donde realmente ocurrieron las cosas. Eso te lleva a ponerte en el lugar de los soldados y lo difícil que era pelear en el desierto", cuenta Saavedra.
Al otro día, el consenso es que el esfuerzo de la noche anterior valió la pena. Esta vez en Huara, un caserío en la carretera camino a Arica, Saldivia comenta que las escenas nocturnas quedaron "muy lindas". Un poco más allá, muy empolvado, derritiéndose y ahora con la cara pegajosa por la sangre falsa que tiene esparcida en toda la cara, Levy está terminando su intervención como el teniente Moisés Arce. Todo lo que le queda es lucir muerto, pero bien muerto, con la mitad de la cabeza cubierta en la sustancia roja que el jefe de maquillaje le aplicó. Vuela la arena, el infaltable efecto especial que reina en las grabaciones en el desierto, gracias a un dedicado técnico que la esparce con una pala. Sigue el rodaje.
Bowen cuenta que aunque todo tiene sus complejidades, por la logística, las grabaciones en el Norte han sido las más difíciles de la producción. "Los recursos son escasos y las necesidades infinitas, y dosificar esos recursos ha sido complicado. Y las distancias. No tenemos todos lo vehículos que queremos, no todo el equipo puede alojar en la pampa, porque no hay dónde y eso agota", cuenta. Y remata: "La mayor dificultad pasa por cómo mantener un equipo humano trabajando, por tanto tiempo, en un lugar como este".
Capítulo aparte han sido los caballos, "la bendición y el karma" de la miniserie, como describe el director. "Es muy bonito cuando están en escena, pero es un tema moverlos. El caballo nunca se pone donde lo necesitamos". Incluso, suspendieron las grabaciones dos veces por los animales, en una ocasión cuando el camión que los trasladaba tuvo un amago de incendio, y en otra cuando uno de los caballos salió corriendo y al saltar unas vallas se hirió la pierna, lo que le causó una hemorragia.
Otra dificultad fue el terremoto, que no sólo retrasó el comienzo del trabajo, sino que causó problemas para la ambientación. Pamela Chamorro, directora de arte, cuenta que la fábrica donde mandaron a hacer los uniformes, Paños Bío Bío, quedaba en Concepción y, tras la tragedia, el lugar se vino abajo y el negocio quebró; también hubo locaciones que quedaron clausuradas o destruidas y otros proveedores que quedaron paralizados.
El proceso de ambientación de la miniserie comenzó dos meses antes del comienzo del rodaje, con la investigación histórica. La directora de arte cuenta que para se intentó hacer una recreación lo más fiel posible a la realidad, con la menor cantidad de adaptaciones. Y al final acumularon elementos para llenar los dos camiones de vestuario y los tres de arte con los que llegaron al norte. Para conseguir lo necesario, arrendaron en lugares como los departamentos de utilería de TVN y Canal 13. También mandaron a fabricar las bayonetas, que fueron de madera y de goma, para proteger a los actores en las escenas de batallas.
Al otro día, en locación en el Palacio Astoreca de Iquique, y con Urrejola en el lugar, el ánimo es de mayor relajo. Las filmaciones están en su última etapa, y algunos de los actores terminan sus intervenciones. Dayana Amigo registra su última escena y al finalizarla, todos aplauden y le dan un ramo de flores. Mientras, Urrejola se somete a otro cambio de peinado y vestuario, necesario para las numerosas escenas. Ella se muestra de buen ánimo e incluso se da tiempo para firmar autógrafos a las decenas de personas que se reúnen a mirar. Y luego sigue grabando. Antes de que vuelva a irse el sol.