A DIMISION de Benedicto XVI ha causado sorpresa en la Iglesia católica y un gran interés en el mundo entero. Sin embargo, esta dimisión no debiera sorprendernos tanto si consideramos la libertad, generosidad y lucidez de Benedicto XVI. Como Papa, como Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, o como teólogo, Joseph Ratzinger ha mostrado una inquebrantable pasión por la verdad, no buscando reconocimientos fáciles ni la adulación de quienes siguen los dictámenes del poder. En este sentido, la dimisión de Benedicto XVI no nos sorprende; ella es, más bien, la consecuencia lógica de una vida entregada al Señor, a su Evangelio de la vida y la libertad. Por ello, más bien, la dimisión del Papa ha sido motivo de admiración y gratitud. En todos los tiempos es admirable el testimonio de quienes viven en la libertad: de quienes no se dejan enredar en los laberintos del poder, de quienes buscan con sinceridad vivir según lo que piensan y creen, de aquellos que ponen su existencia al servicio de los demás.
A Benedicto XVI le correspondió suceder al gran Papa Juan Pablo II y durante casi ocho años ha guiado a la Iglesia en una de sus épocas más difíciles y turbulentas. Le ha correspondido asumir con valentía y verdad los graves casos de abuso sexual que han restado credibilidad a la Iglesia; ha invitado, en primer lugar a los católicos, pero también a los hermanos protestantes y los miembros de otras religiones, a un diálogo sincero, a la comunión en el servicio de la justicia y de la paz; a través de sus profundas y agudas enseñanzas no se ha cansado en mostrar el inseparable nexo de la fe con la razón humana. El Papa Benedicto XVI ha querido mirar con verdad y transparencia la realidad de la Iglesia. Sin embargo, su mirada no se ha quedado en los episodios o circunstancias de su presente, sino que ha procurado mirar nuestra realidad en la esperanza que conduce la historia hacia su plenitud.
Pero la dimisión del Papa no sólo ha sido motivo de admiración y gratitud, sino que también es motivo de esperanza. Podemos esperar que en la Iglesia Católica y en la sociedad entera el poder sea entendido como un servicio a los demás; podemos esperar que la libertad sea el distintivo más radical de la salvación a la que hemos sido llamados; podemos esperar que la fe sea un impulso para la inteligencia y la razón, y no un obstáculo para la creatividad del espíritu humano, un refugio de la ignorancia y de la superstición; podemos esperar que en este tiempo en que la Iglesia celebra los 50 años del Concilio Vaticano II, el Espíritu del Señor nos impulse a una permanente purificación y renovación, a fin de que seamos testigos creíbles del Evangelio de la misericordia y del perdón, de la justicia y de la verdad.
En un acto extraordinario de fe, de nobleza y de humildad el Papa Benedicto XVI ha querido dimitir a su oficio de Pastor de toda la Iglesia. La Iglesia está agradecida de su testimonio y se encomienda a su oración. El legado del Papa se apreciará en una comunidad de hombres y mujeres que viven en el absoluto de Dios y que, así, serán más libres para amar y servir.