El padre de Agustí Villaronga era cartero. Y fanático del cine. Coleccionaba revistas, figuritas y soñó con ser director. Y aunque murió joven, dejó en su hijo el deseo de vincularse con el séptimo arte. Tanto que éste a los 16 años mandó una carta a Roberto Rossellini, director del Centro Experimental de Cine de Roma, pidiéndole consejos. Recibió una respuesta, que lo instaba a persistir.
"El hecho de que haya logrado convertirme en director lo llenaría mucho de satisfacción", dice Villaronga a La Tercera, al teléfono desde España, recordando las más de tres décadas desde la muerte de su padre. Y persistió: a los 16 años dejó Mallorca para instalarse en Barcelona, y a los 18 se integró a la compañía de la actriz Nuria Espert con la que durante dos años recorrió el mundo como actor, en un montaje de Yerma, de García Lorca.
"Desde los 14 años tuve muy claro que quería ser director de cine. A esa edad me compraba libros de Christian Metz, cosas de semiótica que no entendía nada. Pero decidí hacer de todo para aprender del mundo del cine: figurinista, decorador. Y ser actor fue uno de ellos", cuenta.
El cineasta nacido en 1953 acumula nueve títulos entre ficción, telefilmes y documentales desde su debut en 1987 con Tras el cristal. Hoy está en la cresta de la ola por su último filme, Pan negro, ganador absoluto de los recientes premios Goya con nueve galardones, incluyendo mejor película y mejor director.
La cinta, que narra una fábula de crecimiento en los años posteriores a la Guerra Civil española, se exhibe mañana en Santiago como el título más atractivo del Festival de Cine Europeo que comienza hoy (ver recuadro). Y pese a su éxito, Villaronga no tiene muy claras las razones de aquello.
"Películas sobre la Guerra Civil se hacen muchas en España, es como un subgénero, algo tan propio como el western en EEUU", explica. "Pero no sé, me resulta sorpresivo su impacto. Cuando me la ofrecieron dudé en hacerla por lo mismo. Quizás el hecho de tener la estructura de un melodrama que habla mucho de los sentimientos, que se acerca mucho a los personajes porque son puros y los puedes comprender, sea una razón para explicar su éxito", cuenta Villaronga.
Exito esquivo
Basada en la novela homónima de Emili Teixidor, Pan negro gira en torno a Andreu (Francesc Colomer), un niño de familia republicana que un día descubre el cuerpo de un hombre y su hijo en el bosque. Las autoridades culpan a su padre y el pequeño inicia un camino para demostrar su inocencia, donde la miseria moral se aplica a todos por igual, incluyendo a los niños.
"La película y parte de mis películas hablan sobre la pérdida de la inocencia, de cómo un ser que en principio lo vemos como inocente, poco a poco se va transformando por el reflejo e influencia de los adultos", explica. "Se describe cómo la gente se va convirtiendo en monstruos en un entorno de posguerra donde no hay vencedores ni vencidos y donde todo el mundo está hecho mierda", cuenta.
El éxito de Pan negro ayudó a reconciliar a Villaronga con su propio trabajo. A menudo ha sido encasillado como director interesante y de buena crítica, pero disociado del gran público. Su primer título, Tras el cristal, estuvo en la competencia oficial de la Berlinale de 1986, y El niño de la luna (1989) compitió en Cannes y obtuvo el Goya al Mejor Guión original. Pero no es un director que podríamos considerar masivo. "Supongo que ha sido por los temas que he tratado. Mis películas son duras y enfocadas en el aspecto negativo de las cosas, con temas que no todo el mundo tiene ganas de mirar", dice. "Eso me ha dado una posición marginal frente al público. Creo que me han mirado con respeto, pero como un bicho raro. Hasta ahora", finaliza.