Suzanne Evans estaba en un momento de clara desesperación. Hace poco se había casado por segunda vez y enfrentaba el desafío de hacer funcionar una familia ensamblada y compuesta por Teddy y Daniel, hijos de los matrimonios anteriores de ella y su actual marido, Eric, y Trevor y Katie, hijos de ambos.

Para completar el panorama, acababa de asumir un trabajo de jornada completa desde la casa y estaba terminando una disertación para obtener su doctorado en Historia en la UC Berkeley. Obviamente, nada funcionaba. Los niños propios y ajenos no le obedecían, Katie insistía en arrancarse de la casa varias veces al día y Suzanne no conseguía tiempo ni siquiera para dormir... Algo tenía que hacer.

Un día cualquiera cayó en sus manos una copia de El príncipe, el cuestionado tratado de teoría política escrito por Maquiavelo en 1513 para un gobierno apacible, precisamente lo que ella necesitaba conseguir en su familia. A esas alturas, nada podía perder y se dijo que si a tantos políticos les había funcionado, bien podía ella beneficiarse de su aplicación en la casa. Estos fueron algunos de los preceptos que implementó y que le dieron resultado, según cuenta en su libro Maquiavelo para mamás: Máximas sobre el efectivo gobierno de los niños.

"Con aquello que no es tuyo ni de tus súbditos se puede ser considerablemente más generoso"

Con lo propio no. Una de las primeras cosas de las que Suzanne Evans se dio cuenta al releer El príncipe fue que Maquiavelo tenía una visión profundamente pesimista del ser humano. Los hombres, decía, eran volubles, hipócritas, ambiciosos y mentirosos, al punto que sus lealtades podían ser ganadas o perdidas con relativa facilidad. Para mantener a ese pueblo cautivo, Maquiavelo aconsejaba conservar una reputación de generosidad y buenos tratos, pero advertía que esa benevolencia nunca debía ser extrema: esto sólo haría que las personas dejaran de apreciarla y se volvieran cada vez más codiciosas.

Precisamente, lo que a Suzanne le ocurría con sus hijos. Acostumbrada a ser generosa, bastaba un viaje al supermercado para desatar una batalla eterna en la que cada niño quería algo diferente de cada nuevo pasillo. "Suficiente", se dijo.

Previendo la situación, un día, antes de entrar al supermercado, le dio a cada uno de sus hijos un billete de 10 dólares. "¿Qué es esto?", le preguntó Teddy. "Un billete de 10 dólares". "Eso lo sé, ¿pero para qué es?". "Es para que lo uses hoy. Pero eso es todo lo que vas a tener, así que úsalo sabiamente", le dijo ella.

De acuerdo al relato de Evans, durante ese viaje, los niños se fijaron por primera vez en el valor real de las cosas. Teddy, por ejemplo, devolvió indignada a la repisa una mochila de Justin Bieber. "¿Qué? ¿29 dólares? Es ridículo, no vale tanto". El viaje fue tranquilo y Evans logró ahorrarse mucho dinero sin dejar de consentir a sus hijos y mantenerlos contentos.

"El que es elegido príncipe con el favor popular, debe conservar al pueblo como amigo"

Un problema que a Evans le costaba solucionar era el de los hábitos de sueño de sus hijos. No sólo no conseguía que se durmieran a la misma hora todos los días, sino que cuando conciliaban el sueño, lo hacían en cualquier parte de la casa, menos en sus piezas. Sabía que tenía que ponerse dura y establecer límites, porque eso recomendaba Maquiavelo, así que se reunió con su familia y fijó como norma que todos debían estar en sus habitaciones y con las luces apagadas a las 8:45. Funcionó un par de días, pero luego esa hora se convirtió en las 9:00 y muy pronto, en las 10:00.

Suzanne y su marido, Eric, estaban agotados. Los niños no dormían y Katie, con síndrome de Down, despertaba a todos viendo televisión a las tres de la mañana. El tema es que la estudiante de doctorado no sabía cómo poner límites más firmes. Ahí se dio cuenta de que Maquiavelo le sugería completamente lo contrario a la rigidez, al señalar que el pueblo, o en este caso su familia, "sólo pide ser libre de opresión".

"Ahí me di cuenta de que mis hijos sólo pedían dormir donde se sintieran seguros, lo que era justificado. Pero la palabra clave era dormir: no reírse, no galopar, no ver a la rana René a las tres de la mañana. Dormir".

Y como eso era lo que realmente le importaba, suavizó las cosas. Les ofreció a sus hijos que podían dormir donde quisieran, siempre que lo hicieran a una hora razonable y que dentro de dos meses debían comenzar a dormir en sus piezas. Resultó. Todos comenzaron a descasar de verdad y al cabo de ese tiempo, todos dormían casi siempre en su pieza.

"Un capitán debe, entre todas sus acciones, procurar con todas sus artes dividir las fuerzas del enemigo, ya sea haciéndole sospechar de los hombres en quien él confía o dándole motivos para que separe sus fuerzas, y debido a esto, se debilite"

(Del arte de la guerra, 1532)

"Ya estaba familiarizada con la estrategia del 'divide y vencerás': nuestros hijos son maestros en hacer que mi marido y yo nos enfrentemos para conseguir lo que quieren", dice Evans en un artículo publicado en The Wall Street Journal (WSJ). Por eso, decidió imitarles la estrategia para dividirlos y hacerlos competir entre ellos.

"Excelente", le dijo a Teddy cuando llegó a casa con buenas notas, a lo que siguió una salida a comer al restaurante que ella eligiera. Para Daniel, que no había obtenido tan buenas notas, no hubo nada más que la vergüenza de haber perdido una batalla contra su hermana chica.

Por muy retorcido que suene, la estrategia rindió frutos: al finalizar ese año escolar, Teddy y Daniel tenían excelentes notas. "Al enfrentar a mis hijos entre ellos, obtuve lo que quería y ambos se beneficiaron".

Un principe prudente no debe mantener su palabra cuando en ello se conduzca de modo contrario a sus intereses"

No. Evans no habla de mentiras blancas, como decirle a una niña que es una gran gimnasta cuando apenas puede hacer la rueda. En WSJ, comenta que en una ocasión ella y su marido habían sido invitados a un evento de golf en Santa Barbara por el fin de semana. Se suponía, como siempre, que esos días debían estar dedicados a las múltiples actividades de los niños, pero Suzanne sentía que ya no podía más y que tenía que escapar de la casa por unas horas para no perder la cordura.

Para evitarse la pataleta de los niños, que obviamente iban a insistir en acompañarlos, simplemente les dijo que ella y su marido debían salir en un viaje de negocios por el fin de semana. Asunto resuelto. Los niños no molestaron y ellos pudieron volver tranquilos y relajados después de un fin de semana lejos de la casa.

Eso sí, Evans recomienda tener cuidado con esta estrategia. En otra ocasión, cuenta en su libro que usó la misma política frente a una tragedia. La gata de sus hijos, que había tenido gatos hace poco, había sofocado accidentalmente a uno. Sin saber qué hacer ni cómo explicar la ausencia del cachorro, Suzanne le dijo a su hija Teddy que había tenido que llevar al gato al veterinario, porque no estaba comiendo y debían revisarlo. Su hija se tranquilizó. Sin embargo, todo empeoró cuando Teddy escuchó a Suzanne contarle a su abuela sobre la muerte del gato, tras lo cual se sintió profundamente defraudada. "Nota para los padres: si deciden engañar a sus hijos, al menos sean un poco más astutos de lo que yo fui", dice Evans.

"Las dos bases fundamentales de cualquier Estado son leyes racionales y poderosas fuerzas militares"

Suzzane había logrado someter a cierta disciplina al resto de sus hijos, pero Katie escapaba de sus posibilidades. No sólo no lograba comportarse dentro de la casa, sino que su hábito de escaparse en todo momento se había vuelto no sólo inmanejable, sino tremendamente peligroso para ella misma. Suzanne deja claro que no cree en los castigos físicos, pero en una ocasión en que Katie huyó una vez más de la casa, sintió que no le quedaba otra opción para hacerse entender: "Para ser honesta, en el momento en que no podía encontrarla tenía más susto que rabia. No estaba pensando en las reglas de Maquiavelo. Simplemente era una madre aterrada tratando de que mi hija no tuviera ese comportamiento peligroso. Así que en ese estado primario de miedo y frustración, le di una palmada".

Katie abrió unos inmensos y aterrados ojos mientras su madre le repetía, por enésima vez, pero ahora con más fuerza: "No salgas de la casa sin tu papá o yo". Sin embargo, con el tiempo, Suzanne se dio cuenta de que poco podía transformar el comportamiento de su hija con esa práctica y estableció un castigo claro y sistemático, para que lo comprendiera. Cada vez que se arrancara, debería pasar media hora en su habitación sin ningún tipo de entretención. "Lo siento, Katie, ya conoces las reglas. Y desde ahora en adelante, cada vez que elijas romperlas, esto es lo que yo elijo que pase. Cada vez".

Evans dice que le está dando resultado.