Las luces que iluminan a los clientes que toman y conversan en las mesas del local bajan. Suben las del escenario, que alumbran a los músicos rodeados de retratos de otros intérpretes que han pasado por el mismo recinto. Una voz en off le da la bienvenida al público, que comienza a dirigir su atención hacia el proscenio: "Buenas noches, bienvenidos a Thelonious. Esta noche tocarán para nosotros en la batería Francisco Molina, en el contrabajo Rodrigo Galarce y en el saxo tenor, Agustín Moya". La música empieza a sonar, ya nadie habla. Porque quienes asisten a este club de jazz no van a conversar, ni a reírse a todo volumen. Acuden a escuchar en un silencio respetuoso.
"El concierto es una ceremonia, un ritual. Todo el tema de la iluminación y de la presentación formal de los músicos es para involucrar a todos en lo que va a suceder", dice Erwin Díaz, dueño y alma del local más antiguo y especializado en jazz de la capital.
Bautizado en honor al jazzista estadounidense Thelonious Monk, está ubicado en calle Bombero Núñez con Dominica, en el barrio Bellavista, y funciona desde hace nueve años, cumplidos el 14 de agosto recién pasado. Ofrece 10 conciertos a la semana, dos por día, entre las ocho de la noche y las 2 de la madrugada, de martes a sábado.
"El Thelonious le ha dado estatus profesional al jazz en Santiago. Ahí toca y va mucha gente joven. No como el Club de Jazz, que es más de gente mayor. Ese lugar de Bellavista es la esperanza del futuro", dice José Hosiasson (81), socio fundador y miembro honorario del Club de Jazz de Santiago y cliente frecuente del Thelonious.
En la capital, la escena del jazz es pequeña y todos se conocen. Tanto así, que en la carta del Thelonious el café con Baileys se llama Pepe Pope, en honor al seudónimo de Hosiasson, fanático de esa bebida.
El Club de Jazz de Santiago existe desde 1943. Ha tenido cinco sedes, la primera en calle Merced y la última en una casona en Macul con Irarrázaval, que quedó gravemente dañada después del terremoto de 2010 y finalmente fue vendida por su dueña.
En ellas tocaron músicos tan reconocidos como Louis Armstrong y Paquito D'Rivera. Actualmente, el club funciona de forma itinerante, entre el teatro de la Corporación Cultural de La Reina, en Santa Rita con Echeñique; la sede de calle Moneda del Instituto Chileno Norteamericano, y el restaurante La Chimenea, en el pasaje Príncipe de Gales con Moneda, un local familiar con años de historia en el mundo del jazz.
"Cuando el club se quedó sin sede, se abrió el circuito del jazz, por la insistencia de los propios músicos, que no tenían dónde tocar. El público también está en aumento. Hace un mes tuvimos 300 personas en un recital, de edades totalmente transversales", dice Edgardo Cruz, presidente de la directiva del Club de Jazz.
Ahora están en conversaciones para que se les permita usar la casa Maroto, inmueble construido en 1920 y que cobijó una sede de la Cruz Roja por 32 años en Av. Ossa esquina de Hannover, en La Reina. Este recinto de tres pisos fue adquirido en 2006 por el grupo Plaza, que está construyendo ahí un centro comercial, el Mall Plaza Egaña. Sin embargo, debe conservar la casona, porque fue declarada de conservación histórica por el Consejo de Monumentos. Cruz asegura que ya tienen un acuerdo de palabra.
Otro club de jazz que funciona hace tres años es el del restaurante Le Fournil, en el Patio Bellavista. El local destinó para éste un pequeño subterráneo, con un escenario y un bar, en el que caben 60 personas y tienen una programación de martes a sábado, con un grupo que toca dos sets de composiciones, interrumpidos por un intermedio. Los recitales empiezan a las 10 de la noche.
Pero hay muchos otros lugares en la capital donde es posible ir a tomar un trago y comer algo escuchando este género musical. No son locales especializados, pero incluyen este estilo en sus programaciones.
La oferta cruza toda la ciudad: desde el centro de eventos Kahuin, en Peñalolén, pasando por Bigas resto-bar en Plaza Ñuñoa, los bares Cinco Minutos y Rubik en el barrio Italia, el Catedral en el barrio Bellas Artes, hasta el restaurante Mesón Nerudiano, en calle Dominica, que tiene viernes de jazz desde hace siete años.
"La escena está buenísima, se está masificando. Nos hemos metido en las municipalidades. Yo produzco el Festival de Jazz de Las Condes, por ejemplo. El jazz va en camino a ser música popular", remata el trompetista Cristián Cuturrufo.