Hace exactamente 50 años, la mañana del domingo 13 de agosto de 1961, Ursula Bach escuchó por la radio que las autoridades de la República Democrática Alemana (RDA) estaban levantando un muro para cortar de raíz la emigración de sus ciudadanos a Occidente.
Antes de la construcción del muro, 2.000 ciudadanos de Alemania Oriental llegaban por día a Berlín Occidental, provocando una enorme sangría en la población de la RDA. Más de 3,5 millones de alemanes orientales dejaron ese Estado desde su fundación en 1949 hasta agosto de 1961, lo que representaba el 20% de la población de la Alemania comunista. El gobierno de la RDA esgrimió como argumento para justificar la construcción del muro que era una "medida de protección antifascista".
Ursula Bach fue una de esas emigrantes. Tenía 18 años y estaba embarazada. Pese a estar enamorada de Fried, su novio y padre del hijo que esperaba, tomó la decisión de viajar con su familia a Occidente. Su novio, un comunista convencido, no quiso hacerlo. Y con el levantamiento del muro, Ursula entendió con el tiempo que la separación de Fried se volvería insalvable. "No podía creerlo. Nunca pensé que sellarían herméticamente la frontera", declaró Bach al diario británico The Guardian. Así fue. Nunca volvieron a verse, y su hijo, Andreas, sólo vino a tener noticias de su padre una vez que cayó el muro, en 1989.
Ese 13 de agosto, Jan-Aart de Rooij tenía 14 años, era de Berlín Oriental y estaba participando en un campamento juvenil en la República Federal de Alemania (RFA), para que los niños de la ciudad pudieran respirar aire puro. Dos semanas después fue enviado hasta Berlín, pero mintió y dijo que lo dejaran en el lado occidental donde un pariente lo recogería. Pasó tres semanas durmiendo en la calle, pidiendo dinero y viendo los avances del muro.
Hasta que un día fue al sector estadounidense y le pidió ayuda a un funcionario. Este le dio un carné y lo puso en un avión rumbo hacia la RFA. No volvió a ver a su madre hasta 1970, cuando ella obtuvo un permiso de salida. "En realidad, a mí me gustaba vivir en la RDA. Era pionero y tenía a todos mis amigos y familia allí. Pero a mí me gustaba el oeste, porque ahí podía comprar otras cosas, como revistas de Mickey Mouse, naranjas e historias de vaqueros", dijo De Rooij, ahora de 64 años, a The Guardian.