Recién terminada la función de prensa de Efectos colaterales, en el último Festival de Berlín, Steven Soderbergh se apersonó en el hotel más próximo al Berlinale Palast, donde se había proyectado la cinta. Lo acompañaban Jude Law y Rooney Mara, dos de sus protagonistas, además del guionista y productor Scott Z. Burns: para las fotografías de rigor, primero, y luego para encontrarse con la prensa acreditada. Y en lo que tomó todo el proceso, el cineasta se vio de buen semblante, ataviado como estaba de camisa negra y una chaqueta beige que lucía un oso dorado: un pin alusivo al certamen donde enteró cinco participaciones, "que es más de lo que he estado en ningún otro festival".

Efectos colaterales es un thriller sicológico recibido con entusiasmo por quienes vieron en él un saludable regreso del director de La gran estafa al cine de género. Incluso hubo inmediatas menciones a lo "hitchcockiano" de la película (lo que no deja de llamar la atención, considerando que el suspenso de Hitchcock opera normalmente a partir de premisas diferentes a las de este largo).

Sin embargo, había en juego algo más que la recepción de un filme. Había expectación respecto del que podía -o debía- ser el último largometraje en la carrera de Soderbergh: el nativo de Atlanta había anunciado su retiro, diciendo incluso que se iba a dedicar a la pintura. Que la narrativa hollywoodense lo tenía cansado. Que los planos y las escenas se le repetían cada vez que rodaba. Que ya estaba bueno.

El caso es que Soderbergh debió hacerse cargo en Berlín de aquella inquietud. Y entre sumas y restas contestó la pregunta, aunque en un principio con suficiente ironía como para no tomarlo suficientemente en serio. "Me gustó la idea de hacer un thriller, ahora que llego al ocaso de mi carrera", tras lo cual vinieron las risas, del panel y de la prensa.

Eso sí, acto seguido estuvo más cerca de tomar el asunto por las astas: "Con independencia de cuán largo sea este receso, quería que la película fuera divertida de hacer. Y de ver". Efectivamente, entonces, hay un receso. Eso cuenta como una respuesta.

Huellas y pastillas

Nutrida por la pulcritud y la prolijidad características de Soderbergh, Efectos colaterales arranca con una vista de Manhattan desde lo alto. Sin corte alguno, como en el plano inicial de Psicosis, el lente se acerca a un edificio en particular y, luego, a un departamento de ese edificio donde ha ocurrido un hecho de sangre. Luego todo se va a negro y aparece una leyenda -"tres meses antes"- que apunta a explicarnos el origen de la sangre derramada.

Emily (Mara), es una tierna y frágil mujer de 28 años cuyo esposo (Channing Tatum) ha pagado en la cárcel por el uso de información privilegiada. Con el hombre de vuelta en casa, todo debería estar mejor para ella, pero no. Un cuadro depresivo la lleva incluso a intentar el suicidio. Así es como conoce al siquiatra Jonathan Bamnks (Law), quien la toma a su cargo. Llegado el minuto, y ateniendo a su mala reacción a los medicamentos, el médico le receta uno nuevo. A ver qué pasa. Pero lo que sucede no es precisamente lo esperado.

Con un discurso que cuestiona, aunque hasta por ahí nomás, el rol de las grandes farmacéuticas a la hora de restablecer los equilibrios químicos en los cerebros de las personas, la película es también de esos thrillers donde las cosas no son lo que parecen, donde hay más de un giro que descoloca y donde hasta el punto de vista de la narración cambia de lugar.

La idea original fue del guionista Burns, quien hizo investigación en hospitales mentales y en la sicofarmacología e incluso aspiraba a dirigir la cinta. Pero terminó asociándose con Soderbergh, a quien no le complicó tomarse el tiempo para esperar que el músico Thomas Newman terminara de hacer el soundtrack del último James Bond para hacer el suyo. Y eso valió la pena.

"Lo más difícil fue encontrar el balance adecuado para los primeros 35 a 40 minutos", afirma Soderbergh. Y, tal como lo cuenta, es como si lo demás hubiese sido pasarla bien y clavar nuevas banderas.

"Siempre trato de aproximarme a cada película como si ésta destruyera todas las que hice antes", afirma el director. "Este es un tipo de película que no había hecho antes. Quería hacer algo que fuera puro músculo. No quise un plano extra ni un momento extra. Quise que todo fuera tan claro y tan limpio como se pudiera. Creo que fue el pintor (James MvNeill) Whistler quien dijo que se requiere muchísimo trabajo para borrar todas las huellas del trabajo. Y así me aproximé al asunto. En ese aspecto, fue algo divertido y desafiante".