Sebastião Salgado nunca imaginó que ese viaje de trabajo a Africa cambiaría para siempre el rumbo de su vida. Como economista de la Organización Internacional del Café (OIC) en Londres, pisó por primera vez Ruanda en 1971 para visitar las plantaciones de té. Recorrió el interior del país armado de una cámara Leika, que cuatro años atrás había comprado su esposa. La excursión fue reveladora: Salgado se fascinó con la naturaleza virgen del continente, a la vez que se impactó con la miseria, el caminar errante de los nómades por el desierto y las secuelas de la guerra.

De vuelta en París, lugar donde se exilió en 1969 luego de salir de Brasil, su país natal, Salgado ya había decidido dejar la economía para ser fotógrafo. Una decisión sabia: en nueve años trabajó para las agencias Sygma, Gamma y para la prestigiosa Magnum Photo, convirtiéndose a estas alturas en uno de los fotoperiodistas más reconocidos del mundo.

Durante 30 años Salgado produjo alrededor de 40 fotoreportajes donde retrató la belleza y miseria del continente negro. Una reedición de su libro Africa, de 2008, con 221 imágenes en blanco y negro, acaba de llegar a Chile, editado por Taschen y distribuido por la librería Contrapunto.

Se trata de la antología más completa del trabajo de Salgado, complementado con textos de Mia Couto, uno de los escritores mozambiqueños más reconocidos. El volumen se estructura según los temas que han marcado la historia de esa parte del mundo: el fin del apartheid y la caída de los regímenes coloniales, retratados en los habitantes de Mozambique y Angola; la hambruna en el apartado territorio de Sahel; los orfanatos, los hospitales y colegios, además de la belleza de Grandes Lagos y el Africa austral, las plantaciones de té y la exuberante vegetación y fauna.

"Africa es un enigma para mí. Descubrir su belleza fue para mí como una especie de marca. Incluso hoy es un referente, sus colores, y la temperatura. Durante 1974 y 1975, la violencia extrema en Angola, la guerra y las atrocidades que vi allí, me hicieron decir: 'No, no volveré más'. Acabé regresando y regresando", ha dicho el propio Salgado.

Ráfaga única

La primera foto que marca el inicio del duro recorrido por el Africa de Salgado es una larga fila de camionetas con las tropas del ejército portugués a bordo, que se desplazan desde la ciudad de Nampula hasta la base militar de Mueda. Corre 1974, un año antes de que Angola ganase su independencia de Portugal. A la vuelta de la página, imágenes que inmortalizan el día histórico del 11 de noviembre de 1975: un grupo de africanos del Movimiento Popular para la liberación de Angola, celebran, estrechando sus brazos. Mia Couto grafica, en el prólogo, la emoción de esos días capturada por el brasileño: "Salgado visitó el continente africano en tiempos de cristal y de lágrimas, presenció la consumación de la tragedia, pero también la eclosión de la esperanza".

Sin embargo, la violencia y la pobreza de la región estaba lejos de desaparecer. En 1994, y con varias batallas como antecedente, se produce uno de los episodios más cruentos, ahora en Ruanda: el exterminio de la población tutsi, de parte del gobierno hegemónico hutu, que terminó con alrededor de 800 mil muertos. Para Salgado el episodio fue particularmente difícil. Joseph Munyankindi, su amigo y guía en los primeros años de visita en Africa, fue una de las víctimas. Hutu de origen, su esposa era tutsi y ya había sido encarcelada varias veces, acusada de espionaje. Cuando Salgado regresó en 1995 para retratar las consecuencias del genocidio, se enteró de que Munyankindi y toda su familia había sido asesinados. Es a él a quien el fotógrafo dedica el volumen.

El recorrido continúa, con apacibles fotos del desierto del Sahara, los valles de Namibia y un gorila acicalando a su cría en Ruanda, imágenes que pronto son contrastadas con registros de niños hambrientos, salas de clases atiborradas, varios éxodos y la dura vida en los cafetales.

Aunque en general el trabajo de Salgado ha logrado aplausos resonantes, muchos lo rechazan, tildándolo de incorrecto por embellecer con desmesura el dolor y omitir muchas facetas de Africa, como la nueva riqueza y la vida urbana. Su mayor detractora fue la intelectual estadounidense Susan Sontag, quien lo calificó de "santurrón" y escribió: "La gente puede sentir que estas tragedias son tan inmensas, irrevocables, épicas, que no se puede hacer mucho al respecto. La compasión sólo es abstracta". Otros, en cambio, lo defienden: como el cineasta Walter Salles (Diarios de motocicleta), quien subraya que "es un trabajo de soplo épico, que interroga sin intentar proponer soluciones dogmáticas". De cualquier modo, la potencia de las imágenes deSalgado es indudable. Hay un compromiso real y sentido con la gente que retrata, visible no sólo en Africa, también en el resto de sus retratos de Brasil, India, Guatemala o Colombia.