No soy un usuario particularmente activo -menos un fanático- de los emojis, pero como cualquiera que usa WhatsApp estoy familiarizado con ellos. Los veo seguido. Todos los días. La gente (conocidos, amigos, mi mamá) los usa muchísimo. Cada vez más.

Tomo mi celular y noto que los estoy ocupando más de lo que creía. En casi todas las ventanas he puesto uno recientemente. Incluso encuentro un diálogo sólo realizado con emojis (un amigo me manda una cara de sueño     , le respondo una similar y fin, ambos sabemos que estamos en el trabajo sufriendo las consecuencias de haber salido a mitad de semana).

Pero el tema con estas figuras infantiles y absurdas que se han tomado nuestra comunicación y parecen disputarles protagonismo a las palabras va más allá. Más allá de simplemente adornar con un dibujito de una pizza un diálogo sobre un posible almuerzo. Más allá de que una carita sonrojada sea la manera más eficiente de expresar que algo nos da vergüenza.

A menudo los experimentamos en su gigantesca ambigüedad. ¿Tomará en cuenta una amiga que el corazón que le envié para cerrar una conversación es azul y no rojo y que intentaba con ello únicamente expresarle cariño fraterno? ¿Tan preocupado de caer mal estará un amigo que acompaña cada frase con una cara sonriente? ¿Habrá habido siquiera una vez en la que alguien realmente haya llorado de risa al enviar la muy popular cara con lágrimas de alegría? ¿Por qué un sujeto al que apenas conozco me invade con un ejército de estos signos? ¿Será signo de confianza o de falta de seriedad usarlos en el trabajo? ¿Por qué se usa tanto un emoji tan extravagante como un sonriente montoncito de caca (sí, sonriente)? ¿Qué tiene el emoji de esmalte de uñas rosado que las mujeres lo usan cada vez más?

“Es como ridículamente femenino y tiene dos usos”, responde a esta última pregunta Elisa Alcalde (27), una egresada de cine que utiliza los emojis como si hubiese nacido con ellos. “Un uso es el de princesa, como de ni ahí contigo, como alguien que habla con desdén, y el otro es como de campeona, como ‘hoy hice muy bien tal cosa + emoji de uñas’”, explica.

Elisa no sólo los ocupa para enviar mensajes desde su iPhone. También los usa en Twitter, en Instagram y en Gmail. Incluso han permeado su vida no virtual. Uno de sus tantos tatuajes -uno que es un simple cuchillo- está basado en un emoji (hecho que la emparenta con el respetado rapero canadiense Drake, que se tatuó el popular emoji de las manos rezando). Una vez, mientras trabajaba en un medio digital, Elisa tuiteó desde la cuenta oficial algo con emojis y sus jefes le llamaron la atención. Creían que le restaba profesionalismo al contenido, algo que ella no comparte.

Si bien hay gente que, como ella, puede usarlos tanto en situaciones informales como serias, parecieran florecer más  en contextos de ironía, humor o de complicidad amistosa o sentimental. Piensen en el corazón partido     . ¿Alguien de verdad en esa situación creerá que esa figurita refleja su tristeza? No. Es mucho más común que se use, por ejemplo, para molestar a una persona que acaba de avisarte que ya no podrá acompañarte al supermercado.

Los emojis tampoco se llevan bien con la maldad. Como apuntó la revista New York Magazine, incluso las figuras malvadas dan risa o se ven tontas. No es que un matón atemorice a una víctima enviando un mensajes del tipo “te voy a matar” con una carita de enojo y una pistola, aunque quién sabe.

El chef Marco Turu (33) ocupa emojis profusamente en su Twitter (@marcoturu) para dar opiniones e ideas divertidas, pero también de manera más seria, para difundir conceptos relativos a la alimentación saludable y la ayurveda (medicina tradicional de la India). “Ayudan a una comunicación más entretenida, a captar más la atención, a que el contenido sea más didáctico”, dice. También teoriza al respecto: “Obvio que también tiene que ver con recobrar el uso del símbolo como medio de comunicación, que es algo que ha existido desde que se inventó la escritura”.

Delia Rodríguez (35), directora de Verne, sitio del diario El País dedicado a internet, ve virtudes en ellos. “Los emojis son una forma eficiente de comunicar algo. Y en internet si algo triunfa es precisamente lo que hace más sencilla la comunicación humana. Si en lugar de poner ‘lo que acabas de escribir me parece extremadamente gracioso’ puedes decir :), lo absurdo es no hacerlo. Además, suple la falta de contexto: ante la duda sobre cómo debe ser interpretado un mensaje apoya el significado. No todo el mundo es capaz de expresarse perfectamente por escrito y reduce los malentendidos. Otra función más: sirve de código compartido en un grupo. Si sabes usar la berenjena o la flamenca del WhatsApp significa que compartes cierta cultura internetera y eso cohesiona el grupo y lo diferencia de los que no son miembros”.

Un poco de historia

Los 722 emojis que hoy están presentes en casi cualquier smartphone tienen, desde luego, una historia mucho más reciente que la de las 27 letras del alfabeto. Y tienen dos padres identificables. El primero es Shigetaka Kurita, diseñador de una empresa japonesa de telefonía móvil llamada NTT Docomo. A fines de los 90, cuando la compañía buscaba diferenciarse de sus competidores y atraer al público adolescente, a Kurita se le ocurrió agregarles pequeñas imágenes a las funciones de mensajería (algo que iba un paso más allá de los llamados emoticones, figuras hechas principalmente con letras y caracteres del teclado). Él mismo dibujó un primer set de emojis (en Japón “e” significa “imagen” y “moji”, letra) que se editó en 1999 y resultó tremendamente exitoso.

El otro gran responsable es el norteamericano Willem Van Lancker, parte de un grupo de diseñadores de Apple que tuvo la misión de crear los emojis para el iPhone en Japón, donde ya eran una costumbre. Van Lancker terminó creando más del 80 por ciento de las figuras, sin saber que el set de Apple luego traspasaría las fronteras del País del Sol Naciente y se haría universalmente popular.

Aquello explica muchas cosas. Para empezar, el hecho de que haya tantos íconos evidentemente japoneses y otros que a ojos occidentales parecen absurdos. El montoncito de caca sonriendo     , por ejemplo, cobra mucho más sentido cuando uno se entera de que en ese país es una muy extendida señal de buena suerte. Este origen también explica la existencia de tantas figuras que evocan ternura o “kawaii”, adjetivo cuya posible traducción es “adorable”, y que tiene presencia transversal en la cultura japonesa.

Que el set de emojis tenga escasa diversidad racial y cultural también tiene que ver con esta génesis tan específica y es algo que no es tan rápido de remediar, por cuestiones de codificación computacional. Pero aunque el Unicode Consortium, organismo que vela por el código universal para los distintos sistemas operativos, ya lanzó 250 nuevos emojis, que apuntan a corregir las omisiones, todavía falta que empresas como Apple o servicios como Twitter los incorporen.

Arquitecta y creadora de la empresa de origami Piqui-Niqui, Mitsue Kido (31) dice ser una “emojilover” y reconoce que ello tiene estrecha relación con su ascendencia japonesa. “Allá hasta el folleto del banco tiene un monito. En el metro, en todas partes hay monitos tiernos. Es parte de la cultura”, dice y reconoce que los usa bastante con ese mismo ánimo. “Eso es algo informal. No te vas a estar peleando con esos monitos. Y también los ocupas mucho para suavizar cosas que has dicho”.

Además de utilizarlos y darles su propio sentido (como el con cara de diablo      , que confiesa haber usado como signo de coquetería), acostumbra a armar suerte de jeroglíficos con emojis, algo que también es bastante usual entre la gente más joven. Consiste en juntar varios y así acentuar, matizar o multiplicar significados y sentidos. Kido es tan asidua a los emojis que dice detestar la nueva moda de enviarse mensajes de audios por WhatsApp.

Cuestión generacional

Pese a que los emojis estén fuertemente asociados a las nuevas generaciones, más visuales y que utilizan incluso más la mensajería que la interacción cara a cara (al menos en Estados Unidos, según un estudio del Pew Research Internet Project), los mayores parecieran haberse adaptado rápido. Eso sí, algunos siguen demostrando cierta torpeza a la hora de usarlos.

“Mis papás lo ocupan, pero a veces no muy bien”, dice Catalina Bu (25), ilustradora y autora de la historieta Diario de un solo, por lo que tiene una aproximación al tema no sólo de usuaria, sino también de dibujante.

“Una vez mi papá me trató de decir que un emoji significaba otra cosa, como un código interno para despistar a los demás. Por ejemplo, que ‘plantita’ significara que estaba en una reunión. Y fue muy chistoso y no funcionó, porque los emojis son más literales y los chats son privados, no necesitan codificación”, recuerda.

Catalina, cuya descripción de su perfil de Instagram tiene apenas un par de palabras y más de 50 emojis, dice que en su caso se volvieron una necesidad. “El tono es casi imposible de explicar con palabras en un chat, entonces son supernecesarios para expresarse bien”.

¿Y cómo es que antes nadie los necesitó para escribir una carta o cómo es que un escritor prescinde de lo más bien de ellos?, le pregunto. No pica el anzuelo. “Son formatos que se leen de manera distinta. Son intenciones diferentes y por ende el lenguaje es distinto. El chat es inmediato, es corto y es útil de esa manera”.

Delia Rodríguez, la experta del diario El País, también ensaya una defensa: “Tras la oposición a los emojis sólo hay elitismo cultural, miedo a la tecnología y falta de sentido del humor. Los lingüistas no creen que vayan a terminar con el lenguaje escrito, saben perfectamente que cada medio tiene sus códigos y que eso no significa que el idioma esté en decadencia. De hecho, el español nació como abreviaturas y notas en el margen de un libro en latín”.

Chistes internos

Pese a que son un lenguaje universal -y allí radica parte de su poderío, que un emoji se entiende tanto en Egipto como en Rusia y Chile- lo cierto es que también son útiles y muy elocuentes para códigos internos específicos.

Ángela Díaz (34), periodista y crítica de cine en radio Universo, no tendrá un tatuaje de emoji pero tiene dos pins. Dos prendedores que mandó a pedir a Canadá para ella y dos amigas con las que tiene un grupo de WhatsApp llamado “Las retailers”, una broma que alude a que por cuestiones de trabajo están obligadas a ir mucho al mall. Uno es el del fajo de billetes con alas, que usan para simbolizar que la plata se les va volando, y el otro es el montón de excremento que sonríe.

Díaz, quien naturalmente no puede evitar reírse a medida que explica las razones, cuenta que viene de cuando las tres trabajaban en el mismo lugar. “Lo usábamos para pelar a la gente de la misma oficina. Símbolo de que alguna persona era nefasta”, dice. Los dos emoji, por supuesto, acompañan al nombre del grupo dentro de WhatsApp.

Fuera de ese ámbito, Díaz también habla de su experiencia y las reglas no escritas que ha ido aplicando para utilizar estos signos. Como que no los usa con la gente que no tiene confianza, que le choca que otros los ocupen para cosas de trabajo o que cuando alguien responde los mensajes sólo con palabras no vale la pena enviarle emojis.

Cuando pienso que estoy bastante lejos de usar un pin de un emoticon, me doy cuenta de que no es tan así, de que el grupo de WhatsApp que más frecuento tiene, de hecho, un emoji en el título. Es un cigarro. No porque el grupito de amigos que lo compone sea especialmente fumador. Es una suerte de chiste interno, que asocia el objeto con una excusa para salir a hacer cualquier cosa, cualquier día. Una idea que el emoji, al menos en ese contexto, expresa mejor que varias palabras.