La sensación que dejaban en la boca era un infaltable en las funciones de los cines del centro de Santiago a fines de los años 60. Los calugones Pelayo se fueron posicionado rápidamente entre los parroquianos, porque su receta incluía leche y se notaba.
La forma en que su fundador, Pelayo Monroy, empezó a expandir su marca no deja de ser curiosa. Como en los 60 no todos los capitalinos tenían televisor, los vecinos se arrimaban al afortunado que ya la hubiese comprado. Y allá llegaba Monroy, montando su bicicleta, a vender sus calugas a "peso" a sectores como San Miguel, La Cisterna y La Granja.
Entonces eran pequeñas calugas. No fue sino hasta los 80 cuando crecieron en tamaño y se convirtieron en calugones. Para entonces Pelayo ya le había agregado trozos de nuez y ese solo detalle hizo que su sabor se quedara grabado en la memoria de los capitalinos asiduos a comprar embelecos en almacenes y confiterías.
Rápidamente sus productos se subieron a las micros con nombres como La Pituca o Juanita, de la mano de vendedores que gritaban las bondades de este producto: "rico y a cinco pesos". Nunca faltaron ni en la Matadero Palma, ni en la Ovalle Negrete.
Hoy en las micros del Transantiago el calugón Pelayo tiene decenas de otros competidores, como el Chocopanda y el alfajor de cien pesos. Eso lo llevó a renovarse con otros sabores, como el calugón con masticable de leche con frutilla y con plátano que está recién saliendo al mercado.
Monroy venía de Nirivilo, en la Región del Maule. A los 17 años empezó a trabajar en una bomba lavando autos. De eso pasó a la venta de condimentos "en bolsita" y luego la reventa de confites. Un día, en una feria de La Granja, compró un dulce y dijo: "¡La caluga pa' rica!". Durante semanas buscó algunas para revender, pero no encontró. En esa época se fabricaban pocas y se vendían todas. Fue así como empezó a hacer sus propios confites con un socio que dejó el negocio un año más tarde.
Empezó en su casa de La Granja y después pasó a un galpón en la calle Los Vilos, en la misma comuna. Todavía usa como proveedor a una persona que le trae la leche de vaca fresca todos los días para fabricar sus pequeños dulces. "Ese es el secreto... La mayoría los fabrica con leche en polvo, porque es más práctico", dice este empresario.
Aún conserva la paila de cobre en la que en 1967 comenzó a mezclar leche y azúcar. Claro que lejos quedaron los años en que producía apenas 35 kilos al día. Hoy la empresa tiene más de 40 trabajadores y hace cinco años Monroy vendió la marca Pelayo a la distribuidora mayorista Alvi, aunque la fábrica se mantiene en sus manos y aún sigue metiendo el dedo para probar el clásico manjar de leche y nuez, que según cuenta Monroy, "es el que más se vende".
No es fácil comerse un calugón Pelayo en invierno. Es por esoque su creador comparte un secreto: "No hay que mascarlo altiro. Para que quede blando hay que echárselo al bolsillo primero".