Las novelas de Don Winslow (1953, Nueva York) se guardan en el estante de novela criminal norteamericana. Pertenece a un grupo interesante de autores del género como George Pelecanos, Gillian Flynn, David Baldacci, y tal vez Michael Connelly. Interesantes, pero no deslumbrantes. No hasta el 2005 cuando, debajo de la manga, Winslow lanzó un mazazo literario: El poder del perro, una novela intensa y violenta sobre el narcotráfico mexicano, una narco novela. Entonces todo cambió.
Aunque más tarde Winslow publicó obras irregulares, con detectives surfistas (El club del amanecer); con protagonistas colgados a la marihuana (Salvaje y Los reyes del cool), hace unas semanas volvió a hacerlo: ganó en España uno de los más prestigiosos premios de novela negra como es el del sello RBA, con El cártel, la secuela adictiva de El poder del perro. Se trata de una segunda parte que sigue, ordenadamente, los años posteriores al final de la novela del 2005. Y lo volvió a hacer otra vez, literalmente, mirando desde el patio de atrás de su casa en Julian, San Diego, California, escribiendo sobre el México narco.
Keller versus Barrera
El poder del perro y ahora El cártel se leen como una sola novela, una gran novela de dientes chirriantes sobre la violencia en México producto de la guerra de la droga. Relata la guerra de los carteles, encabezada por el señor de los malos, el Señor de los Cielos: Adán Barrera.
El cártel parte donde quedó la anterior: Adán Barrera acaba de huir de la cárcel para tomar posesión del imperio, pero ahora con ganas de vengarse o de matar porque además de estratega es un sicópata. Por supuesto, ahí está su némesis, su capitán Ahab, el agente de la DEA Art Keller, el señor de la Frontera, un lobo solitario, ex veterano de Vietnam, con un pasado arrasado por él mismo, medio norteamericano medio mexicano, incorruptible, y a su modo otro sicópata en el lado de los buenos, obsesionado con atrapar a Barrera. Winslow ha declarado, sin pudores, que mientras escribía El cártel releyó Moby Dick, y hay algo de esa obsesión ballenera pero en las montañas de Sinaloa.
Keller, en las primeras páginas, es un apacible apicultor, oculto en un convento de Nuevo México. Adán Barrera, tal como su homónimo en la realidad, Joaquín Chapo Guzmán, huye de la cárcel y pone precio a la cabeza de Keller, pero para éste es nada más que el pistoletazo de partida para volver a su obsesión.
El cártel relata esa persecución de 10 años sobre el fondo acelerado de la guerra contra el narcotráfico emprendida en la administración de Felipe Calderón. La novela se hace cargo de nuevos protagonistas, como el cruento grupo de los Zetas, surgido desde el fondo corrupto del ejército, que obliga a los demás carteles a seguir el ritmo de moda creando ejércitos propios, cuya acción no es solo el asesinato, sino la crueldad exhibicionista. Barrera o el Chapo comprende que además de vender drogas se debe dominar, de ese modo desbarata el cartel del Golfo, domina a los lunáticos de La Familia Michoacana, y, finalmente, al poderoso cártel de Juárez, para así quedarse con el poder total, ante la mirada corrupta de casi todos los aparatos del Estado, sus policías y ejército.
Novela documental
Don Winslow se siente cercano a lo que él denomina la "novela documental", es decir, con reporteo y fuentes; eso mismo le da derecho a expresar conclusiones rotundas y a veces incómodas. En El cártel resume México como "un cementerio de secretos", pero donde la responsabilidad es casi exclusivamente de EEUU, que ha convertido al país de los corridos en la "tierra de las matanzas". Y, declara, que EEUU lo ha conseguido con otra forma de corrupción, tal vez peor, al convertirse en el mayor consumidor de drogas del mundo. Winslow es directo y claro al respecto: "Los estadounidenses creamos los cárteles".
En El poder del perro, y ahora en El cártel, se retrata una violencia a niveles repelentes, torturas, traiciones, crímenes y desprecio total por la vida. El novelista logra atemperar esa violencia sin exaltar a los criminales, retratándolos en la intimidad como lo que son: seres banales, ostentosos, farsantes como sus narcocorridos, devotos de Jesús Malverde, el santo mártir del tráfico de drogas.
Pero también traza muy claramente una línea moral del lado de las víctimas y de los luchadores contra los narcos. No es gratuito entonces que El cártel lleve una dedicatoria aterradora en sus primeras tres páginas: los nombres y apellidos de los cientos de periodistas asesinados o "desaparecidos" en México en el periodo que abarca la ficción (2003-2012), parte de los 150 mil muertos o desaparecidos en casi 10 años.