Existe un dicho que afirma que lo único seguro e inevitable en la vida es la muerte. Pero pese esta certeza popular, durante siglos alquimistas y místicos prometieron a quienes querían oírlos hechizos y pócimas que supuestamente permitían disfrutar de la juventud eterna. Obviamente, todos ellos fracasaron e incluso hoy ni las drogas ni las terapias más avanzadas han logrado que el anhelo de vivir por siglos deje de ser una mera fantasía.
Precisamente, hoy son los científicos los que lideran los intentos para, al menos, volver más lento el avance del envejecimiento: un ejemplo es la U. de California en San Francisco, cuyos expertos han determinado que las personas que viven hasta los 100 años tienden a tener una mutación en el gen daf-2, la cual genera una resistencia a patógenos y al proceso oxidativo celular asociado a males neurodegenerativos y cardiovasculares.
Mientras estos investigadores creen que pasarán al menos 15 años para que salga al mercado una droga que aproveche estos hallazgos y promueva una juventud más prolongada, otros científicos creen que el secreto de una mayor longevidad y la cura contra males como el cáncer no está en las drogas, sino en el mar. Más precisamente en una medusa del tamaño de la uña del dedo meñique y que se llama Turritopsis dohrnii, aunque es más conocida como "medusa inmortal" o "medusa Benjamin Button", en alusión a un personaje literario que nace como un anciano de 70 años y rejuvenece hasta convertirse en niño.
Precisamente, esta medusa -miembro de la familia de los hidrozoos y pariente de los corales- hace que la ficción sea realidad. Al llegar a la adultez, la Turritopsis comienza a volverse cada vez más joven, es decir, modifica el funcionamiento de las células que forman sus tentáculos y el resto de su organismo con forma de campana hasta retroceder a su fase más temprana de desarrollo de pólipo, un organismo totalmente distinto y similar a una diminuta rama de árbol. Luego, este pólipo reinicia el ciclo al dar origen nuevamente a una medusa que se resiste a morir.
La habilidad de la Turritopsis -que habita desde Europa hasta Japón- fue descubierta en 1988 por el biólogo marino alemán Christian Sommer, pero la carencia de expertos en estas criaturas y la complejidad de su cultivo en laboratorio limitaron su estudio.
De hecho, la única población en cautiverio del mundo vive en el laboratorio de Shin Kubota, en el Centro Biológico Marino de la U. de Kioto (Japón). Por 15 años este científico ha estudiado estas criaturas tan simples que carecen de cerebro y corazón. Aún se desconoce con exactitud la genética de su rejuvenecimiento, pero sí se sabe que al volver a su estado de desarrollo más básico la medusa vive un inusual proceso llamado transdiferenciación celular, mediante el cual una célula puede convertirse en otra -por ejemplo, una célula de piel en una neurona- y que es similar al ciclo de las células madre humanas que se transforman en tejidos y órganos.
Debido a su habilidad, Kubota y el puñado de expertos que analizan a la Turritopsis la comparan con una mariposa que en vez de morir vuelve a su estado de oruga. La analogía humana es la de un hombre cuyas células rejuvenecen hasta convertirse en feto para luego repetir su niñez y adultez. Kubota cree que descifrar este mecanismo podría llevar a crear técnicas para rejuvenecer una y otra vez tejidos humanos, además de generar nuevas terapias para las alteraciones celulares que provocan el cáncer: "Las aplicaciones de la Turritopsis serán del tipo más maravilloso", afirmó a New York Times.
Una opinión compartida por Paul Davies, astrobiólogo de la U. Estatal de Arizona y que estudia los orígenes evolutivos del cáncer. "El reino animal sigue sorprendiéndonos. Esta medusa es impresionante, pero no dudo que hay otros organismos allá afuera aún más extraños y que esperan ser estudiados. Usualmente, obtenemos pistas muy sólidas sobre la naturaleza de la vida observando los organismos más simples", dijo a Tendencias.
Proceso complejo
Cada Turritopsis parte su vida como un pólipo que se adhiere a una roca para luego expulsar una medusa. Al llegar a la adultez, la medusa produce óvulos o espermios que se combinan para crear nuevos pólipos. Mientras esta fase causa la muerte en otras especies de medusa, en la Turritopsis pasa lo contrario: va al fondo del océano, donde se pliega sobre sí misma y sus células pierden diferenciación hasta formar una masa gelatinosa. Tras varios días, se forma una coraza que crea un nuevo pólipo que reinicia el ciclo.
En un reciente informe de Kubota, el científico detalla cómo su colonia "renació" por completo 10 veces entre 2009 y 2011, a veces en intervalos breves de un mes. Esta capacidad podría ser aprovechada en humanos debido a un detalle clave: nuestro genoma tiene unos 21.000 genes que codifican las proteínas que produce cada célula y que hacen, por ejemplo, que el páncreas produzca una sustancia proteíca como la insulina. La cifra es casi idéntica a la de una gallina, la mosca de la fruta… y las medusas.
"La similitud genética es impresionante", afirmó a New York Times Kevin J. Peterson, paleobiólogo molecular de la U. de Dartmouth quien cree que la forma en que la Turritopsis controla el accionar de sus células podría tener aplicaciones contra el cáncer. Sus estudios abarcan los micro ARN, filamentos de material genético que actúan como un mecanismo de encendido y apagado: cuando están "desactivados" las células permanecen en su estado primitivo y al "activarse" estas maduran y se convierten en células de piel o tentáculos en el caso de la medusa. Por eso, estos micro ARN son cruciales en el estudio de células madre, ya que activan su diferenciación en tejidos y órganos.
Peterson sospecha que alteraciones en estos micro ARN podrían causar cáncer: el "apagado" de estos filamentos haría que la célula pierda su identidad y comience a actuar caóticamente, es decir, se vuelve cancerosa. Si un proceso similar incide en la regresión de las células de la medusa a su estado más primitivo e indiferenciado, saber cómo lo controla sin perecer podría generar varios avances terapéuticos. La idea de Petersen encaja con las teorías de Paul Davies, quien cree que el cáncer es una regresión evolutiva a nuestros primeros ancestros, criaturas similares a esponjas marinas cuyas células modificaban constantemente su estructura. Según Davies, parte de los genes de estas antiguas criaturas sigue presente hoy en las personas y su accionar causaría que las células comiencen a dividirse sin control, generando cáncer.
"Creo que la mayoría de las células normales esconden una 'subrutina cancerígena' que se activa por una variedad de agentes como los químicos del cigarrillo", dice a Tendencias. Las ideas de estos científicos se refuerzan por hallazgos de expertos como Daniel Martínez, biólogo del Pomona College y que estudia a la hydra, especie que parece un pólipo pero que no genera medusas. Su cuerpo está compuesto casi por completo de células madre que le permiten regenerarse continuamente y sobrevivir para siempre.
"Es importante tener en mente que no estamos lidiando con algo que es completamente distinto a nosotros", explicó Martínez al diario New York Times. "Genéticamente, la hydra es casi idéntica a los humanos; somos variaciones del mismo tema", agrega.
Hoy, Kubota admite que necesita la ayuda de un genetista o un biólogo molecular para descifrar por completo el enigma de la "medusa inmortal", aunque cree que la meta final podría conseguirse en unos 10 o 20 años.