Hace frío. La lluvia dejó de caer por unos minutos y la temperatura baja en el patio del colegio. Dentro de las salas la situación es distinta. Los alumnos están abrigados y entusiasmados con lo que explican los profesores. Una joven maestra conversa con cinco niños. Tres de ellos llevan lentes. Los otros pasan sus manos sobre un libro. Al fondo hay algunos bastones apoyados contra la pared. Los cinco pequeños son ciegos.

Todos pertenecen al Colegio Santa Lucía, que la Fundación Luz mantiene en La Cisterna. Su historia partió en 1924, cuando Ester Huneeus -más conocida como Marcela Paz- fundó la primera escuela para no videntes de Latinoamérica en San Miguel. Ayer se cumplieron 27 años desde que la autora de Papelucho falleciera y 50 años desde que la Sociedad Protectora de Ciegos Santa Lucía fuera reconocida como colegio por el Ministerio de Educación.

A partir de 2002, la sociedad -quizás la obra más desconocida de la escritora- pasó a llamarse Fundación Luz, readecuó sus planes y programas de estudio e inauguró, en 2008, un moderno complejo en la calle Fernando Rioja. El establecimiento entrega una educación integral que, como primera meta, busca la autosuficiencia de sus alumnos y reconocerlos como personas capaces de insertarse en la sociedad. Acá el paradigma del "pobre ciego" no existe.

La tarea no es sencilla. Son 26 los profesores especializados y 17 los administrativos que atienden una matrícula de 170 alumnos. Del total, 36 están internos debido a que son de regiones.

Están repartidos en cuatro niveles: estimulación temprana, que va desde la lactancia a kínder; prebásica, que los apoya hasta primero; educación básica, que dura hasta octavo, y la capacitación de adultos, que en su gran mayoría perdió la vista por una enfermedad o accidente.

En el primer caso, los profesionales, aparte de estimular a los niños, capacitan a sus padres, lo que incluye atención sicológica en el establecimiento y visitas domiciliarias. "La idea es mejorar el desarrollo sicomotor y trabajar la autonomía de los más pequeños, pues muchos de los que llegan no saben hablar ni caminar", dice la directora de la escuela, Sandra Fuentes.

La lluvia cae otra vez y los chicos se detienen a escuchar el ruido del agua. Algunos caminan por los pasillos, conversan y ríen. Otra profesora abraza a uno más pequeño. Todos usan sus bastones con destreza. Los amarillos son para los jóvenes con visión escasa y los blancos son usados por los ciegos totales.

Los alumnos de básica son potenciados en el sistema Braille y en sistemas informáticos especiales para ciegos, como el Jaws, el uso de pantallas magnificadas y calculadoras parlantes, junto a otras habilidades que les permitirán adaptarse a sus nuevos colegios cuando egresen. Esto, porque en Chile no existe educación diferencial en enseñanza media.

"Queremos que los chicos al salir de octavo pasen a los liceos tradicionales lo más normal posible. Que los padres los vayan a dejar el primer día y no tengan que ir más", agrega Fuentes.

La directora, que partió siendo profesora del colegio hace 20 años, ha visto cientos de casos de superación. Muchos de sus alumnos ahora son profesionales. "En su mayoría, abogados, profesores, sicólogos y asistentes sociales", dice con orgullo. Incluso ha presenciado matrimonios de compañeros que se conocieron en la escuela.

Los ojos del colegio están puestos en Gerson, que en la actualidad cursa tercero medio en un liceo de la comuna. "Era brillante, aprendió a usar todas las herramientas que le entregamos y ahora es uno de los mejores del curso. Quiere estudiar Derecho", cuenta Fuentes.

Sin embargo, la capacitación más compleja -debido al shock que provoca perder la vista de improviso- es la que se imparte a los adultos. En total, son 64 personas mayores las que participan de este programa. La primera tarea es enseñarles a desplazarse con bastones, hasta lograr un nivel que les permita andar solos en la calle. En paralelo, van superando "un duelo que puede durar años en algunos casos ", dice la directora.

Luego se les capacita en el uso de las tecnologías especiales para su condición y se les da la opción de participar en cuatro talleres de probada empleabilidad: masoterapia, amasandería, viveros y huertos orgánicos y computación. Según Sandra Fuentes, al menos 10 alumnos por año consiguen trabajo gracias a estos programas, lo que les permite mantener a sus familias e insertarse activamente en la sociedad.

Francisco Claro, hijo de Marcela Paz, es miembro del directorio de la fundación. Valora el compromiso de los docentes y destaca la visión de su madre. "Hoy es el trabajo de mucha gente, pero nació del espíritu de mi mamá", dice. Explica que Marcela Paz hizo muchos amigos ciegos que conoció en el colegio. "Ella decía que educarlos era el punto de partida para sacarlos de esa situación de desventaja", agrega.

Suena la campana, María José, la profesora de lenguaje, saluda a tres señores que la esperan. Cada uno toma su bastón y llegan sin tropiezos a su sala. La clase ha comenzado.