Ni un pasatiempo de la mente ni una casualidad sin sentido. Ambas cosas se han dicho sobre los sueños y ambas han probado estar ampliamente equivocadas. Durante las últimas décadas, la ciencia ha descubierto los múltiples beneficios de soñar, que incluyen la reparación celular y la consolidación de la memoria. Pero recién ahora está aflorando la que podría ser una de sus más asombrosas capacidades: resolver problemas a los que no encontramos solución cuando estamos despiertos.

Fue el caso de Don Newman. En los 50, era un joven matemático que enseñaba en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, codo a codo con John Nash, el ganador del Nobel de 1994 y que pasaría a la historia como el protagonista de Una mente brillante. Newman llevaba mucho tiempo tratando de resolver un problema matemático. Hasta que un día, relata la revista Scientific American, confió en el genio de Nash incluso durmiendo y durante un sueño comenzó a detallarle su atasco al científico. En la escena, Nash le daba la explicación que necesitaba.

Para Newman, a diferencia de lo que nos ocurre cada vez que soñamos algo muy gratificante pero irreal, no fue una lástima despertar: al abrir los ojos, ya tenía la respuesta para su acertijo. Así fue como el científico pasó las siguientes semanas probando la teoría con la que había despertado, hasta convertirla en un estudio formal que luego sería publicado.

Se cuenta que algo parecido le ocurrió a Mary Shelley, quien habría soñado las dos escenas principales que se convirtieron en su obra maestra, Frankestein. Que Robert Louis Stevenson habría soñado la historia de Doctor Jekyll y Mister Hyde. Y que músicos, desde Ludwing van Beethoven hasta Paul McCartney, habrían despertado con un nuevo ritmo sonando en sus cabezas.

Ninguno de ellos se estaba sometiendo a algún tratamiento particular. Hacían, simplemente, lo que todos hacemos instintivamente casi todas las noches: soñar. Una acción que, según la doctora estadounidense Deirdre Barrett, sería clave para resolver esos problemas a los que llevamos mucho tiempo dándoles vuelta durante la vigilia.

Barrett, académica de la Facultad de Medicina de Harvard, autora de libros como El comité del sueño: Cómo los artistas, científicos y atletas usan los sueños para resolver problemas creativamente, y ex presidenta de la Asociación Internacional para el Estudio de los Sueños, sabe de lo que habla.

"Los sueños son pensamiento, pero en un estado bioquímico diferente" dice a La Tercera. En estos, explica, nos enfocamos en los mismos temas que cuando estamos despiertos, ya sean nuestras preocupaciones, esperanzas o fantasías. Pero la diferencia está en que en este estado, nuestro cerebro piensa mucho más visual e intuitivamente, menos verbal y menos lógicamente. "Nunca nos preguntamos para qué sirve estar despiertos, buscando una función específica para ello, ya que es obvio que lo estamos para una enorme cantidad de propósitos. Creo que lo mismo pasa con los sueños", asegura Barrett.

La "superhabilidad" del cerebro dormido

Desde Freud que los sueños no han dejado de ser intensamente estudiados. Fue el sicoanalista austríaco quien primero postuló que eran deseos reprimidos por el inconsciente; lo seguirían muchos especialistas que demostrarían las múltiples funciones de los sueños. Una de estas funcionalidades fue la que probó la investigación de los doctores de la U. de Yale y el Hospital Sacre-Coeur, de Montreal, Tore Nielsen y Ross Levin. Los expertos concluyeron que los sueños cumplirían el rol de simulación de las amenazas externas, a fin de que seamos capaces de enfrentar las reales. Es decir, los sueños serían una suerte de ensayo, donde nos preparamos para las vivencias del mundo real. Y un ensayo mayoritariamente en color, por si alguna vez ha tenido la duda sobre este mito: sólo el 12% de las personas sueña en blanco y negro, un número que ha ido decreciendo desde la introducción de la televisión en color.

Pero hasta ahí, nada muy distinto de lo que nuestro cerebro puede realizar en su modalidad de vigilia. La perspectiva de Barrett cambia el panorama, pues estaría hablando de una "superhabilidad" de nuestro cerebro, que ni siquiera es capaz de alcanzar cuando estamos despiertos.

A través de tomografías por emisión de positrones, se han podido analizar con detalle las zonas del cerebro asociadas con el sueño. Y son estas las que han mostrado que áreas de la corteza cerebral asociadas con el contenido visual y la percepción del movimiento están mucho más activas cuando soñamos que al estar despiertos, al igual que ciertas zonas asociadas con la emoción, lo que explica por qué nos sentimos emotivamente al límite cuando soñamos.

Dormir no es una actividad lineal en la que todo el tiempo ocurre lo mismo. El sueño tiene ciclos. Cada ciclo, que se sucede uno tras otro, dura alrededor de 100 minutos y son los últimos 20 minutos los que concentran la mayor parte de los sueños. En ese momento es cuando gran parte del cuerpo se paraliza, el cerebro se vuelve hiperactivo y los ojos se mueven con rapidez inusitada. Se trata de la fase REM, que según Barrett, es la responsable de la activación de estas áreas, ligadas con lo visual y lo emocional. Probablemente, dice, "eso tenga que ver con que los sueños sean tan visuales, comparados con otros modos sensoriales y tipos de contenido, así como por qué tienen mucho movimiento y acción, comparados con nuestra experiencia cuando estamos despiertos". En pocas palabras, esto es lo que nos permite "ver" soluciones a nuestros problemas, que somos incapaces de retratar cuando estamos despiertos y la actividad de nuestra corteza visual es menor.

Pero a la vez, otras áreas están menos activas durante el sueño, en comparación con la vigilia. Esas son las prefrontales, vinculadas con el razonamiento lógico fino y donde reside la censura, que nos permite funcionar socialmente. Barrett dice que esa censura no sólo se aplica a aquellos pensamientos socialmente inapropiados, también es la responsable de aquella sensación de que "esa no es la forma lógica de hacer las cosas". Esta parece ser la razón de por qué, a pesar de que cuando soñamos pensamos en nuestros problemas de la misma forma en que lo hacemos al estar despiertos, conseguimos dar con soluciones interesantes y realmente creativas: cuando dormimos, la lógica es menos lineal que cuando estamos despiertos.

Sin embargo, esta capacidad tiene límites: nada hace pensar que una persona cualquiera podrá soñar un resultado científico que la catapulte al Nobel o un nuevo invento que la vuelva millonaria. El conocimiento previo, la experiencia y el haber pensado activamente en algo son los requisitos para poder dar con respuestas en los sueños. Los que encuentran solución al dormir son "usualmente problemas en los que hemos pensado mucho en los días previos, pero en los que estamos atascados. Muy raramente, se trata de un problema con el que nos hemos roto la cabeza en el pasado, pero que no hemos pensado conscientemente por un tiempo. Pero usualmente, es uno en el que hemos pensado en los días previos al sueño", dice Barrett.