"Eso es mentira". Demetrio Infante Figueroa no titubea ni un instante siquiera para negar lo que aparece relatado en el Libro del Mar sobre las negociaciones de Charaña y que emplea el gobierno boliviano para fundamentar la demanda marítima ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya.

El libro, una versión mejorada de un texto anterior escrito por el actual vocero de la demanda paceña, Carlos Mesa, es uno de los documentos con mayor número de ejemplares editados en Bolivia. El Presidente Evo Morales ha entregado copia de este libro al Papa Francisco, a todos los jefes de Estado con los que se ha reunido en los últimos dos años, a todos los embajadores extranjeros. Y en Bolivia, se han repartido ejemplares del libro a todos los estudiantes secundarios y a todos los funcionarios públicos.

"Es completamente mentira", repite Demetrio Infante al repasar las páginas en las que el libro trata las negociaciones que llevaron adelante los gobiernos militares encabezados por los generales Augusto Pinochet y Hugo Banzer, entre 1975 y 1976, para entregar un corredor soberano al mar a Bolivia, por el norte de Arica, a cambio de un canje territorial. La versión boliviana es simple: Chile se comprometió a ceder un corredor soberano al mar, pero "contrariando sus compromisos previos, introdujo nuevas condiciones, entre ellas el canje territorial". Esto, sumado al rechazo de Chile a la propuesta que hizo Perú de crear una zona de soberanía trinacional, afirman ahora las autoridades bolivianas, hicieron fracasar las negociaciones.

El ex embajador Demetrio Infante, sin embargo, es testigo privilegiado de lo que allí ocurrió y que hoy forma parte del litigio en La Haya. Y su versión es distinta. Es el único de los cinco miembros del equipo Charaña, que prepararon la propuesta y asistieron a las negociaciones, que aún está vivo. Recuerda cada detalle con precisión y almacena varios documentos, muchos de los cuales le permitieron hace un par de años escribir el libro Confidencias limeñas, una mezcla entre autobiografía e historia de las tensas relaciones políticas y diplomáticas entre Chile y Perú entre mediados de los 70 y comienzos de los 80.

Una experiencia valiosa que este ex diplomático chileno quisiera aportar ahora que Chile prepara una contraofensiva a los esfuerzos comunicacionales y diplomáticos desplegados por Bolivia a nivel internacional para posicionar su demanda marítima. El nuevo equipo a cargo de la defensa, incluso, está pensando sacar su propio libro, para dar a conocer la postura y los argumentos históricos que contradicen la versión boliviana.

Hace casi dos meses, el subsecretario de Relaciones Exteriores, Edgardo Riveros, se comunicó por teléfono con Infante. "A lo mejor te llamamos para pedirte ayuda en algo", le dijo. Poco después, fue convocado, junto a otros nueve ex diplomáticos, a un almuerzo con el canciller Heraldo Muñoz, en el que se les expuso lo que se está haciendo respecto de la defensa de Chile ante La Haya. Y hace unos días, la Cancillería le pidió que fuera el 15 de diciembre próximo a Copiapó, a un encuentro en el que deberá exponer sobre la política exterior de Chile y la situación vecinal. Otros ex embajadores recorrerán otras regiones explicando lo mismo.

"Bolivia rechazó la posibilidad de salir al mar con soberanía. Estaba todo dibujado. En una ocasión, tras regresar a Santiago desde La Paz, donde había ido a conversar con el general Banzer, el embajador de Bolivia en Chile, Guillermo Gutiérrez Vea Murgía, llegó a decirnos: 'No quiero aparecer como un héroe, pero aquí en mi maletín tengo el mar para Bolivia", recuerda Infante. Las imágenes vuelven a la memoria del ex diplomático con nitidez, pese a los 41 años que han transcurrido de las conversaciones en las que más se avanzó una fórmula concreta para resolver la demanda marítima de Bolivia.

Fue en agosto de 1974, dice Infante, cuando esta historia comenzó a dibujarse. "Me llamó a su oficina el subsecretario de Relaciones Exteriores Claudio Collados, un capitán de navío muy habiloso. Al entrar vi que también habían citado a Gastón Illanes, quien recién había terminado su misión como ministro consejero en Lima. Collados nos dijo: mira lo que ha pasado, y nos muestra un oficio reservado de Pinochet, ordenando a la Cancillería hacer todas las gestiones diplomáticas para neutralizar a Bolivia por seis meses".

El plazo no era antojadizo. Los militares chilenos esperaban contar para entonces con nuevos pertrechos, avanzar en el minado de la frontera norte y la construcción de trincheras antitanques. Todo para hacer frente a la amenaza de una guerra con un Perú que, bajo el gobierno del general izquierdista Juan Velasco Alvarado, buscaba desde el Golpe de Estado del 11 de septiembre del 73 la oportunidad de tomar revancha de la Guerra del Pacífico.

El Golpe de Estado también le había abierto a Infante una nueva oportunidad. Enrique Bernstein, quien se convertiría en el principal asesor político de la Cancillería en los primeros años del régimen militar, pidió al Congreso que le enviara en comisión de servicio a un joven abogado, con una maestría en Estados Unidos en Política Internacional. Infante llegó al servicio exterior como asesor. Charaña fue su primera misión importante.

En una pequeña oficina del segundo piso del edificio en el que entonces funcionaba la Cancillería, Infante e Illanes comenzaron a idear una fórmula. "Cuando nos pusimos a pensar qué podíamos ofrecer a Bolivia para neutralizar su respaldo a Perú en una acción bélica contra Chile, vimos la posibilidad de ofrecer becas estudiantiles, mejorar las condiciones de acceso al tráfico aéreo, mejoras en el transporte terrestre. Pero ningún gobernante boliviano iba a aceptar restablecer relaciones con Chile a cambio de eso. Lo único que quedaba era buscar un mecanismo que le diera una salida soberana a Bolivia al mar", recuerda.

Convinieron con Collados y Bernstein en redactar un informe sobre las eventuales soluciones. "Abrimos el abanico a todas las posibilidades, incluso a las más descabelladas e irrealizables". Así, entregar Arica, internacionalizar el puerto ariqueño, terminar el Tratado de 1904 para negociar uno nuevo, devolver la provincia de Antofagasta y varias otras quedaron apenas esbozadas en una línea bajo el título de "soluciones rechazadas sin necesidad de análisis". Otras, igualmente imposibles, fueron estudiadas y detalladas en el ítem de "soluciones rechazadas después de un análisis". Por, último, colocaron las "soluciones posibles de estudiar". Estas últimas eran pocas, dice Infante: el corredor por el norte de Arica y el enclave. "Ambas presentaban problemas, pero el corredor tenía menos. El enclave implicaba, en definitiva, partir el territorio en dos, pues era obvio que Bolivia exigiría algún tipo de conexión entre su enclave costero y su territorio, algo que Chile no podía aceptar. Además, estaba el riesgo de que Bolivia siempre exigiera una mayor extensión".

El informe que entregaron tenía unas 80 paginas. "Cuando lo recibió Pinochet gritó ¿quién hizo esto? Collados no dio nombres, sólo dijo que lo habían preparado en Cancillería. Pinochet le recriminó: son unos dementes, que se quemen todos los ejemplares y que nadie vuelva hablar de esto".

El informe quedó escondido en un archivo por varios meses, hasta que el propio Pinochet lo rescató a comienzos de febrero de 1975. "Dónde está ese maldito papel que me trajeron", reclamaba Pinochet al subsecretario de Relaciones Exteriores. La situación con Perú estaba cada vez peor y los militares chilenos estaban cada vez más convencidos de la posibilidad de un escenario bélico simultáneo con Perú y Bolivia.

"Pinochet releyó el informe y se fue en gira al norte. Estando allá, llamó al Presidente de Bolivia, el general Hugo Banzer, y se pusieron de acuerdo en reunirse en Charaña", un pequeño poblado a casi 4.000 metros de altura.

Pocos días después, en Santiago, se conformó el equipo negociador de Chile: Enrique Bernstein, Julio Phillipi, Ricardo Rivadeneira, Gastón Illanes y el joven Demetrio infante.

"Al principio, no había ni la decisión ni la posibilidad de avanzar de verdad en una propuesta que diera una salida soberana al mar a Bolivia. Era sólo el esfuerzo por neutralizar a Bolivia. Pero a los cuatro o cinco meses de conversaciones, Pinochet y todos nosotros nos convencimos de que era algo conveniente, de que era la forma de terminar para siempre con un problema. Por eso hicimos todos los esfuerzos para sacar adelante las negociaciones".

El canje territorial se planteó desde un comienzo, asegura Infante. "En las negociaciones con Bolivia se habló primero de compensación territorial, pero la palabra nunca nos gustó y estaba generando una reacción adversa en la opinión pública boliviana. En una reunión en casa de Illanes, a la que asistieron varios militares, nos pusimos a discutir el tema, cuando de pronto alguien dijo 'esto del canje es necesario'. Illanes, que acostumbraba a pasearse dando grandes zancadas, se detuvo en seco: 'Ahí está hueón, ¡canje, eso es!, no es compensación".

En una ocasión, recuerda, mientras estaban reunidos Bernstein, Phillipi e Infante llegó el vicealmirante Patricio Carvajal muerto de la risa. "Vengo de hablar con Pinochet lo del canje territorial. Me dijo que estaba de acuerdo, pero que les dijera a los bolivianos que incluyeran en el cálculo la tierra y el mar hasta las 200 millas", les comentó el canciller. La verdad es que Chile nunca habló de 200 millas, sino sólo de ceder la faja de mar frente al corredor en la zona económica exclusiva.

En los oficios y notas diplomáticas que enviaba el embajador boliviano Vea Murgía a La Paz figura el canje territorial desde el comienzo de las negociaciones. Incluso, dice Infante, hay cartas de Banzer, documentos en los que acepta la idea del cambio de territorios. Algo que, por lo demás, ambos países ya habían hecho en el pasado. "Cuando se construyó el ferrocarril Arica-La Paz, Chile y Bolivia canjearon entre 300 o 400 hectáreas de territorio".

Los miembros del equipo negociador se involucraron directamente en la búsqueda y medición de eventuales zonas para canjear. Un experto de Codelco les mencionó las enormes reservas de cobre que había en un mineral cercano a Chuquicamata (Radomiro Tomic), pero que no se podían explotar por la falta de agua. Así que les mostró lugares en el altiplano boliviano donde había agua y que fueron incluidos en las zonas que se propusieron a Bolivia.

"En Bolivia inventaron que los chilenos estábamos detrás de oro y cobre, pero nosotros estábamos detrás del agua", recuerda Infante.

Para mediados del 75, sin embargo, Banzer dejó de tener respaldo interno para negociar con Chile. La oposición a un canje territorial fue sólo la excusa, dice Infante. Lo cierto, afirma el ex diplomático chileno, es que los ex presidentes bolivianos que habían apoyado inicialmente las negociaciones del dictador con las autoridades chilenas, le quitaron el piso y le advirtieron que si aceptaba un canje territorial sería acusado de traición. Tal vez, sostiene Infante, algunos ex presidentes bolivianos pensaron que si Banzer lograba una salida soberana al mar podría haber seguido por siempre en el poder.

"Como en todas las cosas que se han conversado con Bolivia, estas se caen cuando se les complican las cosas internamente. Pasó lo mismo con el acuerdo de Silala. Se negoció por años, se firmó un acta. Pero cuando comenzaron los reclamos en Bolivia de algunos sectores, el acuerdo se cayó".

Y en que se cayeran las negociaciones de Charaña, Perú tuvo también su propia cuota de responsabilidad. "Perú hizo todos los esfuerzos posibles por impedir que las negociaciones prosperaran. En La Paz impulsaron y estimularon a sectores para que se opusieran al canje territorial".

Para Infante, el haber involucrado desde el principio a Perú en las tratativas fue el peor error que cometió Chile y una lección que se debe sacar hacia el futuro. "A poco andar, Bernstein planteó que ningún país civilizado del mundo negocia con un vecino modificar las fronteras sin advertirle a otro vecino que podrían verse modificadas sus fronteras. Todos estuvimos de acuerdo, ninguno de nosotros reparó en que no era conveniente hacerlo".

"Nosotros debimos haber negociado con Bolivia y sólo cuando tuviéramos un acuerdo, haber ido a Lima a consultarles si estaban o no de acuerdo con lo que establece el protocolo complementario del Tratado de 1929", añade.

En vez de decir si aceptaba o rechazaba la idea de un corredor para Bolivia, Perú sorprendió a los chilenos enviando una nueva propuesta: crear una zona trinacional y dejar al puerto de Arica bajo soberanía compartida por los tres países.

Era una propuesta carente de toda lógica y totalmente inaceptable para Chile. Pero para sorpresa nuestra, Bolivia la respaldó. Banzer, sabiendo que no tenía apoyo interno para seguir adelante las negociaciones con Chile, se aprovechó de la oportunidad que le daba Perú para dejar caer las conversaciones y hacer sentir que Chile no estaba dispuesto a explorar alternativas", afirma.

Bolivia nunca exigió a Perú retirar su propuesta, ni intentó salvar las negociaciones. Desde su casa en Santiago, a casi cuatro décadas de esos sucesos, Infante, el último sobreviviente de Charaña, no puede dejar de decir: "Eso es mentira", mientras repasa el Libro del Mar que el gobierno de Evo Morales ha estado distribuyendo a quien quiera recibirlo.