HAY un pensamiento que cruza la cabeza de muchos padres cuando un porrazo de su hijo les arranca un suspiro: ya va a crecer. Y en ese momento -cuando se vaya de la casa o cuando tenga un título profesional, depende de cómo cada quien defina "ser grande"- el trabajo estará hecho y, como dice el dicho, el niño o la niña en cuestión tendrá que rascarse con sus propias uñas.
Lo mismo pensaba Susan Engel, profesora titular de Sicología en el Williams College, en Massachusetts (EEUU), y autora de libros sobre infancia y educación, hasta que en una columna del diario The New York Times, borra todo eso de un plumazo.
Ella creía que cuando su hijo Jake (28 años) fuera grande, sentiría algo parecido a un alivio. Pero la vida le mostró una cara opuesta. Engel relata en la columna cómo una serie de eventos desafortunados en la vida de Jake -un accidente, el quiebre con la polola y el despido de su trabajo- la golpearon incluso más que la lenta muerte de uno de sus mejores amigos a raíz de un cáncer o el suicidio de su propio hermano. "Todo eso fue leve comparado con la agonía de ver a mi fuerte y apuesto hijo pateado en el suelo", describió Engel.
Pero lo más duro de su relato es que no sabía cómo ayudarlo, porque las herramientas que utilizó en los anteriores 28 años de su hijo ahora estaban obsoletas. No sabía cómo ayudarlo. Tanto así, que en sus peores días de incertidumbre, pensó en matricularse en un grupo de apoyo y llegó a creer que no estaba hecha para ser madre de un hijo en edad adulta.
Tal vez usted ha sentido lo mismo, pero no se ha detenido a preguntárselo: ¿Por qué es tan difícil ser padres de hijos adultos? ¿Por qué no nos damos cuenta de que las herramientas que usamos cuando ellos son chicos ya no nos sirven cuando crecen? Porque los padres pasan por un proceso de desarrollo al igual que los niños, responde Engel a Tendencias. Eso significa que después de 18, 20 o 25 años de supervisarlos, ser responsables de su seguridad, alimentación y vivienda, ayudarlos a resolver problemas e intervenir en nombre de ellos, se necesita un tiempo para ir dejando de lado esa manera de relacionarse y para aprender a ser solidarios (no responsables) sin intervenir.
Es como aprender a desvincularse de a poco. Tras años solucionándoles la vida, el desapego no pasa de forma automática. "Si le ha hecho el almuerzo a su hijo por 18 años, toma un tiempo dejar la costumbre de preguntarle qué va a querer para almorzar. En otras palabras, se necesita un tiempo para olvidar el tipo de protección y la participación que adquirió desde el día en que nació su primer hijo", afirma Engel.
¿Acaso no nos damos cuenta de que crecieron y de que sus necesidades de apoyo son otras? La autora de la columna explica a Tendencias que el tema no es que los padres no se den cuenta de que son adultos, sino que tienen que abandonar los viejos hábitos de crianza y empezar a adquirir otros de acuerdo a la edad en que ellos están. "Sus hijos siempre necesitan su apoyo y su amor, pero la manera en que se expresa ese apoyo y amor tiene que cambiar. Ellos necesitan otro tipo de ayuda cuando son adultos", dice Engel.
No me digas qué hacer
"La clave para lidiar con los problemas de los hijos adultos es estar ahí, con la puerta abierta, y no ofrecer consejos a menos que pregunten", dice uno de los 742 comentarios que recibió la columna de The New York Times. Y da en un punto clave. Algo que Engel aprendió a partir de un llamado telefónico de su hijo Jake. Como era su costumbre, la madre intentó idearle un plan de acción para salir a flote y en algún momento pensó en preguntarle si estaba tomando nota de lo que estaba diciéndole. Pero él la paró en seco: "No quiero tus soluciones, sólo que me digas que no es tan malo como parece". El sólo quería empatía. "¿Eso es todo? Claro que puedo darle eso", pensó ella.
Sin embargo, no es tan fácil como se lee. Es decir, podemos entender que ellos quieren empatía, pero el tema es cómo actuar en situaciones cotidianas, dice Engel. "El padre de un adulto puede decirse a sí mismo: 'mi hijo o hija sólo necesita empatía', pero en el calor del momento la tentación de empezar a resolver sus problemas, diciéndoles qué hacer o tratando de protegerlos a las patadas de los daños, juega en contra de nuestro mejor juicio", explica.
Gary Chapman, uno de los autores del libro Criando a tu hijo adulto: Construyendo una relación sana en un mundo cambiante, entrega una de las claves que los padres deben utilizar frente a un problema de sus hijos. Y es más simple de lo que se podría pensar: tolerancia. Así de simple. Los hijos pueden tener un estilo de vida o patrones en la toma de decisiones que a los padres podrían parecerles poco maduros y nada certeros, de acuerdo a sus conocimientos y experiencia, "pero tenemos que tener cuidado de cómo administrar esa sabiduría a los hijos adultos". Una sugerencia: su hijo está hablando de una decisión económica y usted tiene una idea que podría ser útil. No imponga: ofrezca el consejo. Si no lo quiere escuchar, no se lo diga. Porque eso puede tener consecuencias.
Un estudio del Instituto de Investigación Social de la U. de Michigan dice que uno de los momentos de mayor tensión entre los padres y los hijos adultos ocurre cuando los padres proporcionan consejos que sus hijos no les han pedido. Es entendible, en todo caso. Desde que son niños, los padres ejercen mucho control sobre ellos para asegurarles todas las necesidades que ellos requieren. Y cuando son adultos, deben tomarse el tiempo para ir apagando esa sensación de que hay que controlarles la vida porque ningún adulto quiere tener ese tipo de control encima hostigándolo. Inevitablemente se rebelará contra eso.
Los padres que quieren mantener una conexión con sus hijos adultos, dicen los expertos, tienen que aprender a mirarlos como pares. Ahora los dos son adultos y el hijo merece (y exige) el mismo respeto. Si necesita asesoramiento, lo va a pedir. Y es clave que lo pidan. Eso puede tomar tiempo, pero va a pasar. Paciencia. Y cuando pida un consejo, el padre debe responder de la misma manera como si se tratara de un amigo. Si resulta, usted se dará cuenta de que conservaron la conexión que tenían cuando él era un niño. Esta vez, desde un sitial de adulto.