MATABICHOS, ¿buenas tardes? -Mi piano suena... ¿Podrá ser la laucha que persigo hace días?-, le dijo uno de sus clientes.

Cuando el especialista en exterminio de ratas Alejandro Pérez-Cotapos entró a la casa, se fue directo al piano de cola. Ahí, enredado entre las cuerdas, estaba el roedor. Llevaba toda la mañana paseándose adentro de la caja sonora, entonando diferentes notas.

Lo mató a palos. No hay mayor ciencia en esos casos. Sólo cuando se trata de un caso más grave, como una colonia de ratones, el operativo es más complejo. Hasta el lugar pueden ir hasta tres exterminadores, enfundados con guantes, mascarillas y bototos, con siete trampas de PVC en la mano y dispuestos a permanecer horas instalando tubos con veneno por distintos rincones de la casa.

La misión no concluye ahí. Pueden pasar dos semanas visitando el mismo domicilio, para cerciorarse de haber eliminado a cada espécimen. "Los ratones son neófobos, no se acercan a ningún objeto nuevo. Cuando ya se acostumbran a ver la trampa, entonces llegan a comer", explica Alejandro, un entendido de Matabichos.

Ninguno muere inmediatamente después de ingerir el veneno. Si así fuera, sus pares se darían cuenta de qué les provoca la indigestión y dejarían de acercarse a la trampa. "Una vez muertos hay que ir a recogerlos", cuenta.

En la Región Metropolitana hay entre siete y ocho ratones por persona, según el censo de 2011 del Centro de Estudio y Manejo de Plagas de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias de la Universidad de Chile (CEMP). Y no son ratones cualesquiera, sino que tienen nombre y apellido. "Está el mus musculus, que es la laucha que mide entre 15 y 19 centímetros; el rattus rattus o "ratón de tejado", que alcanza los 24 cm y es capaz de trepar y saltar; y el rattus norvegicus o guarén, que ya se dispara hasta los 27 cm de largo ", aclara Alejandro. Según un estudio de la organización dedicada a investigar las plagas, la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza, dos de esas especies están entre las 100 invasoras más dañinas del mundo.

Un día normal, una empresa dedicada al exterminio de plagas puede recibir cuatro llamados, la mayoría de ellas por un roedor; en un día agitado, hasta 10.

En Santiago existen cerca de 167 empresas dedicadas a perseguir -y aniquilar- a este tipo de invasores. El servicio puede alcanzar los $ 25.000 y los $ 80.000, dependiendo de cuán infectada está la casa. O la farmacia. O el supermercado. O el mall, la iglesia, el parque o un lugar tan reputado como una embajada.

Los expertos dicen que esta especie no discrimina zonas a la hora de buscar comida. Están en el oriente, centro y sur de la capital.

A uno de los directores de la Asociación Chilena de Controladores de Plagas (Achicpla), Jaime Márquez, le consta que en el último año hubo un aumento de un 30% en la demanda por este servicio. Lo atribuye a la sequía que ha habido en la región. "Esta les ha dificultado a los ratones encontrar frutos y semillas en la intemperie y, por lo tanto, han tenido que entrar a las casas. Y como hay menos agua, se han acercado a los jardines residenciales", afirma Márquez.

Antiguamente, las trampas más usadas eran las de impacto, esas que parecen extraídas de dibujos animados con un queso al centro. Hoy son los tubos de PVC. A unos les introducen una sustancia pegajosa, para que las víctimas se queden adheridas, y a otros, un veneno en forma de pellets.

Sin embargo, hay otros recursos a los cuales la "industria de cazadores" está recurriendo con frecuencia. Ya no basta con el queso. Pérez-Cotapos dice que sus víctimas comen ahora chocolates, paltas y zapallo. "Y toman vino", dice serio. "Una vez hubo que ir a un supermercado, porque una laucha se había colado en el vestidor de las cajeras. Había entrado casi como una más por la puerta de los empleados. Esa vez tocó, además, darse una vuelta por las bodegas... Y ahí estaban, haciendo fila detrás de los vinos en caja", recuerda el cazador. Todos murieron tras esa visita.

Del gusto por el cacao se dio cuenta en una visita a la casa de una famosa actriz, que vivía en La Dehesa. "Había uno que llevaba una semana entera recorriendo la cocina; le comía el arroz, el azúcar... Le poníamos de todo y no caía. No sé por qué se me ocurrió el chocolate, pero fue la única forma de pillarlo".

Pérez-Cotapos asegura que ratones habrá siempre. Estos animales tienen un promedio de ocho crías, tres o cuatro veces al año, "Nosotros bromeamos con que no hay que matarlos a todos; si no, nos quedamos sin pega. Pero es imposible vivir sin ratas. Si la ciudad entera huyera por una invasión de éstas, igual nos perseguirían, porque no viven si no hay gente. Es una relación de dependencia y odio eterno".