Como una multitud de zombies que se sacude del polvo para volver a asolar alguna esquina y terminar tomándose la ciudad completa, el rock ya tuvo antes demasiadas fechas de defunción. Y en casi todas logró sortear la lápida. En los albores de los 70, cuando el gigantismo sinfónico del rock progresivo parecía devorar la frescura que el género exhibió en sus inicios, llegó el punk para remover las cenizas. Una década después, la conquista del pop pensado desde la electrónica también vislumbró días fúnebres para un movimiento que se acercaba a la treintenta, pero el suceso de Guns N' Roses y luego el grunge lograron empujarlo hacia una adultez digna.

Pero lo del actual decenio parece ser distinto. "Hoy están desapareciendo los cabecillas de una generación excepcional, que rompió moldes en lo musical y en lo social. El problema de las generaciones posteriores reside en que el rock ya no es un rompehielos cultural: es una oferta más entre docenas de propuestas creativas que resultan más visibles (aparte de la electrónica, están los videojuegos, las series de televisión adulta o la novela gráfica). Hemos necesitado el deceso de Bowie para comprender que se están extinguiendo las auténticas estrellas del rock", explica a La Tercera Diego Manrique, el crítico musical más reputado de España, ante un debate que desde hace años agita al circuito: ¿vive hoy el rock una crisis terminal en lo creativo, popular y en el protagonismo de sus figuras? ¿Presenciamos el final definitivo de su era más clásica y brillante, aquella que lo definió como movimiento, cultura y sonido?

A diferencia de otros años, hay un asunto temporal: por edad, sus leyendas están muriendo o las bandas están frenando sus carreras para siempre, sin plazos para futuros retornos. Sólo en los últimos cuatro meses, la cultura rockera clásica perdió a "Lemmy" Kilmister, David Bowie, Glenn Frey y al productor George Martin, deceso que de a poco ve esfumarse al círculo de hierro que levantó la odisea Beatle.

Además, Rush anunció su retiro de las giras -uno de sus mayores potenciales- y AC/DC, quizás la última encarnación de quienes valoran al rock como un refugio de ética ruda e intransable, se encaminó en un destino tan inesperado como absurdo: reemplazar a su cantante Brian Johnson, la voz de sus años de mayor éxito. Por su parte, Black Sabbath está en plena gira del adiós y hasta Gene Simmons, de Kiss, pareció tomarse en serio la discusión: "La muerte del rock no fue natural. El rock no murió por viejo. Fue asesinado. Si Tame Impala hubiera nacido en los 70, hubieran sido grandísimos".

De hecho, el propio Manrique avisa que el fallecimiento de Bowie alerta sobre el eclipse de los iconos de la era de oro: "Más pronto que tarde, se irán Dylan y Joan Baez, McCartney y Ringo, Jagger y Richards, Page y Plant, Pete Townshend y Roger Daltrey, Eric Clapton y Jeff Beck".

En tal sentido, las nuevas generaciones tampoco ofrecen una posta visible. Desde 2010, entre los cinco álbumes más vendidos de cada año, no hay un solo representante del rock convencional, sólo con Coldplay como único crédito que puede vincularse a los formatos más históricos. El resto está dominado por Adele, Eminem, Lady Gaga, Taylor Swift y One Direction.

El escritor australiano Jeff Apter, uno de los más prolíficos biógrafos de la órbita anglo y autor de libros de The Cure, Dave Grohl y Red Hot Chili Peppers, acota: "Como el rendimiento en vivo es hoy la esencia de la vida de un músico, todos están compitiendo entre sí por la atención, a veces con la misma factura que el rock. Sin embargo, este género es cíclico: ya vimos a principios de los 2000 cuando Jet o Kings of Leon rompieron esquemas como parte del nuevo rock. Tal vez en 10 años otra nueva ola de grupos estallará cuando el público se canse de la música generada por computadoras. Eso espero".

Una opinión distinta tiene el crítico cultural de la Universidad de Pomona (California) Kevin Dettmar. En su libro de 2006, titulado justamente Is rock dead? (¿Está muerto el rock?), el autor consigna que ya en 1956, seis meses antes de la irrupción de Elvis, la canción country The death of rock and roll decretaba la extinción de ese cancionero. La misma sentencia que en años siguientes ocuparon The Doors, Lenny Kravitz y Marilyn Manson.

"El rock está envejeciendo. Pero no estoy seguro de cuáles podrían ser los límites de esa era del rock clásico. En parte, temo que el rock clásico define una corriente muy blanca y hétero-normativa: una de las cosas que los fans lamentan cuando lloran porque el rock ha muerto tiene que ver justamente con que se ha abierto a 'lo otro', a las minorías sexuales, a las mujeres, a la gente de color", comenta el autor a este diario.

En ese sentido, Dettmar postula que durante más de medio siglo, el rock se ha alimentado de esta posibilidad, ha convertido este proceso cíclico de deceso y resurrección en parte de su magnetismo: "Su fijación con la juventud y su fascinación mórbida con la muerte están desde sus inicios. Y por su parte, los auditores asocian fuertemente al rock con su propia juventud, por lo que hay un tendencia inconsciente que los lleva a pensar ya de adultos que su música ha muerto, que lo que escuchan sus hijos ya no es rock".

¿Hay futuro, entonces, para el rock? Eric Weisbard, pluma de The Village Voice y experto en el tema, asegura: "El rock clásico va a seguir sobreviviendo con lo mismo que hace 30 años: llenar estadios y vender el catálogo que ya existe". Dettmar es igual de optimista y cita la línea de Neil Young "el rock and roll nunca morirá" (de Hey hey, my my): "El rock sobrevivirá porque seguirá evolucionando, al menos hasta donde los fans lo permitan. Eso es justamente lo que hace tan emotiva la partida de Bowie: más que ninguna otra figura en la historia del rock, nos enseñó la importancia de la constante invención y reinvención como motor para el género".