En el mundo tuerca sabían que tarde o temprano sucedería. Más allá de los millones inyectados a la escudería, Red Bull había desarrollado un auto confiable y al mando tenía a dos excelentes conductores. Por eso, su triunfo en la última fecha de la Fórmula Uno en Malasia, el domingo pasado, donde se quedó con el primer y segundo lugar con sus corredores Sebastián Vettel y Mark Webber, no fue sorpresivo. Detrás de todo estaba el austriaco Dietrich Mateschitz, un hombre cuya fortuna, calculada en US$ 2.500 millones, proviene de una mina de oro líquido que él mismo descubrió en los 80, cuando recorría el mundo promocionando una pasta de dientes.

En uno de sus viajes por Asia probó una gaseosa llamada Krating Daeng, con fama de levantar muertos. El brebaje fue creado por el tailandés, Chaleo Yoovidhya. Mateschitz, viendo que estaba frente a una gran oportunidad, le ofreció unir fuerzas y juntos crearon Red Bull GMBH, con un aporte de US$ 500 mil cada uno. Por su composición (taurina, glucoronolactona y 80 miligramos de cafeína) debieron esperar tres años hasta tener la autorización de la autoridad austriaca. En 1987, por fin pudieron sacarla a la venta. Y todo indica que dieron en el clavo. Hoy Red Bull está en más de 130 países, tiene el 70% del mercado mundial de bebidas energizantes, factura US$ 4.700 millones anuales y crece 15% a 20% por año.

Afición por lo extremo

Mateschitz es un self made man. Hijo de profesores primarios, nació en 1944 en Sankt Marein im Mürztal, Estiria, una región compartida por Austria y Eslovenia. Estudió administración en la Universidad de Economía y Negocios de Viena, donde obtuvo una maestría en marketing, y se licenció en el World Trade Institute de Suiza.

Vive en Salzburgo, la ciudad de Mozart, y cuando habla en público sólo lo hace de negocios o de deportes extremos. Soltero, no fuma, casi no bebe alcohol, viste de manera informal y disfruta su dinero. Un ejemplo: compró la isla Laucala, en Fiji, a la familia Forbes, en US$ 14 millones.

Es aficionado al arte, pero por sobre todo le gusta volar sus propios aviones -un Dassault Falcon 900 y un Piper Super Cublas- y ver las evoluciones de los Flying Bulls, el equipo de acrobacias aéreas que guarda en el centro de eventos y museo, Hangar-7. El lugar alberga su colección de aeroplanos antiguos, entre ellos un Douglas que perteneció al gobernante de la desaparecida Yugoslavia, Tito.

Mateschitz, asimismo, es dueño del equipo de fútbol de Salzburgo y del club MetroStars de la liga de fútbol de EEUU. Además, participa en la fórmula automovilística Nascar con el Team Red Bull, posee la revista de chismes más popular de su país, Seitenblicke, varias radios, una constructora y levanta un resort de lujo en Laucala.

Tras sus aficiones hay una calculada estrategia. "El poder de la publicidad es más fuerte que las promociones a largo plazo", ha dicho. Y es consecuente: en 2008 gastó US$ 1.700 millones en patrocinios. Al liderazgo de Mateschitz se deben las latas de un formato más pequeño, los colores plata y azul, el toro rojo que la identifica y el eslogan "Te da alas".

La compañía no invierte en publicidad convencional, más bien asocia su imagen a jóvenes identificados con los desafíos. Por ello, patrocina competencias extremas y está en la Fórmula Uno. En 2004 compró la escudería Jaguar Racing y la rebautizó Red Bull Racing. Al año siguiente, se asoció con el ex piloto austríaco Gerhard Berger y adquirió Minardi, equipo italiano que pasó a llamarse Toro Rosso. La inversión ha sido alta: unos US$ 160 millones al año con Red Bull y otros US$ 60 millones en Toro Rosso. En 2009, Red Bull triunfó en seis gran prix y este año aspira a ganar el título de la categoría.