Se supone que era alemán, que lideró en Baviera varios intentos de crear una república obrera, que fue condenado a muerte y escapó rumbo a América vía Londres, donde lo metieron preso por no tener papeles, hasta que llegó a las costas del Golfo de México, donde se habría hecho revolucionario. Sí se sabe con certeza que escribió más de 20 libros en alemán (traducidos a 40 lenguas), que es el autor de las famosas novelas El tesoro de Sierra Madre (hecha película por John Huston, con Humphrey Bogart) y de La rebelión de los colgados (filmada por el hijo de Buñuel, Juan Luis), ambos libros feroces y crudos sobre la miseria y el poder, y que vivió hasta su muerte, en 1969, en México. Se ha especulado ampliamente sobre su origen: nació en 1882 o 1890; era un cerrajero polaco de apellido Feige, o un actor y periodista anarquista y antisemita llamado Marut; era marinero norteamericano o aventurero noruego; era hijo ilegítimo de un millonario judío o del káiser Guillermo, de madre actriz.

Bruno Traven, su nombre de autor, nunca quiso aclarar el misterio: decía que importa la obra, no el escritor. Lo más probable, según los que lo han rastreado, es que haya sido ese periodista anarquista que huyó de Alemania por una condena a su insolencia política y que acabó con su antisemitismo tras atarse profundamente a México, país que conoció y narró a cabalidad, en especial la zona de la selva de Chiapas y los puertos del golfo. Su primer libro famoso, La nave de los muertos, ayuda a comprender el enigma.

El título cita la sátira alemana La nave de los locos, escrita por el teólogo Sebastian Brandt en el siglo XV y que se basaría en hechos reales: existieron en la Edad Media barcos que flotaban sin destino, donde se metía a los locos e imbéciles no deseados por la sociedad. Traven retoma el tópico, pero lleva al extremo su crítica: ya no se trata de locos, ahora los indeseados no existen porque ningún poder los necesita.

El protagonista es un marinero norteamericano que atisba las incongruencias e injusticias que presencia a cada rato. Tiene, además, su ideario anarquista a flor de labios: "¿Por qué los hombres han de ser bestias? Yo más bien creo que la bestia es el Estado. Tener papeles de ciudadanía es algo inhumano, algo antinatural. Y esa es la razón por la que los hombres son cada vez menos humanos y se parecen cada vez más a figuras de papel maché. A la bestia no le sirven los hombres, dan demasiado trabajo; las figuras de papel son más fáciles de manejar, se las puede poner en fila, guardan una uniformidad y facilitan mucho la vida de quienes sirven a la bestia".

Este marinero no es de papel ni esclavo por espíritu, pero termina en ese barco demencial donde ninguna humanidad se respeta, como si estuviera muerto, precisamente porque no tiene tarjeta de marinero, y su cónsul, kafkianamente, no puede darle otra dada la ausencia de la original. Así parte este viaje a la oscuridad que nunca pierde el encanto, una visita al Apocalipsis, que a pesar del horror jamás pierde el humor y el impulso de la aventura sin destino.