La sensación es como la de una aguja que penetra la piel. Simple, sin metáforas, y es inevitable que duela. Porque son más de 1.000 puntadas por minuto las que recibe una zona del cuerpo. Desde el Neolítico que los seres humanos se tatúan y, en Providencia, desde hace dos décadas, con mayor fuerza.

Fue en 1991 cuando apareció la primera tienda experimentada en estas lides en Av. Providencia y hoy ya suman más de 20 las que se reparten en distintas galerías de esa avenida. Es la zona de Santiago hasta donde llegan todos los que quieren tatuarse en forma segura.

Basta caminar por alguno de los caracoles y galerías que hay en este lugar -como el Dos Providencias, el Paseo Las Palmas o el Portal Lyon- para sentir el rugido de las máquinas encargándose de sellar para siempre la tinta sobre el cuerpo humano. El barrio le sigue, muy de cerca, la huella a otros famosos sectores consolidados en estas artes, como el que rodea a las galerías Bond Street, en Buenos Aires, y a la Do Rock, en Sao Paulo. No mucho tiene que envidiarles tampoco a las estrechas callejuelas de la Ciutat Vella de Barcelona, llenas de vitrinas con neón que anuncian "Tattoo".

Jorge Luis Cordero llegó al Dos Providencias después de vivir un buen rato en Europa, donde aprendió el oficio. En 1991 abrió su estudio, en una época en que los tatuajes aún eran socialmente mal vistos. "Puedo afirmar que entonces había sólo dos lugares establecidos en Chile: el mío y uno en Viña del Mar", cuenta J.L., como lo llaman sus clientes.

Bautizó con un número a su local: 2001. Según él, 10 años bastarían para hacerse conocido y para profesionalizar el oficio.

No se equivocó. En su consulta hay una pared tapizada de fotografías con famosos, desde futbolistas y animadores de televisión, hasta cantantes y actores. El atribuye su trayectoria a los altos estándares de higiene y seguridad con que montó el negocio.

Durante cinco años, eso sí, J.L. dice que estuvo como pez fuera del agua, rodeado de centros de depilación y costureras. "De a poco fueron llegando más tatuadores y, paralelamente, se generó otro polo con este arte en la galería Eurocentro, en el Paseo Ahumada", cuenta. Hoy hay cinco locales de tatuajes repartidos en los laberínticos pasillos del Dos Providencias, y dos más en los subterráneos del Paseo Las Palmas.

Pero la galería que lleva la delantera es el Portal Lyon, con 15 negocios del género. Allí, la historia se repite de la mano de José Ramón Rubilar, conocido como "Moncho". En 1998 se instaló con su tienda Urban Trival, pero al poco tiempo pasó a llamarse Eximio, donde vendía poleras y suvenires, combinados con el arte del tattoo. Como él no tatuaba, contrató a alguien que lo hiciera.

"Llegué cuando aquí había una notaría y varios salones de belleza", dice "Moncho". Según él, los primeros seis meses fueron desastrosos: "No entraba nadie. Tuve que abrir e iluminar el local". Así, logró que entrara un cliente, luego un par más. Ya después de unos cuantos meses, gracias al boca a boca, su agenda se copó. Ahora, aunque su negocio sólo está enfocado en los gorros, igual subarrienda locales a tatuadores en el mismo lugar.

"Moncho" fue testigo de cómo el Portal Lyon vivió un cambio de piel. "Ocurrió durante los primeros años del 2000. De a poco fueron desapareciendo las peluquerías y llegando las tiendas de cómics, discos y poleras rockeras", recuerda. Hoy, es un enclave consolidado para las subculturas urbanas, pero también para los que no se identifican con ninguna corriente. Dicen los tatuadores que llegan militares, ingenieros, médicos y hasta diputados. Vienen de varias comunas de la capital, pero principalmente del sector oriente: La Reina Alta, de Lo Barnechea, de Ñuñoa y Las Condes.

El estudio Puas Tatuajes abrió hace siete años ahí y su dueño, Gabriel Puas, cuenta que los tatuadores ya están organizados: "Algunos formamos un colectivo artístico que se llama Tattoo Ink Canvas, que realiza exposiciones con pinturas hechas con el estilo de tatuajes".

Uno de los últimos estudios en llegar al portal fue Hot Rod, hace dos años. Con una estética rockabilly, el negocio luce baldosas en blanco y negro, un wurlitzer y está llena de pósters en los muros.

Según su propietario, Sebastián Palma, hasta aquí llega un público dispuesto a pagar grandes sumas por un diseño. "Un tatuaje puede costar hasta $ 500.000", dice. Sus clientes tienen dinero. "Vienen las mamás con sus hijas. A veces, incluso, con abuelitas", agrega.

Según los artistas, la demanda se duplica año tras año. Por eso, Marlon Parra ya tiene dos locales con el nombre Tattoo Rockers en el barrio. "El primero lo abrí ocho años atrás en el Dos Providencias. Hace dos, inauguré el segundo", cuenta. La nueva sucursal se ubica en Av. Providencia, cerca de calle Suecia.

Marlon opina que el acceso a internet ha ayudado a masificar la cultura del tatuaje entre los santiaguinos. "La gente investiga, navega por páginas y está más informada. Hay menos prejuicios", dice. Pero, según él, gran parte de este mérito se lo llevan los programas que se exhiben en la televisión por cable. "Desde que apareció Miami Ink, aumentó la clientela", finaliza.