Para entender a Cristián Núñez, basta con mirar desde la ventana de su departamento en El Golf. Lo que se aprecia es un panorama inusual, al menos para ese barrio. Hay un vagón de tren en la calle, una casa de tres pisos pintada hasta el techo con grafitis de ojos y animales fantásticos, y una camioneta vieja. Todo esto es suyo. Un reducto de colores, objetos extraños y nostalgia en medio de los rascacielos espejados del sector. Tal cual como es él: un pez fuera del agua entre los ejecutivos de traje y corbata que recorren esas calles.
Sin embargo, Cristián llegó mucho antes que ellos a ese lugar. En los 80 abrió el pub Oliver en Isidora Goyenechea 3215 (donde actualmente está instalado el restaurante Max'O), que fue uno de los primeros locales nocturnos de esa calle y que solía frecuentar la clase alta y los políticos de la época. Una suerte de bar Liguria de los 80. Artistas, militares y famosos se pasearon durante más de una década por la barra de Oliver, mucho antes de que a El Golf lo llamaran "Sanhattan". Ahora, Núñez sueña con preservar la identidad del barrio.
Su historia en el barrio comienza antes del Oliver...
Claro. Mucho antes de poner mi local, venía con mis amigos a la "plaza de los loros". Así le decíamos a la Plaza Perú, donde siempre ha estado la jaula con los pájaros. Eran los años 60 y nos juntábamos a carretear aquí, aunque yo vivía en Príncipe de Gales. Recuerdo que íbamos al cerro San Luis, que era el motel de la época porque había un mirador. Molestábamos a los autos que se estacionaban ahí. Después, subíamos a un estanque de agua enorme, nos quedábamos mirando las estrellas y filosofando. Eramos unos cabros chicos de 17 años. Este era un lugar muy entretenido, pero las cosas cambian y hoy está lleno de edificios.
¿Le gusta El Golf de hoy?
Quizás para mí, en el plano económico, es mejor ahora. Pero no para el barrio. De hecho, como soy dueño de varias propiedades en el sector, puse en mi testamento una cláusula que impide que cuatro generaciones de mis descendientes puedan vender. Esta esquina que yo llamo el "Triángulo de las Bermudas" (entre Isidora Goyenechea y Don Carlos) es un verdadero imán para los desarrolladores inmobiliarios. Ideal para construir un edificio. Pero yo no voy a vender, mi hijo no puede, mis nietos tampoco, ni los bisnietos. Soy el espadachín que lucha constantemente para que esto no se transforme en un Paseo Ahumada y mantenga algo de la identidad del barrio, con operadores pequeños y de buena calidad.
¿Por eso se ha empeñado tanto en comprar propiedades en el sector?
Claro. Cuando vives en un lugar, estás un paso o dos más adelante que el resto de los demás compradores, porque convives con las personas del barrio. Eres amigo de ellos y sabes mucho antes cuándo quieren vender. Estás primero en la fila.
Mesas en la calle
Cristián Núñez es dueño de varios departamentos y locales en pleno corazón de "Sanhattan". Además de su departamento en calle Don Carlos, tiene la "casa grafiti" de la misma calle y varios de los negocios ubicados en lo que él llama el "Triángulo de las Bermudas". Además, es dueño de Coffee Factory, una cafetería que está unas cuadras más arriba, por Isidora Goyenechea. Este empresario maneja una camioneta azul destartalada. Sin duda, el auto más viejo alrededor. Pero él está orgulloso del regalo que le hiciera su madre hace 17 años.
Catalogarlo de excéntrico sería demasiado. Simplemente, es diferente. Dice que nació con el pelo largo y que no se lo va a cortar jamás. Que lo miran raro y que tiene algunos detractores. Pero Cristián ni se inmuta. Se pasea a sus anchas y va saludando a varios en el camino. Gran parte de su vida es este barrio.
-Te desafío a que encuentres a alguien que conozca mejor este lugar. Camino todos los días por aquí. Le tomo el pulso de día y de noche. He visto pasar alcaldes, directores de obras, a los que barren la calle, a los que estacionan autos, a las prostitutas y a los travestis del sector. Sé todo lo que pasa.
¿Tanto así?
Por supuesto. Me acuerdo de cuando la prostitución se ejercía frente a la Escuela Militar. Se les llamaba "los patines de Apoquindo". Pasábamos en auto con mis amigos para molestarlas. Pero han ido cambiando de lugar. Las que se fueron a calle Napoleón son la mayoría travestis. Pero ahora la prostitución está dentro de los hoteles y eso hay que evitarlo. Tenemos que cuidar el barrio y no dejar que le pase lo mismo que ocurrió con la calle Suecia, que era un súper buen sector, pero que decayó de manera espantosa.
¿Por qué decidió abrir un pub como Oliver en este lugar?
Porque no había nada así en Santiago. Yo volví a Chile luego de pasar 10 años en EEUU. De ahí traje este concepto de bar lounge. En esa época, en Santiago, sólo podías tomarte una vaina, un pisco sour o un Tom Collins. Llegué con una batería de licores y tragos nunca antes vista: 30 tipos de whisky premium, 20 de tequila. Como no se podían importar, los traíamos a través de azafatas. Era ideal, porque coqueteábamos con estas niñas estupendas y, además, nos traían los tragos en la maleta.
¿Era el bar de moda?
Absolutamente. A veces venía Raúl di Blasio y, como teníamos un piano de cola maravilloso, tocaba algo y le invitábamos unos tragos. Aparecía de repente la Victoria Vergara, la cantante de ópera, e improvisaba una pequeña aria. También venía mucho el papá del Presidente Piñera, don José. El sólo tomaba café y le gustaba la tertulia. Era un hombre muy culto. Las 150 personas que había en Oliver se conocían de tres o cuatro generaciones anteriores. Tenía amigos que se casaban en la iglesia Nuestra Señora de los Angeles. Después de la misa, les montábamos una mesa en plena calle Isidora Goyenechea con mantel blanco y champán, para que hicieran un brindis antes de seguir el camino a la fiesta. Entonces no había ni autos en la calle. Nadie alegaba. Pero como era el lugar de moda, se empezó a llenar de militares. Flaco favor.
¿Pinochet era un cliente?
Sí, venía dos o tres veces al año. Pero siempre he dicho: si hubiera abierto el bar una década antes, don Salvador Allende habría estado sentado en una mesa todas las semanas. A él le gustaba mucho el champán Don Perignon y los habanos. En lugar de tener a los militares, habría tenido a los GAP instalados en Oliver.
¿Con quién iba Pinochet?
Llegaba con su escolta y con algunos oficiales, pero no recuerdo exactamente con quién. Cuando aparecía, el bar siempre estaba lleno. Entonces, los parroquianos del lugar se levantaban y le dejaban la mejor mesa.
¿Qué hacía? ¿Cómo se comportaba?
Era muy tranquilo y disciplinado, como buen militar. Recuerdo que las primeras veces solía pedir un pisco sour o una vaina. Le dije: "General, deje de tomar eso que es tan típico de casino de oficiales. Tiene que probar un rusty nail (clavo oxidado)". Me preguntó qué significaba eso. Se lo expliqué y, desde entonces, ése fue su cóctel preferido. No se quedaba mucho rato, máximo una hora.
¿El bar se identificaba con los militares?
Con los militares, la gente de derecha y con los que tenían buen gusto. Es más, me salvé jabonado, porque mandaron un autobomba que explotó antes de lo previsto, detrás del edificio de la municipalidad de entonces. Voló 10 ó 20 metros y cayó en el patio de lo que es ahora el Danubio Azul. Si no les falla el timing, hubiera muerto gente en el bar. Creo que fue el año 85 u 86.
¿Ese autobomba iba dirigido a su bar, a los militares?
No sólo a los militares, sino que a todos los clientes de Oliver. Ahí había personas de los dos bandos. Gracias a Dios, el auto explotó antes.
¿Cómo reaccionó?
Como si nada. Seguí trabajando. No vivo de la política.
Y eso, ¿no afectó al bar? ¿No dejó de ir gente?
No, en absoluto. Siguió igual.
¿Por qué cerró Oliver?
Porque me fui con mi hijo a vivir a Londres. Fue el año 96, aproximadamente.