Juan Cerda juega el deporte de una clase social a la que no pertenece. Para ir a su primer torneo de golf tuvo que despertarse a las 4 de la madrugada. Salió de su casa, en Puente Alto, y pasó entremedio de borrachos y angustiados que caminaban por los pasajes. Tenía 12 años. Se asustó al ver una pelea callejera y avanzó mirando el suelo. Juan tomó la mano de su padre, Ricardo Cerda, quien llevaba 14 palos de golf en un bolso viejo. Cruzaron la población El Volcán y esperaron la micro. Tenían que llegar al Club Sport Francés, en Vitacura, a 43 kilómetros de distancia.
Llegaron a las 7 de la mañana. Había otros niños muy bien equipados. El bolso más viejo y gastado era el suyo y la ropa de los otros muchachos era mejor que la de él. Ricardo comenzó a arrepentirse de inscribir a su pequeño hijo en un campeonato de golf. Esperaban un bus que los llevaría a un club en Quintay.
-¿Estás seguro de que quieres ir? -le preguntó el padre
-Sí, papá -respondió Juan-, muy seguro.
-Entonces tienes que calentar, tirar pelotas y tratar de hacerlo bien. ¿Crees que te la puedes?
Juan subió solo al bus y miró el celular que su papá le había pasado en caso de una emergencia. No había vuelta atrás; tendría que viajar por primera vez a ese lugar y enfrentarse a niños con mucha más experiencia que él. Ricardo partió a su trabajo de pelotero al Club de Polo, en Vitacura, pero aún dudaba si la decisión de Juan era la correcta. A las 16 horas llamó a su hijo, pero él no contestó. Una hora y media después, Juan telefoneó a Ricardo. Jamás había escuchado aquel tono de voz en su hijo.
-Papá, papá -le dijo Juan-, acabo de ganar el campeonato.
Juan camina con seguridad sobre el pasto perfectamente cortado en el Club de Polo. Mientras avanza por la cancha, dos mujeres golfistas lo saludan efusivamente. "Juanito, seco, qué rico verte". Juan les sonríe y dirige el paso hacia el primer hoyo. Mira el bolso con sus palos y escoge un drive Titleist, un palo único -que no está a la venta en el mercado y que se lo entrega la misma marca, que oficia como mecenas- con su nombre grabado en él. Pone la pelota en el tee y hace un swing de práctica. Mira hacia el green y realiza un tiro potente, limpio. Como un profesional.
Juan Cerda hoy tiene 18 años y es el mejor golfista amateur de Chile. Ha jugado más de 200 campeonatos y es el segundo chileno en la historia en ganar el Junior Orange Bowl, en Florida, Estados Unidos. A los 16, Tiger Woods ganó el mismo torneo: el nombre de ambos está en el trofeo del campeonato.
Para poder competir, Juan viajó en 2011 a Estados Unidos con un traductor y sin su padre. Tuvo que pasar la Navidad solo en una pieza de hotel y pensó que extrañar a su familia le podía jugar en contra. "Un porcentaje importante del golf es la concentración y fuerza mental. En Estados Unidos me sentía solo y eso podía llevarme fácilmente a la derrota". El 31 de diciembre, Juan les ganó a los 63 jugadores del torneo.
En el aeropuerto de Santiago lo esperaban 14 de sus familiares. Como bienvenida, Ricardo puso tres mesas en el antejardín de su casa con los trofeos de Juan, pero el espacio no alcanzaba para ponerlos todos. En las paredes del pequeño patio están enmarcadas todas las publicaciones donde Juan ha aparecido.
Ricardo hace los marcos a mano.
"Nunca me habían felicitado tanto en mi vida como cuando gané el Orange Bowl. En Facebook y Twitter me llenaron de mensajes y todos en el Club de Polo me saludaban, incluso personas que ni conocía", cuenta Juan. Tras ganar el torneo lo llamaron de varias universidades estadounidenses para becarlo en la carrera que él escogiera, para que fuese parte de los clubes de golf universitarios.
Juan Cerda no ha aceptado ni una oferta, porque no sabe inglés.
A los nueve años, Juan tenía que pasar las tardes en un lugar muy distinto a Puente Alto. Cuando no tenía quién lo cuidara, su papá lo llevaba al Club de Polo en Vitacura, donde él trabajaba como caddie y pelotero. Generalmente, Juan se aburría y acarreaba una pelota de fútbol con la que jugaba solo, hasta que un día decidió usar un palo de golf. Ese día, tiró 13 canastos de 40 pelotas cada uno. "Le pedí a un fotógrafo que le tomara una foto a Juanito y él hizo un swing perfecto: avance en el hombro, pie en punta, peso sobre el pie izquierdo. Era la primera vez que le pedía algo así y ahí me di cuenta que éste algo tiene."
Tres años después, Juan le dijo a su papá que en las tardes no tenía nada que hacer y que quería ir al club. Ricardo dudó de la idea, porque eso significaba que Juan tendría que viajar por más de una hora en micro. También le daba miedo que no se adaptara a la gente del club.
-Entre estar aquí, en este lugar, es mejor que esté allá contigo -le aconsejó su esposa.
Juan tuvo que soportar jugar con implementos más malos que el resto, no tener la mejor ropa y recibir las burlas de los otros niños. Llegaba a su casa a llorar sin entender por qué lo molestaban. Un mal tiro podía desmotivarlo hasta el punto de querer romper sus palos de golf. Pero su padre lo contenía y lo guió cada vez que pudo. Ricardo logró ser profesor suplente de golf en el club y le enseñó a Juan a mejorar sus tiros.
Patrick Durandín, gerente general de Laboratorios Durandín, se dio cuenta de que cada vez que él iba al club, un niño estaba practicando. Le preguntó a Ricardo quién era, y el padre lo definió como "la promesa del golf nacional". Ese día Durandín fue a la tienda del club y le compró su primer set de palos a Juan. Ricardo tuvo que escoger los 14 palos con dificultad, porque no había para niños y no quería abusar de la generosidad del gerente. Escogió palos de mujer, de grafito y livianos, para que no incomodaran a su hijo. Esos palos lo acompañaron por dos años. Con ellos, Juan pasó de entrenar a competir.
Para llegar al club donde entrena, Juan Cerda debe viajar en Metro, micro y colectivo por una hora y media. Los miembros del club donde Juan practica pagan como cuota de ingreso 3.000 UF (cerca de $68 millones) y compran cuatro acciones que bordean los $2.5 millones cada una, pero a Juan lo becaron como socio honorario por su buen juego. No paga nada. A pesar de la ayuda, el dinero es el problema recurrente para él y su padre.
Hace dos años, el 70% de los ingresos de Ricardo iban destinados por completo a a su hijo. Sólo por comer en el club, su papá gasta $ 142.000 mensuales. "Toda la gente me decía que mejor él almorzara conmigo, que llevara comida de la casa. Yo puedo hacer eso, pero le quito el privilegio de hacer roce social y eso es importante acá". Ricardo sabe que el ambiente donde pasan la mayoría del día es distinto de donde provienen y tienen que ser precavidos. "Si Juan tiene un problema con un niño de su edad y le dice algo, ese niño le va a contar a su papá, y se va a cortar por el hilo más delgado. Juan tiene que saber agachar el moño".
Los amigos del golfista están en Puente Alto, en la Villa Sargento Menadier y en la difícil población El Volcán. Ninguno de su círculo cercano estudió algo después de terminar el colegio y actualmente todos trabajan. A Juan no le gusta alardear sobre su éxito como golfista: algunos no le creen y otros ni siquiera saben. A los 16 años, Juan dejó su colegio en Puente Alto, porque no tenía tiempo para entrenar. Hoy estudia en el colegio para deportistas Athletic, en Las Condes. Es compañero de nueve futbolistas, un nadador y una equitadora.
Va a clases de 8.30 a 11.30 y el resto del día lo pasa en el Club de Polo.
Juan Cerda no puede tener auspicios ni ganar dinero jugando golf. Por su condición de amateur, tiene prohibido recibir ingresos, hasta que se convierta en profesional. Pero el muchacho quiere esperar a lo menos un año. "A veces no tengo el temperamento para perder y como profesional no me puedo equivocar", afirma. Cuando está en un campeonato, y falla un tiro, es común que alguien le pregunte: "¿Cómo estás jugando? El tiro malo que pegaste...". Juan tiene que aprender a soportar esa presión.
Cuando el juego de Juan mejoró y se convirtió en el primero del país, su padre le habló de las frustraciones: si perdía en el extranjero, debía tener claro cómo iba a volver al país y cómo iba a generar dinero para salir de nuevo. Siendo profesional no puede equivocarse.
-A veces miro un hoyo -dice-. Y pienso que achuntarle significa $500 mil. No sabes las cosas que podría tener mi familia metiendo esa bola en un hoyo.
Juan y Ricardo practican en el club hasta que no hay luz. Después del atardecer casi no quedan golfistas entrenando. Juan no puede perder un minuto en jugar: el golf no es un pasatiempo, es su carrera. Cuando no logran ver dónde cayó la bola, padre e hijo ordenan los palos y caminan por el perfecto pasto del Club de Polo.
Los únicos que los acompañan a tomar la micro son los trabajadores del club.S