Agosto de 1962 en los estudios Universal de Hollywood, California. Sentados en una mesa redonda, sin hablar ninguno de los dos el idioma del otro pero comunicándose gracias a una intérprete excepcional, François Truffaut y Alfred Hitchcock conversan sobre una de las escenas más famosas de Intriga internacional, que el segundo había rodado tres años antes: aquella en que un avión fumigador, a pito de nada, empieza a perseguir al personaje de Cary Grant por un campo de trigo.

A poco andar, derivan en una discusión sobre la velocidad del montaje, la duración de los planos, la cantidad de información que ha de entregársele al espectador y cómo dosificarla, en la cinta señalada e incluso en el popular show televisivo Alfred Hitchcock presenta. Y en eso están cuando el francés cuenta que, en su debut como realizador (Los 400 golpes, 1959), hay una escena en que la mirada del joven protagonista, fugado de la escuela, y la de su madre acompañada de su amante, se cruzan en plena calle. No sabemos si él la vio a ella, pero ella dice, "estoy segura de que me vio". Ahí es cuando Sir Alfred, tras amagar una pregunta sobre por qué su joven colega había hecho lo que hizo, sentencia: "Habría deseado que no se dijese nada", agegando que mejor era jugar a las puras miradas y a la ambigüedad subsecuente. "¡Sí, claro!", replica Truffaut, como quien agarra al vuelo una lección del maestro.

Este intercambio se encuentra en las cerca de 50 horas de audio que dieron lugar a uno de los textos más referenciales y reeditados de la literatura fílmica: El cine según Hitchcock. Sin embargo, este episodio quedó fuera del libro publicado en 1966.

Como pasa con cualquier entrevista, mucho material quedó inédito. Transcrito, pero jamás conocido. Eso, hasta que una reciente "desclasificación" de 25 archivos llevada a cabo por la BBC y disponible también en sitios como www.archive.org, permite abrirse a no menos de 11 horas de la conversación, material obligado en escuelas de cine y que cimentó mundialmente el prestigio de un realizador que hasta los 60 era visto ante todo como un talentoso entretenedor. No tanto como un "artista".

Igualmente, y gracias a sus silencios, risotadas y otros giros que no quedaron en la edición final, las cintas de lo que Truffaut llegó a llamar el "Hitchbook" son también un aporte a la biografía de ambos.

"Mi admiración por Ud…."

Combativo crítico de Cahiers du Cinéma durante los 50, François Truffaut enfrentó una pregunta frecuente cuando viajaba a EEUU: por qué él y sus amigos de la revista francesa tomaban tan en serio a Hitchcock. La respuesta se extrae de la batería de elogios que poblaron el número especial que Cahiers le consagró al británico en 1953: técnico eficaz y "mago del supenso", sin duda, pero también un inventor de formas que son, a la vez, la sustancia de la que están hechos unos inigualables productos de entretención que apelan a nuestras emociones más básicas y que están entre lo más notable que ha parido el séptimo arte. Punto.

Para Truffaut era claro que tan distinguido "autor" no tenía el respeto que se merecía, en buena parte por su propia popularidad. De ahí la idea de hacer un libro/entrevista, que estaba "destinado a modificar la idea que los estadounidenses tienen de Hitchcock", pero que también era "un pretexto para instruirme".

El 2 de junio de 1962, el director de Jules et Jim envía una carta a su reverenciado colega, que lo doblaba en edad. En ella le recuerda que se habían conocido en 1954 en circunstancias poco decorosas (Truffaut y Claude Chabrol habían caído a una piscina cuando iban a entrevistarlo).

"Desde que hago cine -prosigue-, mi admiración por usted no ha decaído; por el contrario, se ha acrecentado y modificado". Por esa y otras razones, "quisiera que me concediese una entrevista que se desarrollaría en unos ocho días para totalizar unas 30 horas de grabación". No con el fin de escribir artículos sino un libro que sería publicado en Nueva York y en París.

El plan de trabajo consistía en seguir rigurosamente la cronología hitchcockiana, desde su infancia en Londres hasta Los pájaros. Las preguntas versarían sobre las circunstancias de cada filme, la elaboración del guión, la puesta en escena, la relación del filme con los anteriores y, finalmente, la estimación que el propio Hitch hacía de los resultados comerciales y artísticos de sus películas. Todo para que se reconozca que es "el mejor director del mundo".

Quién sabe si el realizador británico reconoció una vía de autopromoción aquí. El caso es que hubo buen timing: el rechazo de Grace Kelly a estelarizar Los pájaros fue un golpe duro para el director, la misma semana en que recibió la carta del francés. Y así fue como contestó con un telegrama al "Querido señor Truffaut". Confiesa que "su carta encantadora" le sacó lágrimas y se compromete a dar la entrevista en agosto.

Para el cumpleaños

Truffaut llegó a Los Angeles con Helen Scott, funcionaria del French Film Office en Nueva York e intérprete de la entrevista. Era el 13 de agosto, día del cumpleaños 63 de Hitchcock, y esa noche celebraron en su casa de Beverly Hills. Luego vendría la maratón conversada: el medio centenar de horas que Truffaut consigna en la edición definitiva del libro, que tuvo lugar ese agosto y el resto en 1966, poco antes de la publicación.

Las partes no hablaban un idioma común y la sola intervención de Scott hace inevitable una comunicación entrecortada. Pero entre las risas, las caladas de cigarrillos y el vivo interés de las tres partes, la continuidad se percibe en las cintas desclasificadas. Eso sí, e igual que en la sala de montaje, en la edición de una entrevista se puede crear fluidez, hermosear las preguntas o redondear las respuestas.

Pero el espíritu es el mismo. Truffaut está atento y a veces interrumpe a la intérprete de puro ansioso. Puede ser reverencial, pero asoma más crítico que zalamero. Hitchcock, severo y sentencioso, se toma tiempo para responder y se deja querer mientras tanto, acaso sabiendo que de las extensas sesiones saldría una de las piezas publicitarias más elaboradas y notables de la historia del cine. Uno llama al otro "Señor Hitchcock" y el otro, de vuelta, se dirige a "François, my boy". Algo inédito estaba pasando en el corazón de Hollywood.