"¡Aquí está el tambor!", dice DJ Méndez con apagado entusiasmo, mientras su sonrisa se ensombrece ante un carreteado recipiente de 200 litros, repleto de fierros y basura. Observa la sucia pieza de metal, viaja a la infancia, baja la voz. "Esto estaba donde mi abuelita. Aquí mi madre me metía al agua helada porque yo era muy rabioso. El agua fría te dejaba así como congelado, paralizado. Ese era su método para quitarme la pataleta. Lo que le pareciera mal a ella, pa' dentro del tambor".
Las confesiones de la figura de TVN, contratado como rostro desde el verano tras el éxito del docureality que lleva el apellido de su clan, ocurren en una destartalada vivienda del cerro Barón, que cuelga de una ladera hacia la transitada Avenida España que conecta con Viña. Cada paso es registrado por un camarógrafo y un sonidista, haciendo planos de un personaje que el canal público atesora, porque le da la anhelada cercanía con el público. Leopoldo Méndez no parece sufrir cambio alguno ante la presencia de la televisión. Conversa como si fuera un porteño que jamás se marchó. Viste de negro. Una larga cadena al cuello y un voluminoso reloj a la muñeca interrumpen la sencillez del vestuario. Está recién operado de un pólipo en la garganta. Por la prensa dijo que enmudecería durante seis semanas. Han pasado seis días y habla sin pausa.
La casa con el tambor es de una antigua vecina que apenas vio a DJ Méndez en la calle salió para contarle de la presencia de un programa de farándula, consultando a la gente del barrio, abandonado por la familia Méndez en 1986, qué opinan de supuestos dineros impagos del artista y maltratos a figuras pop.
"¿Así es que vinieron a hinchar las pelotas?", interroga el cantante.
"Preguntaban por unas deudas", responde una hija de la mujer, que aparece de repente con un suéter de generoso escote.
"Les dije que tú eras transparente, que te casaste en la iglesia aquí", interviene la dueña de casa.
Entra en escena un anciano, al cual el cantante abraza afectuoso. El viejo comenta que vio a su mamá por la tele y subraya que "se le vinieron los años encima". La mujer mayor pregunta por Marcela, su esposa, como si se tratara de una amiga.
Leopoldo Méndez intenta evocar el sector. Habla del Betancourt, un desaparecido pasaje con algunas de las casas más destartaladas del Barón y, según su condimentada descripción, un gueto. Pero ni a la mujer ni a su hija les importa recordar el sitio. Quieren conversar de farándula, aunque cuando lo hacen gesticulan con hastío. El cantante pone la misma cara. "Lamentablemente, yo me metí en un negocio, ellos viven de esa forma", se excusa. Si sonara de fondo el single Mula, la canción que DJ Méndez lanzó en 2006, denostando al frente más famoso de los espectáculos, la secuencia sería perfecta.
Cruzamos hacia el 474 de avenida Portales, la dirección donde el intérprete de Chiki chiki creció. Es la entrada de un pasaje típicamente popular del puerto, con las casas levantadas en la medida de lo posible; mucha lata oxidada, muros caídos por el terremoto, un ingreso zigzagueante con el olor de cañerías vencidas y una radio a todo dar en una casa con las ventanas abiertas.
Méndez camina decidido hacia unos peldaños, para apuntar algo en el cemento. "Esta casa la construimos nosotros. Aquí están nuestros nombres, o sea, el de mi primo. Yo también quería escribir, pero no me dejó y nos agarramos a combos". Se ríe.
-¿Cuáles son los recuerdos más tempranos que tienes aquí?
-Las peleas, los dramas. Los familiares que se juntaban los domingos y era todo feliz hasta que quedaba la embarrada. Me acuerdo también de las protestas, se escuchaban balazos. Son momentos malos, claro, pero lloré harto cuando nos fuimos al aeropuerto. ¡No sabía adónde chucha iba! Dejaba a mis amigos. A mí me encantaba salir a la calle, jugar a la pelota. No pasaba en la casa.
Méndez insinúa motivos políticos de su padre para emigrar a Suecia, aunque no queda claro. "No sé si fue por algo de seguridad, no cacho. Mi papá le hace el quite a la conversación". Como sea, engrosaron la generosa colonia chilena en ese país, donde los porteños se impusieron en número a los exiliados post golpe. Durante los 80, cuando Valparaíso tocó fondo económicamente, se montaron agencias con ventas de pasajes para familias completas, bajo promesas que no siempre se cumplían de recibimiento estatal en naciones desarrolladas. Sólo debían decir que eran perseguidos de la dictadura, no desempleados de una ciudad arruinada.
Aparece una asistente en el interior del pasaje y anuncia angustiada a DJ Méndez que el programa de farándula lo espera. El cantante se apesta. Responde que ya sale, que va a hablar. "Me está yendo bien y estoy consciente de lo que me está pasando. Pero atácame por algo que he hecho y voy a pagar".
-Al firmar para este docureality, ¿no imaginaste estas situaciones?
-No, no así. Esta idea fue mía de un comienzo. Canal 13 lo tuvo en su mesa, también Mega y Chilevisión. TVN fue el último canal al que fui. Y fueron los que inmediatamente engancharon, porque les mostré en forma visual y les expliqué cómo es mi vida, que es un caos.
-¿Qué show te inspiró?
-Los Osbourne. Lo encuentro la raja. Entrar a su casa y ver cómo es, puede ser horrible o grandioso, como a cualquier persona le pasa. Pero aquí todos se fijan en la plata. Y piensan que hoy yo gano por un reality, no por los 22 años que me he sacado la conchetumadre brígido día y noche. He sido muy porfiado. Quiero ser una leyenda en lo que hago.
-¿Ganabas más en Suecia o en Chile?
-¡Dos veces más en Suecia! Así es que menos mal que no me conocieron allá, mi casa o mis gustos por autos y lujos.
-¿Es verdad que tuviste un avión?
-Así es. No era como comprarse un auto, sino una mensualidad, horas en el aire. Pero ¿sabís? No hablo de esas cosas, porque si no es 'ah, el hueón levantado de raja'. El chaqueteo, la envidia, es increíble. Imposible tener dinero porque si no soy muy quebrao. Si soi muy pobre y humilde, eres flaite. Soy un infiltrado en Chicureo. Creen que estoy ahí porque quiero aparentar y meterme en el mundo del ricachón. Nunca me van a dejar entrar a mí. No conozco el condominio, no tengo amigos vecinos.
-¿Y por qué ahí entonces? ¿Decisión del guión?
-No, no (ríe)... eso también, que TVN me paga la casa, los autos, que me compró hasta los perros. ¡TVN a mí no me ha puesto nada! Hace unos años intenté vivir en Chile y no me fue bien porque la pega estaba en Europa. Ahora vendí todo lo que tenía en Suecia y me vine a probar suerte. Hasta el momento no me he equivocado. Vine a arrendar y probar y me dieron como recomendación Chicureo. Pero hay gente mal intencionada que no me da paz.
-¿Qué te provoca eso?
-Rabia y pena.
Méndez repasa nuevamente las casas del pasaje. Habla de sus tatuajes. El primero, con sus iniciales a los 16. El último, a los 37 años, con el nombre de su esposa.
Es momento de salir y esperar el asalto del equipo farandulero. Antes elucubra que la presión mediática que acusa está orquestada, porque su show sale más barato y tiene buena audiencia. "Los canales apuestan cinco veces más de lo que puede costar mi reality. Igualamos en el rating que para ellos es importante, pero para mí eso está en la calle. Cuando la gente me diga, ahí ándate y déjate de grabar el reality, me retiro solo. Pero mientras eso no pase van a tener que verme en pantalla todos los días y van a venir los Méndez 4 hasta el 10. Y después, si es posible, la Stephi y hasta el Esai (sus hijos)".
De regreso en la calle entramos a un programa dentro de un programa. El equipo de Los Méndez 3 graba a sus pares de farándula. El artista encara las preguntas mientras camina hacia el mirador Portales, una de las vistas clásicas del puerto. La tarde estaba gris y ahora aclara. El sol envalentona a Méndez. Responde amable, pero serio. Remarca que "la gente no es huevona", advierte que no permitirá que ensucien su nombre, desafía a investigar las acusaciones de deudas e insultos.
A esas alturas, hay decenas de curiosos, las micros que trepan el cerro se detienen, los autos tocan la bocina. Corta la entrevista y vienen más fotos y saludos. Leopoldo Méndez devuelve cada gesto con una sonrisa y alguna talla rápida. Todos sus movimientos están pendientes de la cámara sin que la atención se note. Les pide a los escolares que aconsejen a su hijo Leo asistir al colegio y no hacer la cimarra. Son tres temporadas de reality y 15 años cantando. Sabe cómo armar y dar espectáculo.
Méndez pide agua, la garganta le molesta, se acaban las preguntas. Comenta que trabaja en la producción de una película autobiográfica y que debe hacerla con una productora sueca, porque 26 años de su vida los pasó allá.
-¿Qué extrañas de Suecia?
-Absolutamente nada. Extraño a mi familia, los que van quedando.
-Es raro que no te haya dejado nada.
-No tengo una respuesta. Siempre estuve conectado con Chile. Todos se preguntaban que cómo chucha podía mantener la jerga chilena después de tantos años afuera. Siempre me sentí muy conectado, en especial a este sector, Valparaíso, mi calle, acá.
Le piden más fotos con teléfonos. Definitivamente, los autógrafos pasaron de moda. DJ Méndez bromea que se podría lanzar de candidato. Ante la sugerencia de la alcaldía, le brillan los ojos. Se sube a su Audi R8 estacionado frente al viejo hospital ferroviario abandonado, sale rápido a la calle y acelera en la bajada con explosivo rugir del motor. El camarógrafo y la asistente de la estrella se miran y sonríen con cinismo, como diciendo, para qué hace eso.