DE Chile sólo sabía que era el país largo y angosto del mapa, ese donde estaban la Patagonia y Valparaíso. No hablaba español ni tenía amigos aquí, pero Nigel Gallagher (45) decidió que quería conocer este país. Así que, apenas pudo, este ingeniero informático norirlandés se fue a ver a una amiga en Estados Unidos y no dudó en aceptar el pasaje a menos precio que le ofreció en la aerolínea que trabajaba. Mochila al hombro llegó a Santiago en septiembre de 2003. "Cuatro días en la capital, cuatro en Valparaíso y unos pocos en el sur era el plan", dice entre risas y en perfecto español, sentado en el bar que hace siete años fundó en el Puerto, bajo el nombre obvio de "El Irlandés". Así lo apodaron los porteños en sus cuatro primeros meses de estadía en la ciudad, porque Gallagher se encantó y se quedó en Valpo.

Al más puro estilo de las tabernas de Irlanda del Norte, casi en penumbras, con antorchas hecha de amarres de buques, y con maderas oscuras, mesas, pisos y una gran barra con durmientes de tren, Nigel fundó un pequeño bar. Hoy tiene más de 200 tipos de singulares y exquisitas cervezas de los cinco continentes, la mayor variedad en Chile.

"Hace cuatro años empecé a importar, porque pedía más variedad a los proveedores y no traían. En el mundo hay 150 estilos de cervezas, todas interesantes", explica. "La mayoría no sabe tanto de cervezas y son más caras: al principio me decían: 'Aquí, con cuatro mil pesos compro un ron'. Fue difícil educar un poco y crear curiosidad. Hoy tengo más de 200 variedades. Hace una semana traje 70 nuevas", cuenta.

Belgas, inglesas, estadounidenses, alemanas, escocesas, danesas, nacionales, artesanales y las últimas de Sudáfrica, Nueva Zelandia y Japón son parte del "cofre de oro" cervecero de Gallagher. Añejadas en bourbon, ron, vinos blanco y tinto, whisky escocés y tequila, o con toques de chocolate, frambuesa, café, nueces o amargas. Hay decenas.

La más suave sólo tiene 2,8° etílicos, y la más fuerte, la Tokio, ¡18°! Un indicador que no todos respetan y que a algunos manda directo a casa en taxi. Otros prefieren catar en grupo e ir variando en cada visita. Variedad hay para todos y la idea es degustar al ritmo de música celta o gitana.

Extranjeros, porteños y capitalinos componen su público. Pero sólo dos clientes, asegura, ya conocen 120 de sus variedades. Para los próximos días está preparando una cata donde expondrá las 70 nuevas cervezas que trajo.

Con toques de café y melaza, la sudafricana Werk (8,5°) es una de ellas, al igual que la japonesa Hitachino Nest Beer. De las más singulares, hay una danesa de litro y medio, hecha para un festival (cuesta $ 27 mil). Y si se trata de amargas, la Ratr XXX, con 30 tipos de lúpulos y 9° de alcohol encabeza el ranking junto a la Hardcor IPA, de 9,2°. Una más suave es la escocesa Black Hold (3,5°) y para "un desayuno de campeones" -recomienda Nigel- la Beer Geek Breakfast (7,5°). "Tiene algo de cuerpo, equilibrada, negra y con ella estás listo para pasar el día. Tiene bastante alcohol, pero no es loco".

Este norirlandés enamorado de los cerros y las casas de colores del Puerto jamás pensó tener algo así. "Soñaba con tener un bar, pero más sabía de beber en uno que de manejar uno", confiesa.

Todo empezó cuando quiso hablar español a pocos días de llegar al hostal que lo recibió en Cerro Alegre. Ahí se inscribió en un curso de un mes y luego ahí lo enviaron a casa de Teresa Egaña, profesora, para que lo albergara y aprendiera mejor el idioma. "En el día iba a clases al hostel y en la noche hablaba con Teresa, no sé cómo en español, pero ella me conquistó. Hoy es mi esposa y por ella estoy anclado aquí", cuenta. "Yo le dije: no es un poco loco hacer un bar sin saber, pero ella me dijo: 'Hay que saltar el río'. Y pensé: país diferente, yo diferente, mujer loca, qué me cuesta hacer el bar, y lo hicimos", se ríe. A los cuatro meses empezó el proyecto y al año lo inauguró. Cada Día de San Patricio, pasar por "El Irlandés", en calle Blanco, es simplemente una locura.