NO comenzó siendo el jardinero de las casonas más llamativas de San Carlos de Apoquindo de la noche a la mañana. Antes de cortar 15 mil m2 de pasto a la semana, sólo lo hacía con una decena. Pero cruzarse con un auto en pana hace 22 años, en uno de los empinados caminos del barrio, cambió la suerte de su oficio. "Venía en la Renoleta de un primo, y me topé con un caballero que estaba en pana. Paré a ayudarlo y nos pusimos a conversar. Le conté que era jardinero y de inmediato me llevó a trabajar a su casa, en La Dehesa. Cuando se cambiaron de casa a San Carlos de Apoquindo me trajo con él para que le hiciera el jardín completo. Y así empezó todo", recuerda Teófilo Vásquez Maureira (52), quien lleva más de dos décadas atendiendo los jardines en los faldeos de este cerro de Las Condes.

De la casa de ese empresario saltó a la del vecino, y de la del vecino, al de más al lado. Hoy, los prados de los caserones de la calle Piedra Roja y las otras cercanas son su "oficina", de lunes a domingo. Sólo un día al mes lo destina para viajar al sur, donde vive su hijo.

Tantos años con los mismos patrones, le han permitido pasearse como "Pedro por su casa" por los distintos jardines que atiende. No sólo no pide permiso para entrar a ellos, sino que tampoco para decidir qué planta, dónde y cuándo. Tampoco para volcarse de lleno con la cortadora sobre el pasto. "Ellos aceptan todas mis sugerencias. Sólo en casos contados me piden cosas especiales", dice.

Teo -como es conocido en el barrio- tiene sus propias herramientas, las que traslada en su auto. Pero si le falta una, no se aproblema. "En todas las casas tengo un set completo para elegir. Además, de eso, los fertilizantes y artículos para desinfectar las plantas", dice.

Era agricultor en la Séptima Región y luego de una mala racha decidió trasladarse a Santiago, para trabajar en la mueblería de un primo. "Pero duré un mes porque no me acostumbré. Era muy huaso", ríe.

En esa época y por casualidad, conoció a un profesor de paisajismo, quien lo invitó a trabajar junto a él. "Algo sabía de esto por mi pega en el sur, pero no era experto. Cuando decidí estudiar esa carrera, una de mis patronas me la pagó. Su gesto se resume en su nombre: se llamaba Julia Amor", cuenta.

Eso sucedió hace más de 20 años y desde el momento en que se topó con el empresario en pana, no paró más. A su familia le cuida hoy 5.000 m2 de prados y decenas de especies arbóreas y flores. Por un salario de $ 550.000, en un régimen de trabajo de tres veces por semana, la casa del empresario ya fallecido luce como si el pasto fuera de terciopelo. "Y por $ 530.000 más, mantengo los prados de la casona donde se reúnen los Legionarios de Cristo, en la calle Piedra Roja", revela. Esto, sin contar lo que gana en el resto de los domicilios, donde hace trabajos en menores extensiones.

Su situación es diferente al común de sus pares, quienes según cuenta este jardinero, ganan entre $ 10.000 y $ 20.000 diarios y tienen que recorrer las calles en bicicleta.

En sus inicios, Teo llegaba en Metro al barrio, que entonces comenzaba a formarse en ese alto sector de Las Condes. Pero hace 14 años pudo comprarse un auto y eso le facilitó las cosas. Le permitió hacer todo más rápido. "Me demoro entre dos y tres horas en cortar una extensión de 1.200 m2 de césped. Dicen que soy rápido. Una vez me accidenté y trajeron a un especialista para reemplazarme. Dicen que no fue capaz de hacerlo en un día entero", explica.

Tantos años de oficio le permiten saltarse aquella costumbre de llevar agenda. El lleva las fechas de corta de pastos en su cabeza. "Es simple; en verano se hace semanalmente y en invierno, cada 15 días", explica.

Por estos días estoy terminando las podas y las fertilizaciones. "Pronto voy a empezar a ver cómo florecen las azaleas y las magnolias. Luego les toca a las camelias y las rosas", cuenta. "Me da pena que no todos aprovechen sus jardines, porque no tienen tiempo y los prefieren como adornos. Pero mi pega es hacer que se vean perfectos", dice.