Cuando Víctor Fuenzalida entró por primera vez al Palacio de La Moneda no iba a visitar el Salón Montt-Varas ni tampoco a conocer al Presidente. Era 1991 y cursaba primero medio en una escuela agrícola de San Felipe, donde aprendía el oficio de jardinero. Al finalizar su primer año, el director del establecimiento organizó un viaje a Santiago para que él y sus compañeros conocieran lugares de la capital relacionados con su futuro trabajo: el Parque Mahuida y el Parque Metropolitano estaban en la ruta, pero también La Moneda. A uno de los profesores se le ocurrió que los alumnos debían conocer el más simbólico de los jardines del país: el Patio de los Naranjos.

"Yo era bueno para ver las noticias y las entrevistas a los políticos, así que fui el único de mis compañeros que conocía la existencia del Patio de los Naranjos. Cuando llegamos, fuimos directamente a verlo, sin entrar a otra parte del palacio. Como era primavera, los árboles estaban dando frutos y se veían preciosos. Las naranjas estaban muy redondas y las hojas verdes. Esa imagen me impactó para siempre", recuerda.

Han pasado 20 años de esa visita y ahora Fuenzalida entra todos los días a La Moneda. Pero cuando ve los naranjos ya no se impacta: a veces se preocupa y muchas otras veces se pone feliz. Desde 2007 es el encargado de la mantención de los jardines del palacio y su principal preocupación es que a fines de noviembre -y hasta principios de abril- los 40 naranjos que hay en el segundo patio de La Moneda tengan abundantes y jugosos frutos a la vista. En este histórico lugar actualmente funcionan la Secretaría General de la Presidencia y la Secretaría General de Gobierno.

Su labor por estos meses se pone intensa: con la primavera florece el fruto, pero también llegan las plagas, como arañas y conchuelas, las cuales se ceban con los árboles de hojas tiernas. "En esta época todos los días reviso las hojitas. Corto los brotes que nacen verdes, para que los próximos lo hagan con más vigor, pero, además, hay que empezar a prevenir: si vemos bichitos desinfectamos altiro, uso unos líquidos naturales a base de algas y de ajo que son infalibles para matarlos, porque los desinfectantes industriales dejan mal olor", cuenta. Además, Fuenzalida dice que en esta época la poda cambia, pues debe preocuparse de darles forma a los árboles cuando corta las ramas. "La función principal es que sean ornamentales, por eso hay que evitar que crezcan para arriba, si no hacia los lados, cosa que se vean frondosos", recalca.

Fuenzalida (casado, un hijo) reemplazó a un jardinero que estuvo más de 25 años a cargo de los naranjos, los cuales llevan casi seis décadas ahí: fueron plantados en 1943 bajo el gobierno de Juan Antonio Ríos. El anterior cuidador jubiló en 2006 y a los pocos meses falleció.

Oriundo de Catemu, se vino a Santiago específicamente para hacer este trabajo, aunque aún no tiene claro cómo lo consiguió. "Sinceramente, yo quería ser enfermero granadero, un oficio que también me enseñaban en la escuela. Pero desde que vi los naranjos me quedó dando vueltas quién y cómo se cuidaban. Eso de trabajar cerca de los políticos y el Presidente me parecía un honor, pero nunca lo busqué", relata.

En 2007 estaba haciendo clases en la misma escuela donde estudió y vio en internet que una empresa de Santiago -Madre Selva, entidad que desde ese año se encarga de mantener la vegetación de La Moneda- estaba buscando gente.

"Postulé sin saber cuál iba a ser mi pega específica. Después de la entrevista quedé seleccionado y me dijeron: 'Usted irá a cuidar la vegetación de La Moneda'. No lo podía creer, es el honor más grande de mi vida", reconoce.

La responsabilidad era gigante, pero no se amilanó y tomó decisiones. Lo primero que hizo fue cambiar el sistema de regadío: reemplazó los aspersores por la tradicional manguera. "El naranjo es un cítrico que no necesita tanta agua como el pasto, que rodea los árboles. Por eso, el césped lo riego a mano, con manguera, todos los días, tratando de no salpicar los naranjos, que los mojo sólo una vez por semana", explica. Según él, estos árboles, bien cuidados, pueden vivir entre 15 y 20 años. Desde que asumió, ha reemplazado casi 30. "Sólo plantamos árboles de un metro y medio, cuyo tamaño es certificado por el SAG. Más grandes que eso pueden venir con bichos encubados", reconoce.

Cada temporada, estas especies pueden dar hasta 150 kilos de naranjas, las cuales se reparten entre la Presidencia y el casino del palacio. En este último lugar una nutricionista analiza si serán utilizadas en el servicio de comida, como postre. "Yo me reservo el derecho de probar la primera fruta, para ver cómo viene la cosecha. Siempre son dulces y jugosas", cuenta entre risas.

Además de los naranjos, Fuenzalida también se preocupa de las otras especies que abundan en La Moneda. Los canelos plantados dentro del Ministerio del Interior o las camelias que están en macetas móviles que adornan la Segpres. También las pequeñas palmeras del Patio de los Cañones.

Después de cuatro años, ya no se emociona cuando dice que trabaja en La Moneda. "La gente me pregunta cómo es trabajar acá, pero yo me limito a decir que es un orgullo. Pero el más contento es mi hijo, que siempre cuenta en el colegio que su papá trabaja acá, con el Presidente", dice.

No es para menos. Fuenzalida ha visto de cerca no sólo al actual Mandatario, Sebastián Piñera, o la ex jefa de Estado Michelle Bachelet. "Hace poco vi al Presidente de Colombia (Juan Manuel Santos)", comenta como si nada. Sin embargo, el día que más recuerda fue cuando vino Barack Obama, en marzo pasado, y no solamente por la importancia de la visita. "Ese día colocaron una carpa en el patio y afirmaron los fierros y los focos en el pasto de los naranjos. Me lo dejaron aplastado y tuve que dedicar tres días a reponerlo", lamenta.