Cuando vives en el caos total -galletas en el cajón de los pantalones, pantalones en el cajón de las galletas y monedas, vestidos, viejas copias de la revista New Yorker y pepas de manzana en tu cama- es difícil saber dónde buscar cuando pierdes tus llaves. El otro día, tras dos semanas de rastreo infructuoso, las encontré sobre un pocillo con pasta de ajo que estaba en el refrigerador. No puedo decir que estaba sorprendida. Sí lo estuve cuando mi siquiatra me diagnosticó déficit atencional con hiperactividad hace dos años, cuando cursaba mi primer año de universidad en Yale.
En columnas, editoriales y en salas de espera, las preocupaciones sobre diagnósticos a la ligera y medicación excesiva dominan las discusiones sobre este cuadro. El New York Times reportó recientemente, con gran alarma, nuevos hallazgos del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC): 11% de los niños en edad escolar han sido diagnosticados con déficit atencional con hiperactividad, lo que implica 16% de aumento respecto de 2007. Esos diagnósticos crecientes implican más tratamientos: drogas como Adderall y Ritalin hoy son más accesibles que nunca y las consecuencias de su mal uso y abuso son peligrosas y a veces fatales.
Tanto o más dañinas son las consecuencias de dejar este cuadro sin tratamiento, lo cual se ha convertido en una historia demasiado común para mujeres como yo, quienes no sólo desarrollan síntomas de forma más tardía en sus vidas sino que también presentan indicios de la enfermedad -desorganización y olvidos, por ejemplo- que son diferentes de los que manifiestan comúnmente los hombres. Mientras el columnista de New York Times Roger Cohen afirma que el Adderall y otras "drogas inteligentes" han "alcanzado en las universidades el estatus que los esteroides tienen en los deportes", a mí, una mujer adulta relativamente poco ambiciosa que no necesita estudiar o irse de parranda hasta las 6 AM, estas drogas me han dado una vida más normal y estable.
La idea de que los adultos jóvenes, particularmente las mujeres, efectivamente tienen déficit atencional a menudo genera escepticismo. Como era una mujer con suficiente fuerza para asistir a clases de biología y evitar grandes fracasos académicos o sociales, yo también me sentí perpleja ante mi diagnóstico. Mis compañeros también estaban confusos y aseguraban que mi siquiatra estaba equivocado. "Por supuesto que no tienes déficit atencional. Eres inteligente", me dijo un amigo, antes de pasar a un tema bastante más fascinante: los medicamentos. "¿Así que vas a tomar Adderall y adelgazar al máximo?", "¿Lo vas vender?", "¿Lo vas a aspirar?"
La respuesta a todas esas preguntas era "no". Iba a ingerir Concerta, un pariente del Ritalin. La doctora Ellen Littman, autora del libro Entendiendo a las niñas con déficit atencional, ha estudiado a adultos con alto coeficiente intelectual y adolescentes con esta alteración por más de 25 años. Ella atribuye el bajo diagnóstico de niñas y mujeres -se estima que entre 50% y 75% de las mujeres con este cuadro no son diagnosticadas- y las ideas erróneas que existen en torno a su manifestación en las pacientes, a los primeros estudios que se hicieron en los 70. "Estas investigaciones se basaron en niños pequeños de raza blanca sumamente hiperactivos que eran llevados a las clínicas. El criterio de diagnóstico se desarrolló en base a esos informes. Como resultado, esos criterios representan en exceso los síntomas que se ven en los niños pequeños, dificultando que las niñas sean evaluadas a menos que se comporten como varones hiperactivos", dice Littman.
El déficit atencional no se ve de la misma forma en niños y niñas. Las mujeres con este desorden tienden a ser menos hiperactivas e impulsivas y a actuar de forma más desorganizada, dispersa, olvidadiza e introvertida. "Ellas han alternado entre la ansiedad y la depresión por años. Es esa sensación de no tener control sobre nada", dice Littman.
Si bien es cierto que los niños experimentan una caída en los síntomas durante la pubertad, a las niñas les pasa lo contrario. Sus síntomas se intensifican a medida que el estrógeno aumenta en sus organismos, lo que pone en entredicho la percepción general de que el déficit atencional se resuelve en la pubertad. Uno de los criterios para identificar el déficit y que permaneció mucho tiempo en el Manual de Diagnóstico y Estadísticas, publicado por la Asociación Americana de Siquiatría, era que los síntomas aparecían a los siete años. Si bien en la edición más reciente esa edad fue extendida hasta los 12 años, en muchas jóvenes los síntomas no emergen hasta que están en la universidad, cuando la estructura organizada de la vida hogareña -padres, reglas, deberes y el régimen diario y obligatorio de la escuela- es eliminada y los niveles de estrógeno siguen creciendo.
"Los síntomas pueden estar presente en estas niñas desde temprano, pero tal vez no afecten su funcionamiento hasta que tienen más años", afirma la doctora Pat Quinn, cofundadora del Centro Nacional de Niñas y Mujeres con Déficit Atencional Por Hiperactividad. Incluso si las niñas manifiestan síntomas de forma evidente, tienen menos posibilidades de ser diagnosticadas. Un estudio de 2009 realizado por la Universidad de Queensland estableció que las niñas que exhiben síntomas de este desorden son menos propensas a ser derivadas a servicios de atención sicológica o siquiátrica.
En el artículo La vida secreta de las niñas con déficit atencional, publicado en la edición de diciembre de 2012 de la revista Attention, la doctora Littman investiga el costo emocional de las niñas de alto coeficiente intelectual que manifiestan este cuadro, especialmente en el caso de aquellas que no son diagnosticadas. Confundidas y avergonzadas por sus problemas, estas niñas internalizan su incapacidad para estar a la altura de las expectativas sociales. Sari Solden, una terapeuta y autora del libro Mujeres y el desorden de déficit atencional, dice: "Durante mucho tiempo, estas niñas ven sus dificultades para priorizar, organizar, coordinar y prestar atención como fallas de su carácter. Nadie les dijo que es algo neurobiológico".
A menudo las mujeres que finalmente son diagnosticadas cuando ya son veinteañeras o incluso más adultas ya han sufrido ansiedad o depresión por años. Un reciente estudio publicado en Journal of Consulting and Clinical Psychology determinó que las niñas con déficit atencional tienen índices más altos de lesiones auto infringidas y suicidios durante la adolescencia. En la revista Pediatrics, un estudio de población a gran escala reveló que la mayoría de los adultos con este desorden tuvieron al menos una alteración siquiátrica adicional, desde el abuso de alcohol hasta episodios hipomaníacos (menor necesidad de dormir o descansar) y depresión severa. Esto representa una amenaza particular para las mujeres, para quienes el diagnóstico de déficit atencional llega de forma tardía.
Durante las dos décadas previas a mi diagnóstico, nunca habría sospechado que mis síntomas eran síntomas. En lugar de eso, consideraba que estos rasgos -mi desorden, mis olvidos, mis problemas para concentrarme, la pérdida constante de documentos importantes- eran defectos personales vergonzosos. Las cosas realmente empeoraron en la universidad, cuando se me permitió tener una pieza para mí sola, dejándome sin madre que revisara ese "espacio entre tu cama y la pared", donde las tazas de papel mohosas, el dinero y documentos importantes terminarían yaciendo en silencio. Terminé con una habitación tan caótica que inspectores del cuerpo de bomberos no sólo me amenazaron con multarme con 200 dólares si no limpiaba, sino que también insistieron en que era la pieza más desordenada que habían visto en 20 años de trabajo. A lo largo de mi vida universitaria, perdía mi tarjeta de identificación y mis llaves unas cinco veces por semestre. Siempre llegaba al trabajo tres horas antes o tres horas después. Una vez perdí mi celular y lo encontré semanas después dentro de un zapato.
"A menudo, si las niñas son inteligentes o viven en casas que les dan apoyo, los síntomas se ven enmascarados. Debido a que no son hiperactivas ni causan problemas a otras personas, no son diagnosticadas hasta que chocan con una pared, que a menudo es la universidad, el matrimonio o el embarazo. Muchas cosas que para otras personas resultan rutinarias, como comprar provisiones, hacer el almuerzo o responder correos electrónicos- no se vuelven automáticas para este mujeres, lo que se puede volver vergonzoso y agotador", explica Solden.
Al ser una recién graduada que entra con cautela a la adultez en la ciudad de Nueva York, a menudo me siento avergonzada y exhausta por mis esfuerzos constantes para saber donde dejo mis cosas. Si bien los riesgos han aumentado -tarjetas de crédito, pasaportes y cámaras han desaparecido de mis manos- los medicamentos han reducido la frecuencia de estos incidentes. Por supuesto que las drogas no lo curan todo, pero cuando se unen con la conciencia que genera el diagnóstico logran que mis síntomas sean más soportables, menos desconocidos, menos vergonzosos. Y si bien estoy segura que seguiré extraviando y olvidando cosas, he descubierto una alta capacidad para perdonarme a mí misma y una habilidad para usar distintos cajones para guardar cosas diferentes. Esto último todavía es un proyecto en elaboración: la siguiente vez que pierda las llaves, el refrigerador será el primer lugar donde las buscaré.