Mientras desayuna en la terraza de su casa en Peñalolén, acompañada por su esposo, Cecilia Pérez se encuentra con una foto suya impresa en el diario que no la favorece.

-¿Pero por qué salgo con los ojos cerrados? -se queja.

Definitivamente no es su mejor foto. Pero esta mañana de miércoles la ministra portavoz de gobierno hojea el diario con cierta displicencia, más pendiente de su bota ortopédica que de su imagen personal.

El día anterior, mientras jugaba con sus hijas en el jardín de su casa, sintió que su tobillo derecho crujía de un modo similar al que cruje una rama seca que se parte en dos.

Ella dice que estuvo cerca de cortarse el tendón de Aquiles. Y su esposo agrega que la culpa es del jardín que está a la vista: una franja de pasto en desnivel en la que asoman una casita de muñecas y un quincho.

En condiciones normales debió haber guardado reposo. Pero la ministra dice que no puede permitirse algo así: en un par de horas tiene un compromiso en el Congreso y al día siguiente presentará su cuenta pública. Está con el tiempo justo. Su esposo, en cambio, no tiene apuro.

Carlos Contreras está en un papel que no se hubiera creído. Desde que su esposa llegó a la Intendencia de Santiago lleva el grueso de las labores domésticas. De eso hace ya dos años. Y hace 13, hasta que conoció a su esposa, juraba que jamás tendría algo que ver con una persona de derecha. Su experiencia hacía difícil algo así.

Su tía Rosa trabajaba en la casa de Tomás Moro donde vivía Salvador Allende. Era la mujer del servicio de mayor confianza de la familia y su sobrina estaba casada con Félix Vargas Fernández, guardia personal del Presidente. Esa mañana de martes 11 de septiembre de 1973 ambos estaban en Tomás Moro cuando la casa fue bombardeada. Rosa Contreras fue detenida y el esposo de su sobrina logró huir, malherido, pero cuatro meses después fue secuestrado y hasta el día de hoy se encuentra desaparecido.

Carlos Contreras nunca ha militado, pero simpatiza con el Partido Socialista. Y siempre, a excepción de las elecciones en que su esposa ha sido candidata, ha votado por la Concertación. Vendedor independiente de seguros de salud y previsión, dice que una cosa es votar por su esposa y otra muy distinta es votar por la derecha.

-Y el celular, ¿lo lleva?

-Sí, mi gordo.

La ministra ya está sentada en el asiento trasero del Hyundai Azera que la llevará al Congreso. Conduce un funcionario de Carabineros de civil. De copiloto va a otro funcionario del programa de Protección de Personas Importantes.

El auto enfila rumbo a la salida. La ministra está concentrada en una carpeta. Carlos, su esposo, la despide con la mirada desde la puerta de la casa.

Al ritmo de música romántica latina, que es la música preferida de la ministra, y también de los escoltas, el auto ha comenzado a avanzar. Aún no sale del condominio cuando el teléfono suena por primera vez.

-Aló, hermanita, ¿cómo estás?

Con la senadora Lily Pérez se tratan de hermanitas. La ministra dice que en La Florida, donde ambas fueron concejalas, muchos todavía piensan que son hermanas de sangre. Por años recorrieron juntas esa comuna de arriba abajo. Y en 2000, cuando la ahora ministra lanzó su primera candidatura a concejal, apeló a su apoyo y a una feliz coincidencia para promocionarse ante el electorado. Su eslogan de campaña fue "La Florida vota Pérez".

Todos los días, a primera hora, hablan por teléfono. Aunque no tengan nada urgente que decirse. Aunque sea sólo para saludarse. Esta mañana, por ejemplo, hablan del esguince de tobillo de la ministra y de la reunión de comité del Senado en el que se tratará el proyecto del gobierno de Acuerdo de Vida en Pareja. Quedan de juntarse a conversar en el Congreso.

-Ya, pues, besitos, te quiero mucho -la despide.

A Lily Pérez le debe una carrera política. Y, ni más ni menos, un matrimonio.

Siendo estudiante de Derecho de tercer año en la Universidad Andrés Bello, la ahora ministra Pérez comenzó a trabajar con la entonces concejal Pérez. Con ella trabajaba también la hermana de Carlos Contreras, que oficiaba de secretaria. Aunque lo veía con frecuencia, en un comienzo lo cotizó poco y nada.

Cecilia Pérez pololeaba hace siete años con un hombre al que en esos días comenzó a querer sólo como amigo. Fue su primera y última relación con un hombre distinto a su marido.

De cualquier modo, en un comienzo las cosas no fueron fáciles. A la familia de ella, en especial a su padre, no le gustaba que la única mujer de tres hermanos tuviera una relación con un hombre de izquierda. Y menos que ese hombre, 10 años mayor que ella, tuviera un hijo de un matrimonio anterior. Pasó un año antes de que él pudiera entrar a la casa de sus suegros.

-Fue difícil, pero terminaron aceptándolo -dirá ella, antes de ser interrumpida por otro llamado telefónico. Es la ministra del Trabajo.

-¡Evelyn, querida! ¡Feliz año! Linda, amiga, voy camino al Congreso y acabo de hablar con Harold y le pregunté si estaba coordinado contigo. Le dije que pidiera ayuda por cualquier cosa, ¿estamos? Besos, besos.

Esa mañana de martes 11 de septiembre, desde su casa de La Reina, Carlos Contreras vio pasar los aviones que se dirigían a bombardear la casa de Tomás Moro. Los vio con su madre, que rompió en lágrimas. En ese entonces él tenía nueve años y no entendía bien el drama que enlutaba a su familia. No demoró mucho en entenderlo.

Tras la detención de su tía Rosa y la desaparición de su primo político, su padre, suboficial de Carabineros, fue exonerado. Su casa fue allanada y vigilada, lo mismo que las casas de sus parientes cercanos.

La experiencia fue determinante en sus ideas políticas. Como lo fue también para su esposa, que viene de una familia de derecha, conservadora y católica. Ella dice que comenzó a saber de los horrores de esos años por su esposo. Y él, a la vez, dice que gracias a ella dejó de lado su intolerancia.

Ambos cambiaron con el otro, sin que eso signifique que transigieran sus ideas políticas.

En 2000, para la segunda vuelta de la elección presidencial, él pidió vacaciones para trabajar en la campaña de Ricardo Lagos. Hizo campaña en terreno, y diez años después, en la disputa entre Piñera y Frei, votó por el candidato DC en primera y segunda vueltas.

Desde una cafetería de Providencia, en vísperas de Año Nuevo, Carlos Contreras dice que junto a Cecilia Pérez forman "una pareja tolerante, como nos gustaría que fuera Chile". Hay algunos ejemplos a la vista.

Ella ha ido con él a recitales de Illapu y Quilapayún, de esos que terminan con el puño en alto. Y él va con ella a ceremonias y reuniones sociales con dirigentes políticos de derecha.

Uno de los últimos eventos a los que asistieron fue cuando se casó uno de los hijos de Manuel José Ossandón. Se sentaron en una mesa en la que estaban Andrés Allamand, Max Marambio y Roberto Ossandón, junto a sus respectivas esposas. En la mesa se habló de política, por cierto. Pero él dice que prefirió hablar de otros temas con las esposas de esos hombres.

El auto de la ministra se ha detenido en una estación de servicio a la salida de Santiago. No bien desciende, al levantar la vista, reconoce a un antiguo rival político:

-¿Que no es Gonzalo Duarte? -saluda, manos en jarra, a viva voz-. Así sólo se puede parar él: como un chorizo.

Gonzalo Duarte, militante DC y derrotado candidato a alcalde por La Florida, se funde en un abrazo con la ministra. No será el último gesto amistoso en esta escala. Ella reparte saludos y abrazos, y cuando un muchacho que viste camiseta de la Universidad de Chile la reconoce a la distancia, enseñándole el dedo pulgar en alto, ella le hace señas para que se acerque.

-¿Así que chunchito? -inquiere ella.

-Hasta la muerte -devuelve el muchacho.

El guardaespaldas, que observa la escena a pocos metros, me dirá que desde que era intendenta y recibió amenazas de muerte de supuestos barristas de Colo Colo, a Cecilia Pérez le recomiendan no exponerse más de la cuenta. Pero eso se hace difícil con ella.

Presionando el brazo de este reportero, la ministra dice que no puede ser de otro modo más que como es: "Una mujer de piel, cariñosa, cercana", acostumbrada al contacto con la gente. Y eso, unido a su desempeño en la Intendencia, y a un atributo que alguien en La Moneda definió en voz baja como una mujer más de Plaza Vespucio que del Parque Arauco, la tienen donde está ahora.

-Obvio que había escuchado ese comentario, desde que estaba en la Intendencia, y no me molesta -dice ahora, de vuelta en la carretera, a la altura de Casablanca-. Si yo he vivido en La Florida toda mi vida, es una realidad, y me siento orgullosa. Soy una mujer que interpreta a la gente, de clase media, morena, que viene de una familia que logra sacar a sus hijos profesionales, que estudia en un colegio particular de San Miguel, que lleva 15 años en política y ha sido tres veces concejal.

Para un dirigente de RN cercano a ella, estos atributos tienen un doble sentido. Por un lado, en el gobierno valoran que sintonice con la gente de a pie. Por otro, sin embargo, en su propio partido consideran que carece de peso en el comité político.

-Sin duda que algunos la menosprecian, pero ella está preparada para eso y le da lo mismo -dice el mismo dirigente-. Ella sabe sacarle partido a las oportunidades y tiene muchísimo potencial político.

A la entrada a Valparaíso, tras espolvorearse el rostro y delinear los labios, la ministra dice que, "claramente, en términos políticos, a mis 38 años no tengo la experiencia de un Andrés Chadwick, pero jamás me he sentido mirada en menos o ninguneada".

-Y en concreto, en estos dos meses, ¿cuáles han sido sus aportes al comité político?

-Ah, no eso es privado -sonríe-. Lo que pasa ahí queda ahí.

Luego de una reunión de comité en el Senado y de una vocería por el tema del Acuerdo de Vida en Pareja. Luego de una reunión a puertas cerradas con Lily Pérez, de un almuerzo con los congresistas de su partido y una que otra conversación de pasillo, esta tarde en Valparaíso la ministra no es la misma de la mañana. Está cansada y, sobre todo, "mareada como pollo" con los calmantes recetados por su esguince de tobillo.

Escoltada por el policía de civil, que lleva su cartera, Cecilia Pérez sube al auto. Revisa una carpeta sobre la Ley del Deporte, pero al poco rato la abandona, echa un último vistazo a su BlackBerry y cierra los ojos, apoyando la palma de la mano en la frente.

Los escoltas viajan serios, sin intercambiar palabras, siquiera miradas. La ministra duerme o parece dormir hasta que su teléfono timbra.

-Aló, gordito, ¿cómo está?

Carlos Contreras llama desde Santiago. Está con sus hijas en el dentista. La ministra habla con las dos, dándoles ánimo. Luego se despide del marido, diciéndole que no llegará temprano, "pero tampoco tan tarde".

Su guardaespaldas se lamenta de ella y le pregunta si acaso mejor no la dejan en su casa, pero ella le dice que no, ninguna posibilidad, tiene que volver a La Moneda. Entonces vuelve a posar la palma de la mano sobre la frente y cierra los ojos.