Son las 2 de la tarde de un lunes de abril y José Luis Rodríguez baja las escaleras del Hotel Atton de El Bosque. Está vestido con jeans oscuros, polera naranja y aunque es evidente que viene de descansar en su habitación, su característico peinado luce impecable, como si viniera saliendo de un set de televisión. Desde hace dos meses vive allí de manera intermitente y su única compañía son las noticias, el Antiguo Testamento y el Bhagavad-Gita, texto que en occidente se conoce como la Biblia Hindú. El Puma está aburrido, pero no se queja, dice que en el mundo todos tenemos una vocación y que la suya es "el show business". Dice que llegó aquí el 2 de marzo, para cantar, actuar, salir en televisión, y que en este momento, en que participa como jurado estrella del programa Factor X, de TVN, debe acomodar el cuerpo a los espacios vacíos, a las exigencias, a los constantes viajes en avión y al estrés. Su espíritu, en cambio, no necesita acomodos, dice que está en calma.

Le piden un autógrafo. Pregunta para quién es el saludo, sonríe con la lengua entre los dientes y firma como "Puma", nombre artístico que usa hace unos 30 años y que él no eligió. En la década de los 70 participó en la teleserie Una muchacha llamada Milagros y el guionista, basado en la canción Puma, de Sandro, bautizó así al personaje que nunca terminó de representar. Hoy, Rodríguez está a punto de cumplir 70 años y no piensa celebrarlos. Le cargan los cumpleaños, dice. Pese a que siete décadas encima se le notan poco y nada. En su rostro no hay arrugas y sus canas más parecen un efecto estético sobre su cabello oscuro. Su cuerpo está en forma. Los pectorales se dibujan en su polera naranja. "No hago ejercicio, sólo practico yoga porque me relaja y fortalece. Es la mejor forma de mantener en equilibrio el cuerpo, la mente y el espíritu", dice.

Ahora son las 13.00 de un jueves y José Luis Rodríguez abre las puertas de vidrio del centro Suryayoga de par en par. Se acaba de bajar de un taxi del hotel vestido con pantalón de buzo gris, polera celeste, sandalias tipo hawaianas y una esterilla de goma morada bajo el brazo. Se saca los zapatos, respira el incienso de vainilla que emana desde un Budha y camina a la re- cepción. Todos lo conocen. Cuando está en Chile -al principio era cinco días a la semana, ahora son los siete-, el Puma va a ese lugar, en Luis Pasteur con Manquehue, todos los días, justo antes de ir a almorzar al restorán vegetariano "El Huerto".

Para cuidar el cuerpo, este Puma no come carne hace 30 años, no toma alcohol y hace seis meses cambió las pesas y el pilates por el yoga. "Voy al centro Dancing Yoga en Miami y en Los Angeles, y cada vez que viajo busco un lugar para seguir practicando… No, no es fanatismo, es un estilo de vida". Y cuando habla de llevar el cuerpo de un lado para otro, es imposible no preguntarle cuando empezó a separar el físico de todo lo demás. El lo tiene claro: todo partió el día en que su papá dejó el cuerpo.

José Luis Rodríguez está sobre la esterilla de goma morada haciendo el saludo del Sol. Una mujer rubia de buzo negro pasa por el lado y lo mira dos veces, como si no pudiera convencerse. Allí, cuando estira los brazos como tratando de alcanzar el cielo, empieza a contar que es el último de 12 hermanos. Nació en una familia humilde en Venezuela. Empezó a trabajar antes de los 10 años, en el cementerio de Caracas, que durante los fines de semana servía como mercado de frutas y verduras. "Yo mismo me construí una carretilla con madera, ruedas de patines viejos y dos cuerdas", recuerda. Rodríguez tuvo que trabajar temprano, porque cuando tenía seis años, su padre falleció. "Vi sufrir a mi papá mucho. Tenía cirrosis hepática, un día vi cómo le pulsaban el hígado y gritaba de dolor. Me llevaron y me trajeron cuando la urna ya estaba cerrada. Yo sabía que no estaba allí, me quería despedir de su cuerpo", dice.

De ahí en adelante, la vida de los Rodríguez González se volvió más dura. Los hermanos se repartieron, empezaron a trabajar y sólo el más chico de la casa pudo entrar a estudiar Electricidad a una escuela técnica. "De los 54 compañeros que tenía en la escuela, sólo cuatro se graduaron… Yo no fui uno de ellos. La escuela técnica se cambió a un lugar alejado, donde había muchos enfrentamientos y cuando a un amigo le dispararon no quise volver nunca más. Pero entonces… entonces partí con mi vocación". José Luis Rodríguez nunca fue a una escuela de canto, hasta el día de hoy no lee partituras, sus composiciones son secretas y es considerado como una de las mejores voces latinas. "Sin saber las cosas se me hicieron fáciles, siendo muy pequeño… Porque era un conocimiento que ya traía", dice mientras cambia a la pose del Gato, esa en que, apoyado en las cuatro extremidades, la columna se engrifa.

-Yo también fui un Factor X - cuenta mientras flexiona la espina dorsal y cambia a la posición de la Roca-. Yo también partí en concursos, en un festival en Caracas. Allí canté como solista y después en la banda Los Zeppys, inspirada en Los Platters. Canté en más de 450 bailes. La primera vez que vine al Festival de Viña fue para competir en 1974. Chile estaba terrible, había toque de queda, no se podía ir a ningún lado. Conmigo no pasó nada, no me gané ningún premio. En 1981 vine como jurado, pero yo no les gustaba a los chilenos, me encontraban este… cebollero.

Fue en ese viaje cuando, como gran honor, lo ubicaron a menos de un metro del entonces mandatario. "Me senté al lado de Pinochet, él estaba con dos audífonos porque había un concierto de rock. De pronto pensé y dije: si a este señor le quieren meter una bomba yo parto con él, ¿qué hago aquí?". El Puma Rodríguez tuvo miedo por su cuerpo.

La clase de suryaflow está por empezar. El Puma espera sentado en un rincón que la profesora tome posición. Comienza a elongar. El olor a incienso se toma la habitación y un mantra comienza a sonar. Es la hora de la meditación. La profesora habla de una luz blanca, de concentrarse en el dolor, relajar las piernas y soltarse. Comienza a cantar el mantra que se escucha levemente y pide a los asistentes repetir las frases en hindi, mientras inhalan y exhalan. El Puma y los alumnos siguen obedientemente las instrucciones, cuando de pronto todo queda en silencio. Cuando lo único que se escucha en el salón es la respiración, del rincón viene un "ommmmm" potente. Es inconfundible. El intérprete de Chévere, chévere está en la posición de Loto, con los dedos juntos, los ojos cerrados y liberando energía negativa.

Rodríguez sabe que la mente es poderosa y que a veces habla sola, sin alcanzar a tomar conciencia de lo que dice. Eso, asegura él, fue lo que le pasó en Chile en el verano de 1988, después de que el público de la Quinta Vergara pidió a gritos la Gaviota, a él no se le ocurrió más que decirle a la alcaldesa de Viña: "Alguna vez hay que escuchar la voz del pueblo".

-Decir "hay que escuchar la voz del pueblo" requirió valor, pero la verdad no lo pensé. Era un momento crítico en Chile, en que alguien esperaba que hiciera algo. Nadie podía hablar de nada, salvo de deporte y música. Sentí que estaban ansiosos porque alguien dijera algo y yo lo hice. A los pocos días, unos políticos llegaron al aeropuerto, entre ellos el que después fue Presidente, Aylwin, para que siguiera diciendo cosas. Les dije que llegaba hasta allí. Sentí que pasaba algo importante para la historia de Chile, porque todos se sentían maniatados y amenazados.

Y Rodríguez sabe lo que es sentirse maniatado por causas políticas desde pequeño. A los 10 años, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, su madre fue detenida. "Mi mamá militaba en la Acción Democrática -partido socialdemócrata que pertenece a la Internacional Socialista-, que estaba en contra de Pérez Jiménez. Ella hacía panfletos en la casa y les daba albergue a los líderes del partido. Un día se la llevaron y yo quedé bajo el cuidado de mis hermanos mayores". Rodríguez no sabe exactamente cuánto tiempo estuvo su madre en cautiverio, sólo recuerda que la torturaron y al liberarla, tuvo que tomar su primer avión.

Se corrige, era una avioneta, pero poco más grande, que lo llevaba con su madre y algunos hermanos a vivir por un año y medio a Guayaquil, en Ecuador. De ese viaje, lo único que recuerda Rodríguez es que todo se movía como si fuese una montaña rusa y que cada vez que atravesaban una nube, el ruido se hacía insoportable. Pero en lugar de pensar en lo que se venía, el pequeño José Luis se quedó mirando a un hombre de unos 50 años que dormía profundamente. "En ese momento yo quería poder llegar a ser como ese señor, tener su tranquilidad y su seguridad, que no importaba que el avión se estuviera viniendo abajo, él podía dormir". Cuando se despertó, se dio cuenta que el que dormía era Pedro Vargas, el tenor y actor mexicano. Hoy cuando se sube al avión, Rodríguez enciende su Ipod y escucha música. Nada que tenga letra, porque su oído sigue trabajando. Escucha música clásica y mantras.

Cuando se le pregunta al Puma qué oye cuando escucha la voz del pueblo de Chile, se apresura en decir que primero que nada, él no se mete en política, que algún día participó en campañas, pero que ya no más, que su vocación es otra. Dice que aunque vive en Miami hace 28 años, no se siente un autoexiliado de Venezuela. De Chile, dice que le gustó ir a La Moneda y conocer a la ex Presidenta Bachelet, como le gustaría conocer al Presidente Piñera. Que cuando oye la voz del pueblo escucha a jóvenes talentosos capaces de cantar cualquier estilo caribeño, un país organizado, con carreteras fabulosas y con una ley de "licores" que cree que va a traer beneficios.

- ¿Y adónde sale cuando está acá?

- Salgo poco, todo lo he visto por televisión. Cuando trabajo no hago turismo. Es que no le puedo explicar un paisaje a mi esposa.

Se toma los pies y estira lo que en yoga se llama el nervio de la vida.

-En el fondo, soy un ermitaño. Me la paso en aviones, en escenarios, en hoteles, en mi casa. Todos son espacios pequeños que hacen que te vuelvas un ermitaño. Cuando viajas tanto y vives en espacios reducidos, la única forma de controlar el cuerpo es con meditación y ejercicio, pero no para desarrollarlo, sino para hacerlo más elástico. Permite más equilibrio, más flexibilidad. Por eso busco el yoga.

Pero no es sólo equilibrio mental o elasticidad física. Hay en su discurso un cierto tono de prédica, por ejemplo, cuando comienza a hablar de combatir el ego: "El yoga desintoxica el cuerpo, descarga las energías negativas. Saco las rabias, las frustraciones, la impaciencia… Sé lo que pasa a mi alrededor. Todos pertenecemos a la filiación humana, pero el ego es terrible, es que el ego pertenece al cuerpo, el alma en cambio, a Dios". Rodríguez dice que no tiene religión, que es cristiano, pero que eso no importa. "Los mahometanos, los hindúes, los judíos y los católicos comparten todos el mismo Dios. Somos todos una misma humanidad… No necesito ir a un templo, la iglesia soy yo, eres tú…".

Luego, el Puma baja el volumen de su voz y dice que los únicos días en que no medita son cuando le toca actuar, prefiere llevar toda la energía y despilfarrarla en el escenario. Está seguro de que esa es su vocación y él no la eligió.

-Soy el último de 12 hermanos. Todos mis hermanos cantaban, pero el único que cantó fui yo. Hay quien puede y no quiere, y hay quien quiere y no puede. Tengo un hermano que dejó el cuerpo, que tenía más condiciones que yo, pero no fue él, fui yo. Cuando descubres a tiempo para qué viniste, pierdes menos tiempo en la vida, y allí comienza el desarrollo espiritual. Mi desarrollo espiritual ante todo tiene que ver con el cantar. Me confirma todo. Creo en la reencarnación, porque no es suficiente con un solo cuerpo para aprender. Se necesitan muchos cuerpos. Todo se me hizo fácil en la música, porque ya había transitado por ahí, lo conocía. Podía hacer algo sin haber estudiado.

Se levanta y se ubica en la posición del Arquero, como si estuviera a punto de lanzar algo. "Yo no tengo otra cosa que hacer que lo que estoy haciendo, cantar hasta que el cuerpo me dé y la gente me quiera escuchar. Y después… partir hasta la próxima. Sé que tengo que volver cuantas veces sean necesarias para cerrar el ciclo. La vida es perfecta". Vuelve a la posición de Loto, junta las palmas de las manos y dando todo por terminado susurra Namaste. Sale de la sala con piso de madera, encoge su esterilla y toma un trago de té verde.