¿Se imagina saliendo a comer como gran cosa un fish and chips envuelto en un papel de diario viejo? ¿O desayunando al día siguiente una tostada con porotos? Este parece ser el panorama del momento en la capital británica. Después de años en que los restoranes de esa capital se preciaban de no servir preparaciones locales, hoy cada vez más menús hacen alarde de esa comida que es probablemente la con peor reputación internacional. No, no se trata tanto de una cruzada nacionalista como de la influencia de ciertos chefs jóvenes y famosos, que han rescatado la cocina tradicional y han renovado de paso el clásico pub.
El origen del mal
En el año 2005, mientras estaba en una cumbre del G8, el entonces presidente francés, Jaques Chirac, comentó, bromeando con otros mandatarios europeos, que no se podía confiar en un pueblo que cocinaba tan mal como el británico. Desde luego, la desafortunada cita causó gran malestar entre los aludidos. Pero esta calificación no era en realidad ninguna novedad. Un siglo antes, la escritora Virginia Woolf dijo que la gastronomía de su propio país era abominable, y desde entonces muchos otros y otras.
Es un hecho que la comida británica tiene mala fama y su decadencia parece estar marcada por sucesos de la historia mundial. El primero de ellos es la Revolución Industrial, que se vivió en Inglaterra como en ningún otro lugar. A mediados de siglo XVIII, el éxodo masivo de la población campesina a la ciudad y las largas jornadas laborales obligaron a abandonar las recetas tradicionales caseras. En su lugar, los obreros empezaron a consumir productos industrializados, fabricados de forma masiva para alimentar a la población de forma rápida y eficiente. En otras palabras, así fue como nació la comida rápida, y el fish and chips (pescado con papas fritas hecho con aceite reutilizado una y otra vez, servido en papel de diario y aliñado con vinagre) fue su primer ejemplar.
Las guerras mundiales acabaron con lo que quedaba de gastronomía local. En su situación de isla, Gran Bretaña sufrió por mucho tiempo la lamentable dieta de post guerra, que era racionalizada y enlatada. En el afán por aprovechar todas las sobras, los restoranes ofrecían carnes recocidas y vegetales hervidos hasta la decoloración.
Lo cierto es que para los ingleses esto no era un gran problema, pues ellos se habían acostumbrado a comer así. Esto, hasta los años sesenta, cuando empezaron a llenarse de inmigrantes y habitantes de sus colonias y con ellos florecieron los establecimientos de comidas exóticas. Nadie sabe cómo, pero de pronto el plato nacional pasó a ser el pollo tikka masala, una creación con clara influencia india. Sí, la comida que se podía comer en la isla mejoró, pero las recetas tradicionales inglesas seguían guardadas en el baúl de los recuerdos. Hasta hace poco.
Aires de cambio
Se dice que Londres es la capital del mundo. Que es el lugar donde todo está pasando y en el que hay que estar en este momento. Y esto no excluye a los mejores chefs internacionales, que prácticamente hacen cola por instalar sus restaurantes ahí.
Sin embargo, en las últimas décadas, el precio de abrir un establecimiento de comida nuevo subió tanto, que los cocineros tuvieron que recurrir al ingenio para mantenerse vigentes en la oferta londinense. Y qué mejor forma que renovar el viejo pub, el tradicional bar inglés, que habitualmente se limitaba a ofrecer una pinta de cerveza y un lugar para capear el frío o la lluvia.
A principios de los noventa fue inaugurado The Eagle, el primer gastropub de la ciudad. Era un bar antiguo que había sido remodelado respetando su aspecto original. Pero la gracia estaba en que ofrecía comida de calidad en un ambiente informal y a un precio accesible. En un mundo donde los foodies o amantes de la comida ya eran un número más que considerable, esta innovación fue todo un éxito y hoy se ha replicado por todo el país.
El empujón final lo dieron la nueva generación de chefs, que promovían la cocina casera y los alimentos de producción local en pos de una dieta más sana. Sin duda el más influyente de ellos es Jamie Oliver, que con sus libros, sus programas de TV y sus polémicas batallas sociales se ha consagrado como el cocinero más famoso del Reino Unido y acaso del mundo entero. Una de sus cruzadas ha sido la revaloración de la comida típicamente británica, que promueve en sus publicaciones y sirve en sus restaurantes.
Como consecuencia de este inesperado interés por el patrimonio gastronómico, la cocina anglosajona pasó a formar parte esencial de los gastropubs. En la actualidad se pueden ver tanto familias como grupos de amigos compartiendo un sunday roast, un plato de carne con papas que se comía tradicionalmente los domingos, mientras ven el partido de fútbol. Los más jóvenes andan buscando el confort de una comida casera de fin de semana en un ambiente cálido.
Claramente los británicos están apreciando más su comida. Ahora sólo queda convencer al resto del mundo. El gobierno del Reino Unido y British Airways aprovecharon los últimos Juegos Olímpicos (celebrados en Londres 2012) para emprender esta titánica tarea. Se incentivó la participación de puestos de comida tradicional en los establecimientos deportivos, para que las hordas de turistas tuviesen acceso a ellos. Por su parte, la aerolínea contrató a Heston Blumenthal -otro chef superestrella- para que creara un menú a bordo con claro acento en la comida anglosajona.
Aunque algunos todavía miran con suspicacia este sorpresivo auge de la British food, lo seguro es que su valoración le concede un lugar especial en los hogares y restaurantes del Reino Unido, lo que le da la oportunidad de recuperar los años perdidos con la Revolución Industrial y las guerras mundiales. Hoy más que nunca las cartas están echadas para que en el futuro se recuerde la graciosa anécdota de la comida que alguna vez tuvo la peor fama del mundo.
El momento de la comida británica
La nunca bien ponderada gastronomía anglosajona tiene hoy una oportunidad de oro para sacudirse la mala fama. Una tendencia que da valor a la cocina tradicional se expande por la isla y quiere traspasar fronteras. Mientras tanto, el mundo todavía mira con suspicacia. <br>