LAS CINCO de la tarde, los integrantes de la banda Pájaros Nocturnos ensayan en una vieja casona de adobe ubicada en la calle Lincoyán, en Ñuñoa. Pese a que afuera el calor todavía no da tregua, la vivienda es fresca y por los pasillos circula el aire con la ayuda de algunos ventiladores. A puertas cerradas, los acordes de la batería, el bajo, la guitarra, el teclado y la percusión rebotan al antojo de sus ejecutantes. El piso de madera se remece con el compás que marcan los zapatos de los músicos en esa habitación limpia, luminosa y despejada, donde aparte de los instrumentos, cables, parlantes y amplificadores, sólo hay un sillón.

Nada se escucha en el resto de la propiedad. Por el largo pasillo, otras dos salas acondicionadas acústicamente, unas más secas y otras más reverberantes, esperan a que lleguen los inquilinos de las 8 PM. A esa hora, tres bandas empezarán a tocar simultáneamente por dos horas, que es el tiempo que en promedio duran los arriendos. Pasadas las 10, los músicos probablemente, dejarán reservada su sala preferida para la próxima semana.

A sus 27 años, Luis Ortornol, guitarrista de Pájaros Nocturnos, ingeniero acústico y dueño de Lagarto Salas de Ensayo, dice que se paseó al menos por 20 espacios buscando uno que a él y a sus amigos los dejara satisfechos. Y como no encontró el soñado, decidió abrir uno propio en abril de este año. De esta manera, junto a su amigo y brazo derecho, Miguel Díaz (ex miembro de la banda Drakos), se unió a la creciente y sofisticada oferta de salas de ensayo en Santiago.

Hace unos 12 años, cuando el circuito underground chileno era todavía incipiente, encontrar lugares ventilados para tocar, dotados con amplificadores de buenas marcas y con un baño limpio, era un lujo. "Arrendabas cuatro paredes tóxicas, con amplificadores quemados y platillos rotos", recuerda Alvaro Araya, diseñador gráfico que hace más de 13 años se reúne religiosamente con un grupo de amigos a ensayar en distintos espacios, y que ha sido testigo de cómo ha evolucionado la oferta. Dice que entonces pensar en lugares con aire acondicionado, estacionamiento, salas de estar, alarmas, extintores, y hasta estudios de grabación, era un sueño.

De los cerca de 500 espacios para tocar música que Luis Ostornol aventura existen en la capital -con una alta concentración en el centro, Ñuñoa y Providencia- la mayoría funciona en forma clandestina y no ofrece las condiciones, y sólo un puñado cuenta con patente para funcionar abiertamente como negocio. Entre estos últimos, los favoritos de los usuarios son Backstage, en Providencia, y 214, en Plaza Ñuñoa. Ambos, junto a casos emergentes como Salas Lagarto, le están cambiando el rostro a un servicio tan antiguo como la necesidad de los músicos de practicar. La tarifa promedio de una buena sala para una banda completa, por hora, varía entre $ 4.000 y $ 7.000, dependiendo del tamaño del lugar y del equipamiento.

Hay espacios para todos los gustos, abiertas para todos los géneros (rock, pop, coovers, bossa nova, jazz, reggae, tecno, entre otros) y para todo perfil de usuario. Desde los sub 30 que tocan en varios grupos, diseñan flyers, asisten a tocatas, participan en concursos, graban en sus casas y suben sus canciones a internet, hasta solistas y bandas más consolidadas, pasando por profesionales melómanos que, en vez de ir a jugar una pichanga, prefieren juntarse a tocar. "Esto es muy parecido a juntarse a jugar fútbol. Transpiras igual, y estás con los amigotes, pero es mucho más lúdico", describe Alvaro.

Javier Bernal es abogado titulado de la Universidad de las Américas, pero músico apasionado que, como todos los que se inician en este negocio, recorrió varios lugares buscando ese "algo" que no encontró y que decidió materializar en una casa antigua de la calle Manuel de Salas 214, en Plaza Ñuñoa, hace siete años. Allí, en el espacio conocido en el medio como sala 214, tienen su lugar los músicos Carlos Figueroa y el grupo Lucybell, y ensayan, por hora, Andrés de León y Luis Jara. Todos persiguen, sobre todo, un servicio acogedor. "Más que lo técnico, incluso, para ellos la ubicación y la atención personalizada es clave. Los músicos no buscan un seudo mall, sino un espacio personal. Este es un nicho íntimo y hay que atacarlo desde esa perspectiva", opina Javier.

Con el mismo enfoque, Luis Ostornol ha logrado en pocos meses tener a un grupo de clientes "regalones" que siempre está volviendo a sus salas. Por Lagarto pasan desde estudiantes, que le han pagado con monedas hasta de 50 centavos, hasta músicos más experimentados como los de la sonora Major, que practica allí todos los martes, y el guitarrista de Los Tres, Manuel Basualto, que suele llegar acompañado de la banda Livingstone. "Tienen eso fundamental que debe tener una sala: amor por la música. Son jóvenes con ideas nuevas, mantienen todo lo necesario para que cualquier músico, amateur o profesional, pueda crear y trabajar. Además, realizan eventos internos donde se respira vanguardia. No sólo tienen una excelente ubicación; tienen alma de músicos", resume Miguel Barriga, vocalista de Sexual Democracia, otro asiduo cliente de Lagarto.