Carlos Ledermann es bastante más que un maestro de la guitarra flamenca. También es la persona que logró crear en Chile toda una afición por este género que se suele asociar, sobre todo, al baile, su embajador más popular alrededor del mundo. Pero sin música, no se puede bailar. Así lo entendió Ledermann desde que inició su trayectoria, en 1978. Por entonces, en Chile esta música andaluza estaba relegada a los locales nocturnos de la capital.

"Cuando partí, tuvimos que pasar por bares y boites. Toqué la guitarra en lugares a los que ahora no iría ni para tomarme un trago. Fue una etapa formativa que recuerdo con cariño y cansancio. Estaba aprendiendo de los que ya sabían, pero siempre con la idea de salir de ahí", cuenta Ledermann. Terminaban los 70 y aún estaba todo por hacer. En 1982 se fue a la cuna del flamenco para tomar clases con Manolo Sanlúcar. "Se generó una amistad, y cuando Manolo vino a Chile, en 1994, nos reencontramos. Hoy tenemos una relación de muy buenos amigos, siempre en el marco de la admiración que siento por él, porque junto a Paco de Lucía cambió la historia de la música flamenca".

Tan cerca está de su maestro que él fue la causa de sus viajes al Festival de la Guitarra de Córdoba, el más reconocido del género. Primero fue en 2006, a dar una conferencia sobre Sanlúcar, y volvió al año siguiente para presentar su biografía. Aunque se lo pidieron, nunca tocó la guitarra. Se sentía intimidado por la presencia de "los mayores monstruos de la guitarra del mundo". En la versión de este año (del 6 al 25 de julio) estarán, entre otros, Paco de Lucía y Mark Knopfler, guitarrista de Dire Straits. Allí estará también Carlos Ledermann (el 18 de julio) repasando Gotas de anís (2009), su último disco, como parte del ciclo "Pasaporte flamenco", junto a otros tres guitarristas no españoles.

De la boite al Municipal

Después de estudiar en España con Sanlúcar, Ledermann volvió a Santiago y actuó por primera vez en el Teatro Municipal, empezando a sacar el flamenco del ambiente nocturno.

Otro de sus grandes aportes fue el Festival de Guitarra Flamenca de Santiago, que organizó desde 1996 al 2003, junto al Centro Cultural de España. "Había un costo humano muy alto que yo no quería seguir pagando. Entonces lo dejé, pero lamentablemente nadie tomó el relevo. Fue una bonita experiencia, porque creamos afición y público. Recuerdo que teníamos que cerrar la puerta a la calle y dejar gente afuera, porque no cabían. En ese minuto fue la vitrina más importante para el flamenco. Ahora cada cual va navegando por su cuenta". En el género, Ledermann destaca a Andrés Hernández y Claudio Villanueva, dos guitarristas chilenos que viven en España y que, asegura, "pueden seguir marcando el camino".

Ledermann es también un innovador. Alejado del flamenco tradicional, con el que no se siente identificado, suma acordes e instrumentos como lo han hecho Sanlúcar y De Lucía. "Yo toqué ese flamenco cuando empezaba, en la época del trasnoche. Luego descubro que los grandes guitarristas están haciendo otras cosas. Entonces, me pongo a la sombra de esos árboles y los sigo a ellos para hacer un flamenco que de a poquito va tomando distancia de lo tradicional". En sus temas hay piano, saxo y percusiones. "Creo que la música, como todas las artes, tiene que evolucionar. No se pinta hoy como Tintoretto ni se esculpe como Buonarroti. Los nuevos sonidos son ingredientes que hacen que el plato sea más sabroso y exótico".

Sobre nuevos proyectos discográficos, Ledermann asegura que con Gotas de anís tiene para un rato: "En el mundo de la guitarra flamenca la composición es fundamental. Cada cual toca lo suyo y cuenta su propia historia. No puedo sacar un disco al año, haría puras bagatelas, un tema bueno y siete mediocres. Ahora estoy dándome un tiempo y tocando el repertorio del disco, que todavía está tibio".